22 de octubre de 2013
El ritmo de actualización del blog ha cambiado drásticamente, pero estaba planeado así. Las primeras semanas fueron más intensas, pues necesitaba un mínimo de contenido para echarlo a andar. Ahora todo irá de manera más pausada, con una actualización cada semana o cada dos semanas, más o menos. (Aún no estoy seguro del ritmo que funcionará conmigo)

Sea como sea, ha contribuido además a disminuir este ritmo otro proyecto que de hecho nació antes del blog. Hablo de mi plan de autoedición de un pequeño libro de relatos. Ya tiene título, y (casi) portada, y el texto de contenido está pendiente de su revisión final. Pero aún no quiero hablar del libro en sí, se me ocurre que a modo de bitácora podría ir publicando los diversos pasos que voy haciendo en esta aventura. Y no lo hago sólo porque ahora no tengo ningún relato nuevo que subir :P



De hecho, sobre relatos, antes de que termine el mes habrá al menos un relato más (Internet es mi testigo y mi verdugo)


11 de octubre de 2013

La guerra que todos estaban esperando

         Aunque la estructura de los subsistemas inferiores soltaba los mismos crujidos metálicos, el mismo sonido del aire soplando entre las pasarelas suspendidas cincuenta metros sobre el agua, ahora a Fer le parecían presagiar el inminente desplome del Centenario. Era una sensación comprensible, teniendo en cuenta el sonido lejano y constante del barco de guerra desconocido, junto a las explosiones y disparos que retumbaban ocasionalmente.  

         Una vibración sacudió la pasarela por la que corrían, el técnico se aferró con fuerza al pasamanos metálico rugoso por el salitre y miró hacia abajo, al barco gris y amenazante que flotaba inmóvil sobre el azul del mar. Le parecía cada vez más grande.




―¿Quieres moverte? ¡Vamos!―le espetó Carlos, el soldado acompañó sus palabras de un golpe en el hombro de Fer. 
10 de octubre de 2013
Antes de que termine esta semana (como siempre, Internet es mi testigo) hay planeada una nueva entrega de relato corto para Ciudades del Futuro. Había pensado mantener un silencio de radio hasta ese momento, pero luego decidí que estaría bien amenizar esto con algo que no fuera un relato, y además me permitiera crear un pelín de hype (en el buen sentido)


4 de octubre de 2013

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         Hacía un calor infernal, no soplaba el viento y parecía que el mismo aire estaba hirviendo. El sol caía a plomo sobre las casas grises y las calles desiertas, el polvo llegado desde el Sahara tupía la atmósfera dándole al cielo un color beige. Al este apenas podían distinguirse en el horizonte los altos edificios apelotonados de la capital, el mar más allá era un sutil trazo de azul titilante tras la capa de tierra marrón y contaminación del aire.

Cuando Ann jadeaba tratando de introducir aire en sus pulmones lo que entraba era vapor caliente con sabor a tierra seca. Se detuvo y bajó la vista, tratando de salvar sus ojos de la luz cegadora. Se fijó en una brizna amarillenta que salía de una grieta del asfalto bajo sus botas marrones, sucias y maltratadas, como la brizna. Las grietas del asfalto y la acera estaban salpicadas de esqueletos resecos y amarillentos de las malas hierbas.
1 de octubre de 2013

El Centenario

         Carlos se asomó por encima del parapeto blindado de 1,20 y escupió a las centelleantes olas. Cincuenta metros por debajo de él las aguas azul profundo del Océano Atlántico se agitaban con crestas espumosas, como si trataran de alcanzar la masiva estructura del Puente. ¿Estaba furioso el mar, quizás? ¿Frustrado por la mano del hombre que una vez más le había desafiado? Eso le parecía a él, pero Carlos era un poco animista.

         Aquella mañana fría y húmeda el cielo estaba vacío, sin nubes, y de un azul pálido con tintes de ámbar. En días como aquellos podían verse claramente ambas islas en el horizonte. Carlos miró a izquierda y derecha, tratando de distinguir las siluetas de montañas entre la niebla, lejos a cada lado. Sonrió, y agarró el parapeto de metal salpicado de salitre como si con ello quisiera reforzar la sólida y masiva estructura.



El Puente Memorial Centenario conectaba las islas de Gran Canaria y Tenerife, una gruesa estructura flexible de más de sesenta y cinco kilómetros de titanio, acero y nanotubos de fibra de carbono. La gigantesca obra de ingeniería tenía un único pilar de soporte central en el kilómetro cuarenta (contando desde Santa Cruz). Lo habían construido hacía cincuenta y seis años, en un esfuerzo conjunto de ambas Federaciones, para marcar con su inauguración el centenario de la independencia, y para demostrar que podían hacerlo. De ahí su original y grandilocuente nombre, pero la mayoría de la gente se refería a él simplemente como El Centenario.