6 de octubre de 2015
         Estilizados y ligeros-(¡baratos!)-aerodinámicos, de aspecto mullido-(¡baratos!)-con lengüeta larga. Tejido blanco ribeteado con el color del claro del cielo reflejado en agua cristalina. A sólo quince euros. Sí, me gustaban esos tenis. Un momento, aquí los llaman zapatillas. Señalo, con ansiedad, fijándome más en el cartelito del precio que en las características que tan fugazmente pasaron por algún departamento secundario de mi cerebro. Señalo y espero, muy satisfecho. ¡Tío!―me digo―¡Te estás superando como consumidor avispado!

tenis de correr

         Señalo y no ocurre nada, los tenis (zapatillas), siguen en la estantería. Inmóviles, mulliditos y blancos.

         Y ante mí, la dependienta: Idéntica a un personaje de novela gráfica, una diosa sensual y apasionada de tiempos remotos. Vaya... jodidamente idéntica. Y ahí está, con su camisa violeta chillón y su cara de calmada suficiencia. Flashback a la diosa ilustrada, desnuda y exhibiendo sus atributos perfectos. La situación me resultaba un tanto violenta, de alguna manera es como si ya hubiese visto en pelotas a la chica delante de mí, ella niega con la cabeza. Un escalofrío, ¿sabe en qué estoy pensando?

―Es que estas son de chica―me dice.

         Alzo una ceja sin comprender, mirada de vuelta los tenis (zapatillas). Un rápido barrido de esa parte secundaria y observadora de mi cerebro, el resto concentrado en recrear escenas tridimensionales de la citada novela gráfica usando a la dependienta como modelo. Sí, unos simples tenis de correr. No, no incluyen de regalo ningún tipo de peto interior pectoral para chicas, a simple vista nada que necesite de atributos sexuales femeninos para encajar. Las funciones no fetichistas del pie humano, hasta dónde alcanza mi conocimiento, son unisex. Sostener la postura erguida, apoyar la acción mecánica de caminar y correr. No... por ahí no puede ir la cosa.

         La dependienta se agacha, emerge de nuevo y planta ante mí otro par, idéntico en todo salvo en que su color blanco quedaba del todo aburrido y sin contraste. El colorido ribeteado había desaparecido.

―Estos son los de chico, ¿ves?―me dijo.


         Primera reacción de mi cerebro, lanzar una mirada al precio. Esta jodía me la quiere hacer. Pero no, siguen valiendo 15 euros. Y por fin comprendo, más que anatómica, esta es una cuestión cromática. Sonrío a la dependienta, diosa ilustrada en tres dimensiones, y cojo mi soso par de tenis de correr blancos. El aguamarina no es color para chicos.