24 de noviembre de 2013


Llovía, y los truenos retumbaban en el cielo justo sobre la ciudad, confundiéndose con el ruido de las turbinas de los aviones que descendían sobre el aeropuerto en el extrarradio. La gente cruzaba las aceras de la avenida apretando el paso y haciendo equilibrios con paraguas demasiado frágiles para evitar que la espesa cortina de agua les empapara. Los coches detenidos en un semáforo pitaban y pitaban, sus motores generaban una nubecilla de humo que se condensaba con la humedad del aire.

         Ella lo observaba todo desde la penumbra entre los altos edificios de la avenida, a la entrada de uno de los estrechos callejones que desembocaba como afluente a la arteria principal de la ciudad. Los bloques grises grasientos y las carcasas de aparatos de ventilación oxidada le arropaban, casi le rodeaban, protegiéndole un poco del frío. La gente que pasaba por al lado ni siquiera se daba cuenta de que estaba allí, mucho menos de que estaba tiritando. Le dio igual, estaba acostumbrada a que la gente ni le mirase, a sentirse parte del mobiliario urbano, apenas un poco por encima de los bancos del parque en la jerarquía. 



Si la gente reparaba en ella, en el mejor de los casos le miraban por encima del hombro y se apretaban disimuladamente (o no tanto) las carteras en los bolsillos, o los bolsos, o lo que fuera que llevaban y consideraban de valor. Como ejercicio, ella procuraba devolverles la misma indiferencia.
5 de noviembre de 2013
Varias cosas, la primera y más importante es mi aparente (vale, real) retraso a la hora de seguir publicando contenido en el blog. La segunda es sobre el cierre y fin de la primera encuesta, algo de lo que me temo también voy a hablar un poco tarde. Pero como dijo ese gracioso controlador del muelle en Cazafantasmas 2: "no sé, es mejor tarde que nunca"