6 de octubre de 2015
15:38
Estilizados y
ligeros-(¡baratos!)-aerodinámicos, de aspecto mullido-(¡baratos!)-con lengüeta larga.
Tejido blanco ribeteado con el color del claro del cielo reflejado en agua
cristalina. A sólo quince euros. Sí, me gustaban esos tenis. Un momento, aquí
los llaman zapatillas. Señalo, con ansiedad, fijándome más en el cartelito del
precio que en las características que tan fugazmente pasaron por algún
departamento secundario de mi cerebro. Señalo y espero, muy satisfecho. ¡Tío!―me digo―¡Te estás
superando como consumidor avispado!
Señalo
y no ocurre nada, los tenis (zapatillas), siguen en la estantería. Inmóviles,
mulliditos y blancos.
Y
ante mí, la dependienta: Idéntica a un personaje de novela gráfica, una diosa
sensual y apasionada de tiempos remotos. Vaya... jodidamente idéntica. Y ahí está,
con su camisa violeta chillón y su cara de calmada suficiencia. Flashback a la
diosa ilustrada, desnuda y exhibiendo sus atributos perfectos. La situación me
resultaba un tanto violenta, de alguna manera es como si ya hubiese visto en
pelotas a la chica delante de mí, ella niega con la cabeza. Un escalofrío, ¿sabe
en qué estoy pensando?
―Es que estas son de chica―me
dice.
Alzo
una ceja sin comprender, mirada de vuelta los tenis (zapatillas). Un rápido
barrido de esa parte secundaria y observadora de mi cerebro, el resto
concentrado en recrear escenas tridimensionales de la citada novela gráfica
usando a la dependienta como modelo. Sí, unos simples tenis de correr. No, no incluyen
de regalo ningún tipo de peto interior pectoral para chicas, a simple vista
nada que necesite de atributos sexuales femeninos para encajar. Las funciones no
fetichistas del pie humano, hasta dónde alcanza mi conocimiento, son unisex.
Sostener la postura erguida, apoyar la acción mecánica de caminar y correr. No...
por ahí no puede ir la cosa.
La
dependienta se agacha, emerge de nuevo y planta ante mí otro par, idéntico en
todo salvo en que su color blanco quedaba del todo aburrido y sin contraste. El
colorido ribeteado había desaparecido.
―Estos son los de chico, ¿ves?―me
dijo.
Primera
reacción de mi cerebro, lanzar una mirada al precio. Esta jodía me la quiere hacer. Pero no, siguen valiendo 15 euros. Y
por fin comprendo, más que anatómica, esta es una cuestión cromática. Sonrío a la
dependienta, diosa ilustrada en tres dimensiones, y cojo mi soso par de tenis
de correr blancos. El aguamarina no es color para chicos.
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