1 de octubre de 2013

El Centenario

         Carlos se asomó por encima del parapeto blindado de 1,20 y escupió a las centelleantes olas. Cincuenta metros por debajo de él las aguas azul profundo del Océano Atlántico se agitaban con crestas espumosas, como si trataran de alcanzar la masiva estructura del Puente. ¿Estaba furioso el mar, quizás? ¿Frustrado por la mano del hombre que una vez más le había desafiado? Eso le parecía a él, pero Carlos era un poco animista.

         Aquella mañana fría y húmeda el cielo estaba vacío, sin nubes, y de un azul pálido con tintes de ámbar. En días como aquellos podían verse claramente ambas islas en el horizonte. Carlos miró a izquierda y derecha, tratando de distinguir las siluetas de montañas entre la niebla, lejos a cada lado. Sonrió, y agarró el parapeto de metal salpicado de salitre como si con ello quisiera reforzar la sólida y masiva estructura.



El Puente Memorial Centenario conectaba las islas de Gran Canaria y Tenerife, una gruesa estructura flexible de más de sesenta y cinco kilómetros de titanio, acero y nanotubos de fibra de carbono. La gigantesca obra de ingeniería tenía un único pilar de soporte central en el kilómetro cuarenta (contando desde Santa Cruz). Lo habían construido hacía cincuenta y seis años, en un esfuerzo conjunto de ambas Federaciones, para marcar con su inauguración el centenario de la independencia, y para demostrar que podían hacerlo. De ahí su original y grandilocuente nombre, pero la mayoría de la gente se refería a él simplemente como El Centenario.  

         Cada vez que Carlos alzaba la vista a uno de los gruesos cables de nanotubos sentía un estremecimiento. No quería ni calcular la tensión que estaban soportando, ni el impacto cinético que resultaría si uno de ellos se soltaba bruscamente, no podía calcularlo de hecho. No era bueno estudiando, por eso se había metido a soldado. 

―”Kilo-cuarenta a Estación once, adelante”―la voz de la radio sonó a su espalda en la garita dónde la había dejado, dentro de un bolsillo del chaleco de kevlar.

         Carlos fue apresuradamente hasta la garita y forcejeó con el velcro hasta lograr sacar el pequeño transmisor de radio. Era una llamada del Mando, rutinaria, pero no había que hacerles esperar.

―Aquí Estación once, adelante Kilo-cuarenta.

―”Estación once, ¿todo bien por allí?

―Bien y aburrido, el tráfico fuerte no ha empezado a llegar―respondió él. Se asomó por el otro lado de la garita y miró los cuatro carriles vacíos para confirmar sus palabras.

―"Recibido, Estación once

―¿Eh, Toni, has visto ya la peli que te dije?...

        

        Una estructura tan vital, cara, compleja y enorme como El Centenario justificaba fácilmente contar con una fuerza de seguridad propia. El puente estaba protegido y vigilado por un pequeño ejército, una fuerza de doscientos efectivos apoyados por una dotación de patrulleras marítimas ligeras y vehículos de despegue vertical. 

         El Centro de Operaciones de la Fuerza Combinada estaba situado en el pilar central del puente, y recibía el sobrenombre de Kilo-Cuarenta (Km40). Desde allí se coordinaban los esfuerzos de las estaciones por mantener segura y en buen estado la estructura. Era vital, cara, y estaba en medio del Atlántico, así que un pequeño ejército propio no era desmedido.

La Fuerza Combinada operaba la seguridad del puente y mandaba sobre el papel, pero sin la subcontrata de La Compañía todo se vendría abajo, literalmente. Eran los cientos de técnicos e ingenieros de mantenimiento los que estaban siempre alerta ante cualquier riesgo de desperfecto, la auténtica primera línea de defensa. 

         Como cada mañana a las ocho Fer tenía que tomar el funicular de empleados desde Santa Cruz. No se había acostumbrado, aún después de tres años. La sola idea de estar suspendido a más de cuarenta metros, colgando de un cable (por mucho que ese cable pudiera soportar nosecuántos mil kilos) en un pequeño cubículo, le aterraba.

         Al funicular de empleados se accedía desde el lado derecho del pilar base, la enorme estructura en forma de arco alargado de cinco kilómetros de alto le daba vértigo con sólo mirarla, por suerte él nunca tenía que subir allá arriba. El arco megalítico estaba rodeado de tensores de alta resistencia y eclipsaba incluso a los más altos rascacielos de la capital. Cada vez que pensaba en su desazón por las alturas Fer se preguntaba por qué carajo trabajaba en un maldito puente colgante. 

         Por el dinero, claro, ¿por qué iba a ser? Subió al funicular con otros diez técnicos de mantenimiento, incluida Evangeline, su amor platónico. Él le dedicó una sonrisa estúpida y ocupó su asiento. Poco a poco el funicular se deslizó colgado de la cara inferior del puente, parando en las subestaciones: conjuntos de pasarelas, habitaciones y centros con maquinaria que componían las entrañas del Centenario. Las subestaciones eran el corazón del puente, dónde ellos trabajaban para asegurarse de que la tensión, las corrientes oceánicas y el riesgo de corrosión no mandaban al infierno una obra que había costado billones de créditos. 

         Subestación veinticinco, ahí le tocaba bajar a él. Se despidió de Evangeline con una mirada esquiva y tímida, <<eres todo un maestro de la seducción, imbécil>> pensó él, reprendiéndose. Caminó por la estrecha pasarela, mientras el olor a aceite, agua salada y electricidad estática le recibían como cada mañana, junto a los sonidos acostumbrados de chirridos, crujidos y alguna que otra gaviota despistada.

         Se sentó en la silla con un entusiasmo mecánico e introdujo sus credenciales en el terminal. Lo primero, como siempre, era comprobar los trabajos asignados. Fer se rascó el mentón, umm, todo rutinario, le gustaban los días rutinarios.

         Tardó sólo unos minutos en ponerse el mono de trabajo y dar tumbos por las pasarelas hasta una de las salas comunes para los empleados. El habitáculo estaba suspendido por gruesos remaches a la parte baja de una de las vigas de refuerzo del puente, y daba la sensación de estar construido a partir de un viejo contenedor de mercancías, al menos tenía la misma forma. La sala estaba vacía y olía a café, un altavoz escupía música monótona de la última emisora de radio en la que alguien lo había configurado.

―Argh, música de mierda―murmuró Fer, se apresuró a ensordecer la bachata y después fue a ponerse él mismo una infusión.

         Silencio, el lejano rumor del mar se entremezclaba con los ruidos del viento al pasar por la superestructura. Fer solitario, en uno de los raros momentos de paz en su trabajo, notando cada cinco minutos las sutiles vibraciones que arrastraban los monorraíles que transportaban mercancías entre las dos islas. 

<<Bip-bip-bip>>

         Apretó el botón de alarma de su reloj digital de muñeca y lo sacudió a modo de represalia, se incorporó y tiró su vaso de plástico vacío. Hora de empezar, manos a la obra.




STATUS: FAILURE

―¿Qué vienes a romper hoy?―preguntó Carlos con tono burlón.

         Fer lo miró, se encogió de hombros con una sonrisa incómoda y se apresuró a repetir su parte del saludo rutinario.

―¡Todo lo que pueda!

         El técnico de mantenimiento era un tipo flacucho y bajito, con barba y el pelo largo recogido en una coleta. Muy limpio, eso sí, Carlos a veces incluso se preguntaba si trabajaba, porque siempre llevaba el mono azul impecable y las manos limpias. Carlos volvió a sentarse en la garita y observó como Fer aseguraba metódicamente a un anclaje la cuerda de escalada que colgaba de su arnés de cintura, para después bajar por una escalera de mano.

         Era un poco obseso de la seguridad, ese Fer, teniendo en cuenta que sólo se iba a sentar en el borde para inspeccionar un panel de red. El soldado bostezó y se colocó bien la boina blanca ribeteada en azul marino, mientras contaba aburrido la cantidad de sedanes híbridos que aún cruzaban cada mañana.

         Fer observó en la pantalla del panel de red un gráfico de diagnóstico: las comunicaciones que aquella garita tenía activas con los demás nodos del puente. Nada raro, todo iba bien, sonrió y marcó con un visto el apartado correspondiente en su formulario de mantenimiento. Cuando levantó la mirada de nuevo hacia el panel, con la única intención de cerrarlo, las conexiones habían desaparecido y lo único que veía era una serie nada alentadora de “STATUS:FAILURE

―¡Eh! ¿Qué mierda tocaste?―escuchó gritar al soldado desde la garita.

         Fer tragó saliva, exacto, ¿qué mierda había tocado? Empezó a teclear en el panel, repasando metódicamente los escasos pasos de diagnóstico que conocía, miró a lo lejos hacia Santa Cruz, a la alta torre de la sede de La Compañía, como si quisiera llamar desde los lejanos edificios a alguien más experto. ¡Él no había tocado nada!

         La estructura del puente tembló con tanta intensidad que Fer se sacudió y tuvo que agarrarse al borde, pese a estar asegurado con la cuerda no quería experimentar una caída libre. Se incorporó con los ojos muy abiertos, ¿había retumbado una explosión? Cuando miró hacia arriba vio la cabeza del soldado que asomaba.

―Sube aquí, ¡rápido!―dijo Carlos, no sonaba a broma.

         Fer se encaramó por la escalerilla y se soltó el enganche del arnés, al mirar hacia el centro del puente vio una columna de humo. Sintió un escalofrío. Carlos, el soldado, ya estaba dentro de la garita dando manotazos al sistema de radio y a la pantalla del ordenador.

―¿Qué está pasando?―preguntó Fer al entrar.

―Dímelo tú. Ni la radio, ni la red, ni los teléfonos funcionan―se quejó Carlos, miraba al técnico como si tuviera que ser culpa suya.

         Fer se inclinó sobre la consola, apartó al soldado y empezó a teclear comandos de diagnóstico. Efectivamente, todo estaba muerto. Miró de reojo la pequeña voluta de humo cerca de Kilo-cuarenta.

―¿Y eso?―preguntó.

―No lo sé, nada bueno―respondió Carlos, ausente.

         El soldado, que era alto y con espalda y músculos de nadador, se había puesto el chaleco antibalas negro y la balaclava de protección en el cuello. Mientras abría el baúl con el casco con visor de apuntado incorporado, miró nervioso el armarito de seguridad con los fusiles de asalto. Fer estaba a punto de gritar de frustración, ¡él no había tocado nada! Y desde luego no había provocado una explosión.

―Oye, lo mejor será que vaya yo a la oficina de mantenimiento, a ver que saben allí, ¿okey?―dijo el técnico.

         Carlos se encogió de hombros, después salió para comprobar por qué cojones ya no pasaba tráfico. El peso del casco le reconfortó, las gafas protectoras incorporadas, polarizadas en negro, le ocultaban la mirada. En el display del visor de apuntado, dónde debería aparecer el sistema de radio, sólo veía “NULL”. Cuando se asomó desde la garita comprobó que las exclusas de seguridad estaban levantadas cerrando el paso a ambos lados del puente. Altas paredes de titanio cerámico capaces de contener incendios, vertidos químicos, incluso aguantaban impactos de munición de artillería.

         Esas exclusas no deberían estar cerradas, porque se controlaban desde la Estación once, su estación. Regresó y le dio una sacudida al técnico.

―Vete rápido, consígueme una radio y luego explícame por qué se han levantado las exclusas de bloqueo―dijo atropelladamente.

―Vale, ¡tranquilo!―gritó Fer, tratando de librarse del agarre del soldado, después dio un respingo―¿Que se han cerrado las QUÉ?

         Corrió al exterior para comprobarlo. Los cuatro carriles estaban vacíos, así como las dos vías de monorraíl centrales, cortado todo por los altos muros metálicos desplegables a izquierda y derecha. Ni tráfico desde o hacia las islas... Fer regresó apresuradamente a la garita para ir por la pasarela inferior hasta mantenimiento.

―Voy ya, a ver qué está pasando.

―Bien, date prisa, no tengo ni radio local―dijo Carlos dándose golpes en el casco.

         Cuando Fer estaba agarrándose al pasamanos de las escaleras metálicas, dispuesto a saltar los escalones de tres en tres, escuchó un zumbido agudo muy fuerte que casi le hizo estallar los tímpanos. Se encogió y miró al cielo. 

         Era un VTOL de combate, las turbinas rugían a cada lado de su fuselaje blindado en forma de cuña, en la parte inferior del morro una ametralladora se movía frenéticamente, buscando un objetivo. La aeronave de combate de las Fuerzas Combinadas sobrevoló el puente y se mantuvo estática junto al borde, sobre la Estación once. El soldado, Carlos, corrió para asomarse y empezó a gesticular haciendo señas, Fer se quedó quieto, observando la escena.

         <<Algo raro está pasando>> 

         Carlos hizo señas al piloto del Grinder para que se acercase, pero no estaba seguro ni de si podía verlo. Con aquel humo y el extraño bloqueo era lógico que lanzasen reconocimiento aéreo. ¡Una bengala, eso llamaría su atención! Empezó a rebuscar en los bolsillos de su chaleco. Las turbinas del Grinder gimieron y el aparato maniobró bruscamente para descender, se escuchó un martilleo sordo, la ametralladora frontal de la aeronave comenzó a escupir fuego contra un objetivo invisible.

         El soldado se asomó sobre el parapeto justo a tiempo para que la onda expansiva del Grinder alcanzado por un misil le diera en la cara, un flash de luz cegadora, calor y sabor a quemado que le arrojaron de espaldas al suelo. Fer le vio volar, escuchó la explosión y se temió lo peor, corrió hacia el hombre. 

―¿Que está pasando?―preguntó.

―¡Nos están atacando!―balbuceó Carlos entre toses, colocándose bien el casco.
         Fer le ayudó a incorporarse, el soldado le apartó de un empujón y corrió a la garita, directamente al armario de los fusiles de asalto. 

―¿Qué?―gritó el técnico.

Corrió a asomarse por el parapeto blindado y vio la nube de humo negro aún disipándose, le fue fácil distinguir también una hilera de vapor blancuzco, la del misil, y un rastro de humo negrísimo, el que había dejado el VTOL Grinder al desplomarse contra el océano. Vio algo más, en la lejanía, surcando las aguas, un enorme barco con la proa afilada y un decidido aspecto de buque de guerra, totalmente pintado de gris.

         Fer entró como un rayo en la garita.

―Se está acercando un barco de guerra―dijo.

―Tiene que ser el que derribó nuestro pájaro―respondió Carlos, comprobando apresuradamente el seguro del fusil de asalto y los cargadores de munición.

―¿Qué hacemos?

         Carlos se giró, agitado y con la cara enrojecida. 

―Lo que tendríamos que hacer es dar la alarma y contactar con el Mando, pero no podemos, porque el sistema está caído―señaló la pantalla de ordenador―Así que haz tu puto trabajo y consíguenos línea con Kilo-cuarenta, ¿sí?

         Fer asintió y se sentó una vez más delante de la pantalla, temblando. Tecleó comandos, trató de comprender, pero nada tenía sentido, lo único que recibía, en cada consulta, era <<STATUS: FAIL>> Se levantó violentamente de la silla y golpeó la pantalla.

―¡Joder! ¡Mierda!―se giró para mirar a Carlos, que sostenía en ambas manos el fusil y miraba por la ventana que daba al puente―¡Yo no puedo hacer nada! ¡Soy ingeniero mecánico! Si la parte de informática la saqué con un cursillo de cincuenta horas, ¡cojones!

         El soldado se encogió de hombros, en silencio.

―Voy a ir a mantenimiento, allí tienen que saber algo, ¿sí? Voy a traer a alguien que pueda ayudarnos―dijo el técnico.

         Carlos asintió.

―Vale, pero date prisa, y ten los ojos abiertos.
         Oh claro, como si Fer fuera a llevarlos cerrados...



La doble a

         Fer jamás había recorrido las pasarelas inferiores tan rápido en su vida, ni con tanto cuidado a la vez. Iba un poco como un gato, muy atento, apresuradamente y con una elegancia nacida del contoneo para mantener el equilibrio. En los gatos quedaba mucho mejor.

         Allí abajo no parecía que estuviera pasando nada, salvo por las señales rojas parpadeantes en los LED de estado de todos los paneles. Cuando por fin llegó a la sala común el instinto le dijo que entrase despacio, muy despacio. Escuchó pasos de botas en el suelo metálico, y sollozos. Se asomó con todo el sigilo del que era capaz por una rendija de ventilación.

         Lo hizo justo en el momento en el que una mano apretaba una pistola contra la sien de uno de los técnicos y le volaba la cabeza. Un estruendo y un spray de sangre con grumos espesos. Fer ahogó un grito y no quiso ni ver quién era el asesino, se deslizó nuevamente por las pasarelas y, ahora sí, fue más rápido que nunca. Regresó a la garita sin aliento, jadeando y con los ojos llorosos.

―¡Le han volado la cabeza!―balbuceó.

         Carlos se giró y arqueó las cejas.

―¿Qué?

―¡Que a un tipo le acaban de volar la cabeza, en mantenimiento!

―¿Era un militar, un soldado? ¿Qué aspecto tenía?

―¡Ya te dije que era un técnico de mantenimiento!

―¡El que disparó, gilipollas! ¿Qué aspecto tenía?

         Fer se encogió de hombros y por primera vez se preocupó en pensar.

―Sólo vi la mano y la pistola, llevaba guantes negros y la manga tenía camuflaje gris y negro.

         Carlos comprobó una vez más los ordenadores, después se asomó por el parapeto exterior y señaló al mar. Allí abajo el buque de guerra desconocido mantenía su posición a menos de un kilómetro del puente. Podía verse bien, casi podían distinguirse los ventanales negros blindados del puente, y los cañones gatling automáticos de defensa en punto de los laterales. Lo que ni Carlos ni Fer podían ver era bandera alguna, o número de servicio en la proa.

―Es un crucero de misiles pesados, mira las vainas―Carlos señaló al buque, y Fer asintió fijándose en los enormes tubos grises que tenía a los laterales del cuerpo principal, en proa y popa.

―La virgen, ¿entonces nos están atacando?

         Carlos le miró con una sonrisa sardónica.

―No eres un tipo muy listo, ¿verdad?

―Soy ingeniero―se defendió Fer―Y tú, soldado, deberías estar yendo a cargarte al hijo de puta que hay en mantenimiento.

         Carlos negó con la cabeza después de mirar la escalera de mano para descender a los subniveles.

―No, no sabemos cuántos son, mejor quedarnos aquí, si alguno asoma la cabeza, se la agujereo―sostuvo en alto el fusil para darle énfasis a sus palabras. El casco con las gafas protectoras negras, y su expresión, le dieron un aspecto chulesco exasperante. 

         Fer se dejó caer contra el parapeto blindado, mientras se escuchaba de fondo algún que otro disparo aislado.

―Esto es un ataque general, ¿quién coño son? ¿España?―especuló.

―Nah, ahora son nuestros aliados. Además sólo les quedaron dos submarinos de mierda después de la última ronda con Reino Unido por Gibraltar...―dijo Carlos, negando con la cabeza.

―¿El Marruecos?

         De fondo podía escucharse, entre las olas y los crujidos de la estructura, un sonido característico, como un zumbido constante. La maquinaria del buque de guerra cercano. Ante la pregunta de Fer el soldado ladeó la cabeza.

―No lo sé, no lo creo, en realidad. Son nuestro mejor cliente y están tan interesados como nosotros en mantener tranquilo este sector del Atlántico... no... no tendría sentido.

―¿Entonces quién cojones son?―dijo Fer con voz desgarrada.

―¡No lo sé, si quieres le pregunto al próximo que vea, antes de que intente matarnos!―cortó Carlos.

         El soldado se asomó de nuevo al parapeto y miró el buque de guerra. Oh joder, si tuviera un lanzacohetes, o un mortero, cualquier cosa con la que aguijonear ese maldito barco. Además, ¿por qué no les había disparado? El Centenario era resistente, pero con un par de salvas de las vainas de misiles pesados los daños serían graves, irreparables. 

Quizás no querían destruirlo, si no conquistarlo. Miró al cielo, no había escuchado ni visto ningún otro Grinder, y eso que en el Puente debía haber unos cinco más operativos y listos para entrar en acción. Negó con la cabeza, no les podían haber cortado las alas tan rápido, no les podían haber jodido todas las opciones.

―De todas formas todos estos fuegos artificiales tienen que verse desde las islas―murmuró Fer, mirando a la columna de humo sobre Kilo-cuarenta.

         Carlos asintió, tenía razón. En Santa Cruz debería haber dos baterías largo alcance capaces de cargarse ese buque con un disparo de gauss. No tenía sentido pensar en eso, aún no sabían ni la magnitud del ataque.

―Oye, dime, ingeniero, por qué no tenemos comunicaciones, ni enlace. ¿Estamos aislados, qué está pasando?

         Fer reflexionó un momento, rascándose la barba.

―Tienen que estar bloqueando las comunicaciones activamente, o han freído la circuitería con un pulso EMP. Pero voto por el bloqueo activo, tenemos sistemas protegidos contra pulsos EMP, y también se han caído esos. Aparte de eso, deben haber colgado y destrozado todo el sistema informático con algún cyberataque.

         Carlos señaló una vez más al buque.

―¿Puede ser ese cabrón? Mira las antenas.

         Fer se asomó y negó con la cabeza.

―No, no creo que tenga la potencia, quiero decir, no soy un experto... pero este bloqueo tiene toda la pinta de ser por satélite―volvió a la garita, Carlos le siguió―Igual puedo hacer que algo vuelva a funcionar, o encontrar un canal que haya quedado abierto, estos tienen que estarse comunicando.

―¿Podrías?

―Bueno, vale la pena intentarlo.

         Fer empezó a recordar cada truco que había aprendido, después tuvo que empezar a inventarse nuevos. Diez minutos después estaba desatornillando una placa del repetidor de radio con la intención de resetear la configuración de software a la original por defecto. Puso cara de incrédulo cuando funcionó, por desgracia no tenían comunicación con ningún otro puesto, ni tenían alcance para llegar a ninguna de las islas. Las interferencias eran tan fuertes que el repetidor apenas tenía una circunferencia de alcance de seiscientos metros. 

―Ya es algo―dijo Carlos con alivio, pero Fer sabía que ese algo no era nada, en realidad. ¿De qué te sirve poder emitir, si nadie puede escucharte? ¿De qué te sirve poder escuchar, si nadie puede emitir?

         Bueno, pues igual te sirve para captar una señal de radio muy extraña, que suena como las cacofonías agudas y chirriantes de las películas de terror. Ambos se inclinaron sobre el altavoz, esperando distinguir una voz ronca dando órdenes, pero no fue así.

―¿Qué es ese ruido?―preguntó Carlos.

         Fer ladeó la cabeza y se rascó la barba, pensativo una vez más. No lo sabía, ¿o sí? Su subconsciente le decía que sí, poco a poco fue empujando un recuerdo tras otro, hasta recordar unos artículos en internet sobre señales de radio misteriosas. Por supuesto el artículo se encargaba de quitarles el misterio y explicar el origen, recordó una en particular. Sintió un escalofrío y empezó a teclear comandos con la intención de tratar de captar el origen de la señal, sin éxito.

―Eh... esto te va a sonar raro―empezó el técnico.

―Ya nada me puede sonar raro.

―Una vez leí sobre señales de radio extrañas, el patrón de esta señal es―miró las gráficas una vez más―Muy parecido a un tipo concreto de fantasma de señal. No es una señal de radio, es una interferencia de apuntado...

―En cristiano, tío.

―Que algo nos está apuntando con radar, y eso es lo que está haciendo el ruido de la radio. Algo... nos apunta con radar... 

―¿Un arma? ¿El puto crucero de misiles?―preguntó el soldado.

―No lo sé...

         Carlos se alejó de la garita y volvió a mirar al crucero, miró a ambos lados del puente, buscando más gente, alguien de seguridad, alguien de los suyos. Fer llegó a su lado. 

―Tenemos que avisar al Ejército Confederal, dar la alerta, si logramos dar el aviso en dos horas habrán aquí cinco destructores de la doble a―dijo el soldado.

         ¿La Alianza Africana? Fer se estremeció, por alguna razón que se metiera uno de los grandes bloques geopolíticos no le tranquilizaba en absoluto. El sistema de interacción entre naciones iniciado por la OTAN, la Commonwealth y el Pacto de Varsovia se había extendido y diversificado con la entrada de otros jugadores de peso, como la Alianza Africana y Asia Unida. Ahora, por primera vez en siglos, ese sistema casi funcionaba. Realmente al haber tantos ejércitos supranacionales se evitaban las guerras, porque ningún bloque quería medirse con los demás.

         Pero sí, necesitaban buques, y aviones, y todo lo que hiciera falta, y si era la doble a la primera que podía llegar, reforzar al Ejército Confederal y estabilizar la situación, pues había que llamar a la doble a. Miró la torre central lejana del puente, para contactar con la doble a tenían que llegar a las islas, o al repetidor central.

―Propongo ir por los subsistemas, las pasarelas inferiores, y tratar de llegar hasta Kilo-cuarenta. Quizás no le han dado tan fuerte, quizás podemos pedir ayuda―dijo Fer

         Carlos acarició la mira ACOG de su fusil y asintió. Al fin y al cabo, si escuchaban disparos, es porque alguien aún estaba oponiendo resistencia.

―Sí, joder, vamos antes de que las cosas se pongan feas de verdad.
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3 comentarios:

lnnrt dijo...

Me gusta la tensión de no saber la naturaleza real de la amenaza.

Una pergunta, ¿La continuación va a ser en este mismo blog o fuera de él?

Abián G. Rodríguez dijo...

Mi plan es continuarlo en el blog, sí. Si se complicase demasiado (que tiene pinta) en un par de entregas sucesivas y enlazadas :)

lnnrt dijo...

¡Bien! Entonces estaré atento a la continuación.

Un saludo!