1 de octubre de 2013
19:53
El Centenario
Carlos se asomó por encima del parapeto
blindado de 1,20 y escupió a las centelleantes olas. Cincuenta metros por
debajo de él las aguas azul profundo del Océano Atlántico se agitaban con
crestas espumosas, como si trataran de alcanzar la masiva estructura del Puente. ¿Estaba furioso el mar, quizás?
¿Frustrado por la mano del hombre que una vez más le había desafiado? Eso le
parecía a él, pero Carlos era un poco animista.
Aquella mañana fría y húmeda el cielo
estaba vacío, sin nubes, y de un azul pálido con tintes de ámbar. En días como
aquellos podían verse claramente ambas islas en el horizonte. Carlos miró a
izquierda y derecha, tratando de distinguir las siluetas de montañas entre la
niebla, lejos a cada lado. Sonrió, y agarró el parapeto de metal salpicado de
salitre como si con ello quisiera reforzar la sólida y masiva estructura.
El
Puente Memorial Centenario conectaba
las islas de Gran Canaria y Tenerife, una gruesa estructura flexible de más de
sesenta y cinco kilómetros de titanio, acero y nanotubos de fibra de carbono. La
gigantesca obra de ingeniería tenía un único pilar de soporte central en el
kilómetro cuarenta (contando desde Santa Cruz). Lo habían construido hacía
cincuenta y seis años, en un esfuerzo conjunto de ambas Federaciones, para
marcar con su inauguración el centenario
de la independencia, y para demostrar que podían hacerlo. De ahí su
original y grandilocuente nombre, pero la mayoría de la gente se refería a él
simplemente como El Centenario.
Cada vez que Carlos alzaba la vista a
uno de los gruesos cables de nanotubos sentía un estremecimiento. No quería ni calcular
la tensión que estaban soportando, ni el impacto cinético que resultaría si uno
de ellos se soltaba bruscamente, no podía calcularlo de hecho. No era bueno
estudiando, por eso se había metido a soldado.
―”Kilo-cuarenta
a Estación once, adelante”―la voz de la radio sonó a su espalda en la
garita dónde la había dejado, dentro de un bolsillo del chaleco de kevlar.
Carlos
fue apresuradamente hasta la garita y forcejeó con el velcro hasta lograr sacar
el pequeño transmisor de radio. Era una llamada del Mando, rutinaria, pero no
había que hacerles esperar.
―Aquí Estación once, adelante Kilo-cuarenta.
―”Estación
once, ¿todo bien por allí?”
―Bien y aburrido, el tráfico fuerte no ha
empezado a llegar―respondió él. Se asomó por el otro lado de la garita y miró los
cuatro carriles vacíos para confirmar sus palabras.
―"Recibido,
Estación once”
―¿Eh, Toni, has visto ya la peli que te
dije?...
Una
estructura tan vital, cara, compleja y enorme como El Centenario justificaba
fácilmente contar con una fuerza de seguridad propia. El puente estaba
protegido y vigilado por un pequeño ejército, una fuerza de doscientos
efectivos apoyados por una dotación de patrulleras marítimas ligeras y vehículos
de despegue vertical.
El
Centro de Operaciones de la Fuerza Combinada estaba situado en el pilar central
del puente, y recibía el sobrenombre de Kilo-Cuarenta (Km40). Desde allí se
coordinaban los esfuerzos de las estaciones por mantener segura y en buen
estado la estructura. Era vital, cara, y estaba en medio del Atlántico, así que
un pequeño ejército propio no era desmedido.
La Fuerza Combinada operaba
la seguridad del puente y mandaba sobre el papel, pero sin la subcontrata de La
Compañía todo se vendría abajo, literalmente. Eran los cientos de técnicos e
ingenieros de mantenimiento los que estaban siempre alerta ante cualquier
riesgo de desperfecto, la auténtica primera línea de defensa.
Como cada mañana a las ocho Fer tenía que tomar el funicular de
empleados desde Santa Cruz. No se había acostumbrado, aún después de tres años.
La sola idea de estar suspendido a más de cuarenta metros, colgando de un cable
(por mucho que ese cable pudiera soportar nosecuántos
mil kilos) en un pequeño cubículo, le aterraba.
Al funicular de empleados se accedía
desde el lado derecho del pilar base, la enorme estructura en forma de arco
alargado de cinco kilómetros de alto le daba vértigo con sólo mirarla, por
suerte él nunca tenía que subir allá arriba. El arco megalítico estaba rodeado
de tensores de alta resistencia y eclipsaba incluso a los más altos rascacielos
de la capital. Cada vez que pensaba en su desazón por las alturas Fer se preguntaba por qué carajo
trabajaba en un maldito puente colgante.
Por el dinero, claro, ¿por qué iba a
ser? Subió al funicular con otros diez técnicos de mantenimiento, incluida Evangeline,
su amor platónico. Él le dedicó una sonrisa estúpida y ocupó su asiento. Poco a
poco el funicular se deslizó colgado de la cara inferior del puente, parando en
las subestaciones: conjuntos de pasarelas, habitaciones y centros con
maquinaria que componían las entrañas del Centenario. Las subestaciones eran el
corazón del puente, dónde ellos trabajaban para asegurarse de que la tensión,
las corrientes oceánicas y el riesgo de corrosión no mandaban al infierno una
obra que había costado billones de créditos.
Subestación veinticinco, ahí le tocaba
bajar a él. Se despidió de Evangeline con una mirada esquiva y tímida, <<eres
todo un maestro de la seducción, imbécil>> pensó él, reprendiéndose. Caminó
por la estrecha pasarela, mientras el olor a aceite, agua salada y electricidad
estática le recibían como cada mañana, junto a los sonidos acostumbrados de
chirridos, crujidos y alguna que otra gaviota despistada.
Se sentó en la silla con un entusiasmo
mecánico e introdujo sus credenciales en el terminal. Lo primero, como siempre,
era comprobar los trabajos asignados. Fer
se rascó el mentón, umm, todo rutinario, le gustaban los días rutinarios.
Tardó sólo unos minutos en ponerse el
mono de trabajo y dar tumbos por las pasarelas hasta una de las salas comunes
para los empleados. El habitáculo estaba suspendido por gruesos remaches a la
parte baja de una de las vigas de refuerzo del puente, y daba la sensación de
estar construido a partir de un viejo contenedor de mercancías, al menos tenía
la misma forma. La sala estaba vacía y olía a café, un altavoz escupía música
monótona de la última emisora de radio en la que alguien lo había configurado.
―Argh, música de mierda―murmuró Fer,
se apresuró a ensordecer la bachata y después fue a ponerse él mismo una
infusión.
Silencio, el lejano rumor del mar se
entremezclaba con los ruidos del viento al pasar por la superestructura. Fer
solitario, en uno de los raros momentos de paz en su trabajo, notando cada
cinco minutos las sutiles vibraciones que arrastraban los monorraíles que
transportaban mercancías entre las dos islas.
<<Bip-bip-bip>>
Apretó el botón de alarma de su reloj digital
de muñeca y lo sacudió a modo de represalia, se incorporó y tiró su vaso de
plástico vacío. Hora de empezar, manos a la obra.
STATUS:
FAILURE
―¿Qué vienes a romper hoy?―preguntó Carlos con
tono burlón.
Fer lo miró, se encogió de hombros con
una sonrisa incómoda y se apresuró a repetir su parte del saludo rutinario.
―¡Todo lo que pueda!
El técnico de mantenimiento era un tipo
flacucho y bajito, con barba y el pelo largo recogido en una coleta. Muy
limpio, eso sí, Carlos a veces incluso se preguntaba si trabajaba, porque
siempre llevaba el mono azul impecable y las manos limpias. Carlos volvió a
sentarse en la garita y observó como Fer
aseguraba metódicamente a un anclaje la cuerda de escalada que colgaba de su
arnés de cintura, para después bajar por una escalera de mano.
Era un poco obseso de la seguridad, ese
Fer, teniendo en cuenta que sólo se
iba a sentar en el borde para inspeccionar un panel de red. El soldado bostezó
y se colocó bien la boina blanca ribeteada en azul marino, mientras contaba
aburrido la cantidad de sedanes híbridos que aún cruzaban cada mañana.
Fer
observó en la pantalla del panel de red un gráfico de diagnóstico: las
comunicaciones que aquella garita tenía activas con los demás nodos del puente.
Nada raro, todo iba bien, sonrió y marcó con un visto el apartado correspondiente en su formulario de
mantenimiento. Cuando levantó la mirada de nuevo hacia el panel, con la única
intención de cerrarlo, las conexiones habían desaparecido y lo único que veía
era una serie nada alentadora de “STATUS:FAILURE”
―¡Eh! ¿Qué mierda tocaste?―escuchó gritar al
soldado desde la garita.
Fer tragó saliva, exacto, ¿qué mierda
había tocado? Empezó a teclear en el panel, repasando metódicamente los escasos
pasos de diagnóstico que conocía, miró a lo lejos hacia Santa Cruz, a la alta
torre de la sede de La Compañía, como si quisiera llamar desde los lejanos
edificios a alguien más experto. ¡Él no había tocado nada!
La estructura del puente tembló con
tanta intensidad que Fer se sacudió y
tuvo que agarrarse al borde, pese a estar asegurado con la cuerda no quería
experimentar una caída libre. Se incorporó con los ojos muy abiertos, ¿había
retumbado una explosión? Cuando miró hacia arriba vio la cabeza del soldado que
asomaba.
―Sube aquí, ¡rápido!―dijo Carlos, no sonaba a
broma.
Fer se encaramó por la escalerilla y se
soltó el enganche del arnés, al mirar hacia el centro del puente vio una
columna de humo. Sintió un escalofrío. Carlos, el soldado, ya estaba dentro de
la garita dando manotazos al sistema de radio y a la pantalla del ordenador.
―¿Qué está pasando?―preguntó Fer al entrar.
―Dímelo tú. Ni la radio, ni la red, ni los
teléfonos funcionan―se quejó Carlos, miraba al técnico como si tuviera que ser
culpa suya.
Fer se inclinó sobre la consola, apartó
al soldado y empezó a teclear comandos de diagnóstico. Efectivamente, todo
estaba muerto. Miró de reojo la pequeña voluta de humo cerca de Kilo-cuarenta.
―¿Y eso?―preguntó.
―No lo sé, nada bueno―respondió Carlos, ausente.
El
soldado, que era alto y con espalda y músculos de nadador, se había puesto el
chaleco antibalas negro y la balaclava de protección en el cuello. Mientras
abría el baúl con el casco con visor de apuntado incorporado, miró nervioso el
armarito de seguridad con los fusiles de asalto. Fer estaba a punto de gritar de frustración, ¡él no había tocado
nada! Y desde luego no había provocado una explosión.
―Oye, lo mejor será que vaya yo a la oficina
de mantenimiento, a ver que saben allí, ¿okey?―dijo
el técnico.
Carlos
se encogió de hombros, después salió para comprobar por qué cojones ya no
pasaba tráfico. El peso del casco le reconfortó, las gafas protectoras incorporadas,
polarizadas en negro, le ocultaban la mirada. En el display del visor de apuntado, dónde debería aparecer el sistema de
radio, sólo veía “NULL”. Cuando se asomó desde
la garita comprobó que las exclusas de seguridad estaban levantadas cerrando el
paso a ambos lados del puente. Altas paredes de titanio cerámico capaces de
contener incendios, vertidos químicos, incluso aguantaban impactos de munición
de artillería.
Esas
exclusas no deberían estar cerradas, porque se controlaban desde la Estación
once, su estación. Regresó y le dio
una sacudida al técnico.
―Vete rápido, consígueme una radio y luego
explícame por qué se han levantado las exclusas de bloqueo―dijo
atropelladamente.
―Vale, ¡tranquilo!―gritó Fer, tratando de librarse del agarre del soldado, después dio un
respingo―¿Que se han cerrado las QUÉ?
Corrió
al exterior para comprobarlo. Los cuatro carriles estaban vacíos, así como las
dos vías de monorraíl centrales, cortado todo por los altos muros metálicos
desplegables a izquierda y derecha. Ni tráfico desde o hacia las islas... Fer regresó apresuradamente a la garita
para ir por la pasarela inferior hasta mantenimiento.
―Voy ya, a ver qué está pasando.
―Bien, date prisa, no tengo ni radio local―dijo
Carlos dándose golpes en el casco.
Cuando
Fer estaba agarrándose al pasamanos
de las escaleras metálicas, dispuesto a saltar los escalones de tres en tres,
escuchó un zumbido agudo muy fuerte que casi le hizo estallar los tímpanos. Se
encogió y miró al cielo.
Era
un VTOL de combate, las turbinas rugían a cada lado de su fuselaje blindado en
forma de cuña, en la parte inferior del morro una ametralladora se movía
frenéticamente, buscando un objetivo. La aeronave de combate de las Fuerzas
Combinadas sobrevoló el puente y se mantuvo estática junto al borde, sobre la
Estación once. El soldado, Carlos, corrió para asomarse y empezó a gesticular
haciendo señas, Fer se quedó quieto,
observando la escena.
<<Algo
raro está pasando>>
Carlos
hizo señas al piloto del Grinder para
que se acercase, pero no estaba seguro ni de si podía verlo. Con aquel humo y
el extraño bloqueo era lógico que lanzasen reconocimiento aéreo. ¡Una bengala,
eso llamaría su atención! Empezó a rebuscar en los bolsillos de su chaleco. Las
turbinas del Grinder gimieron y el
aparato maniobró bruscamente para descender, se escuchó un martilleo sordo, la
ametralladora frontal de la aeronave comenzó a escupir fuego contra un objetivo
invisible.
El
soldado se asomó sobre el parapeto justo a tiempo para que la onda expansiva
del Grinder alcanzado por un misil le
diera en la cara, un flash de luz cegadora, calor y sabor a quemado que le arrojaron
de espaldas al suelo. Fer le vio
volar, escuchó la explosión y se temió lo peor, corrió hacia el hombre.
―¿Que está pasando?―preguntó.
―¡Nos están atacando!―balbuceó Carlos entre
toses, colocándose bien el casco.
Fer le ayudó a incorporarse, el soldado
le apartó de un empujón y corrió a la garita, directamente al armario de los
fusiles de asalto.
―¿Qué?―gritó el técnico.
Corrió a asomarse por el
parapeto blindado y vio la nube de humo negro aún disipándose, le fue fácil
distinguir también una hilera de vapor blancuzco, la del misil, y un rastro de
humo negrísimo, el que había dejado el VTOL Grinder
al desplomarse contra el océano. Vio algo más, en la lejanía, surcando las
aguas, un enorme barco con la proa afilada y un decidido aspecto de buque de
guerra, totalmente pintado de gris.
Fer entró como un rayo en la garita.
―Se está acercando un barco de guerra―dijo.
―Tiene que ser el que derribó nuestro pájaro―respondió
Carlos, comprobando apresuradamente el seguro del fusil de asalto y los
cargadores de munición.
―¿Qué hacemos?
Carlos
se giró, agitado y con la cara enrojecida.
―Lo que tendríamos que hacer es dar la alarma
y contactar con el Mando, pero no podemos, porque el sistema está caído―señaló
la pantalla de ordenador―Así que haz tu puto trabajo y consíguenos línea con Kilo-cuarenta,
¿sí?
Fer asintió y se sentó una vez más
delante de la pantalla, temblando. Tecleó comandos, trató de comprender, pero
nada tenía sentido, lo único que recibía, en cada consulta, era <<STATUS: FAIL>> Se levantó
violentamente de la silla y golpeó la pantalla.
―¡Joder! ¡Mierda!―se giró para mirar a Carlos,
que sostenía en ambas manos el fusil y miraba por la ventana que daba al puente―¡Yo
no puedo hacer nada! ¡Soy ingeniero mecánico! Si la parte de informática la
saqué con un cursillo de cincuenta horas, ¡cojones!
El
soldado se encogió de hombros, en silencio.
―Voy a ir a mantenimiento, allí tienen que
saber algo, ¿sí? Voy a traer a alguien que pueda ayudarnos―dijo el técnico.
Carlos
asintió.
―Vale, pero date prisa, y ten los ojos
abiertos.
Oh
claro, como si Fer fuera a llevarlos
cerrados...
La
doble a
Fer jamás había recorrido las pasarelas
inferiores tan rápido en su vida, ni con tanto cuidado a la vez. Iba un poco
como un gato, muy atento, apresuradamente y con una elegancia nacida del
contoneo para mantener el equilibrio. En los gatos quedaba mucho mejor.
Allí
abajo no parecía que estuviera pasando nada, salvo por las señales rojas
parpadeantes en los LED de estado de todos los paneles. Cuando por fin llegó a
la sala común el instinto le dijo que entrase despacio, muy despacio. Escuchó
pasos de botas en el suelo metálico, y sollozos. Se asomó con todo el sigilo
del que era capaz por una rendija de ventilación.
Lo
hizo justo en el momento en el que una mano apretaba una pistola contra la sien
de uno de los técnicos y le volaba la cabeza. Un estruendo y un spray de sangre
con grumos espesos. Fer ahogó un
grito y no quiso ni ver quién era el asesino, se deslizó nuevamente por las pasarelas
y, ahora sí, fue más rápido que nunca. Regresó a la garita sin aliento,
jadeando y con los ojos llorosos.
―¡Le han volado la cabeza!―balbuceó.
Carlos
se giró y arqueó las cejas.
―¿Qué?
―¡Que a un tipo le acaban de volar la cabeza,
en mantenimiento!
―¿Era un militar, un soldado? ¿Qué aspecto
tenía?
―¡Ya te dije que era un técnico de
mantenimiento!
―¡El que disparó, gilipollas! ¿Qué aspecto
tenía?
Fer se encogió de hombros y por primera
vez se preocupó en pensar.
―Sólo vi la mano y la pistola, llevaba guantes
negros y la manga tenía camuflaje gris y negro.
Carlos
comprobó una vez más los ordenadores, después se asomó por el parapeto exterior
y señaló al mar. Allí abajo el buque de guerra desconocido mantenía su posición
a menos de un kilómetro del puente. Podía verse bien, casi podían distinguirse
los ventanales negros blindados del puente, y los cañones gatling automáticos de defensa
en punto de los laterales. Lo que ni Carlos ni Fer podían ver era bandera alguna, o número de servicio en la proa.
―Es un crucero de misiles pesados, mira las
vainas―Carlos señaló al buque, y Fer
asintió fijándose en los enormes tubos grises que tenía a los laterales del
cuerpo principal, en proa y popa.
―La virgen, ¿entonces nos están atacando?
Carlos
le miró con una sonrisa sardónica.
―No eres un tipo muy listo, ¿verdad?
―Soy ingeniero―se defendió Fer―Y tú, soldado, deberías estar yendo a cargarte al hijo de puta que hay en
mantenimiento.
Carlos
negó con la cabeza después de mirar la escalera de mano para descender a los
subniveles.
―No, no sabemos cuántos son, mejor quedarnos
aquí, si alguno asoma la cabeza, se la agujereo―sostuvo en alto el fusil para
darle énfasis a sus palabras. El casco con las gafas protectoras negras, y su
expresión, le dieron un aspecto chulesco exasperante.
Fer se dejó caer contra el parapeto
blindado, mientras se escuchaba de fondo algún que otro disparo aislado.
―Esto es un ataque general, ¿quién coño son?
¿España?―especuló.
―Nah, ahora son nuestros aliados. Además sólo
les quedaron dos submarinos de mierda después de la última ronda con Reino
Unido por Gibraltar...―dijo Carlos, negando con la cabeza.
―¿El Marruecos?
De
fondo podía escucharse, entre las olas y los crujidos de la estructura, un
sonido característico, como un zumbido constante. La maquinaria del buque de
guerra cercano. Ante la pregunta de Fer
el soldado ladeó la cabeza.
―No lo sé, no lo creo, en realidad. Son
nuestro mejor cliente y están tan interesados como nosotros en mantener
tranquilo este sector del Atlántico... no... no tendría sentido.
―¿Entonces quién cojones son?―dijo Fer con voz desgarrada.
―¡No lo sé, si quieres le pregunto al próximo
que vea, antes de que intente matarnos!―cortó Carlos.
El
soldado se asomó de nuevo al parapeto y miró el buque de guerra. Oh joder, si
tuviera un lanzacohetes, o un mortero, cualquier cosa con la que aguijonear ese
maldito barco. Además, ¿por qué no les había disparado? El Centenario era resistente, pero con un par de salvas de las
vainas de misiles pesados los daños serían graves, irreparables.
Quizás no querían
destruirlo, si no conquistarlo. Miró al cielo, no había escuchado ni visto
ningún otro Grinder, y eso que en el
Puente debía haber unos cinco más operativos y listos para entrar en acción.
Negó con la cabeza, no les podían haber cortado las alas tan rápido, no les
podían haber jodido todas las opciones.
―De todas formas todos estos fuegos
artificiales tienen que verse desde las islas―murmuró Fer, mirando a la columna de humo sobre Kilo-cuarenta.
Carlos
asintió, tenía razón. En Santa Cruz debería haber dos baterías largo alcance capaces
de cargarse ese buque con un disparo de gauss.
No tenía sentido pensar en eso, aún no sabían ni la magnitud del ataque.
―Oye, dime, ingeniero, por qué no tenemos comunicaciones, ni enlace. ¿Estamos
aislados, qué está pasando?
Fer reflexionó un momento, rascándose la
barba.
―Tienen que estar bloqueando las
comunicaciones activamente, o han freído la circuitería con un pulso EMP. Pero
voto por el bloqueo activo, tenemos sistemas protegidos contra pulsos EMP, y
también se han caído esos. Aparte de eso, deben haber colgado y destrozado todo
el sistema informático con algún cyberataque.
Carlos
señaló una vez más al buque.
―¿Puede ser ese cabrón? Mira las antenas.
Fer se asomó y negó con la cabeza.
―No, no creo que tenga la potencia, quiero
decir, no soy un experto... pero este bloqueo tiene toda la pinta de ser por
satélite―volvió a la garita, Carlos le siguió―Igual puedo hacer que algo vuelva
a funcionar, o encontrar un canal que haya quedado abierto, estos tienen que
estarse comunicando.
―¿Podrías?
―Bueno, vale la pena intentarlo.
Fer empezó a recordar cada truco que
había aprendido, después tuvo que empezar a inventarse nuevos. Diez minutos
después estaba desatornillando una placa del repetidor de radio con la
intención de resetear la configuración
de software a la original por defecto. Puso cara de incrédulo cuando funcionó,
por desgracia no tenían comunicación con ningún otro puesto, ni tenían alcance
para llegar a ninguna de las islas. Las interferencias eran tan fuertes que el
repetidor apenas tenía una circunferencia de alcance de seiscientos metros.
―Ya es algo―dijo Carlos con alivio, pero Fer sabía que ese algo no era nada, en
realidad. ¿De qué te sirve poder emitir, si nadie puede escucharte? ¿De qué te
sirve poder escuchar, si nadie puede emitir?
Bueno,
pues igual te sirve para captar una señal de radio muy extraña, que suena como
las cacofonías agudas y chirriantes de las películas de terror. Ambos se
inclinaron sobre el altavoz, esperando distinguir una voz ronca dando órdenes,
pero no fue así.
―¿Qué es ese ruido?―preguntó Carlos.
Fer ladeó la cabeza y se rascó la barba,
pensativo una vez más. No lo sabía, ¿o sí? Su subconsciente le decía que sí,
poco a poco fue empujando un recuerdo tras otro, hasta recordar unos artículos
en internet sobre señales de radio misteriosas. Por supuesto el artículo se
encargaba de quitarles el misterio y explicar el origen, recordó una en
particular. Sintió un escalofrío y empezó a teclear comandos con la intención
de tratar de captar el origen de la señal, sin éxito.
―Eh... esto te va a sonar raro―empezó el
técnico.
―Ya nada me puede sonar raro.
―Una vez leí sobre señales de radio extrañas,
el patrón de esta señal es―miró las gráficas una vez más―Muy parecido a un tipo
concreto de fantasma de señal. No es una señal de radio, es una interferencia
de apuntado...
―En cristiano, tío.
―Que algo nos está apuntando con radar, y eso
es lo que está haciendo el ruido de la radio. Algo... nos apunta con radar...
―¿Un arma? ¿El puto crucero de misiles?―preguntó
el soldado.
―No lo sé...
Carlos
se alejó de la garita y volvió a mirar al crucero, miró a ambos lados del
puente, buscando más gente, alguien de seguridad, alguien de los suyos. Fer llegó a su lado.
―Tenemos que avisar al Ejército Confederal,
dar la alerta, si logramos dar el aviso en dos horas habrán aquí cinco
destructores de la doble a―dijo el
soldado.
¿La
Alianza Africana? Fer se estremeció,
por alguna razón que se metiera uno de los grandes bloques geopolíticos no le
tranquilizaba en absoluto. El sistema de interacción entre naciones iniciado
por la OTAN, la Commonwealth y el Pacto de Varsovia se había extendido y
diversificado con la entrada de otros jugadores de peso, como la Alianza
Africana y Asia Unida. Ahora, por primera vez en siglos, ese sistema casi
funcionaba. Realmente al haber tantos ejércitos supranacionales se evitaban las
guerras, porque ningún bloque quería medirse con los demás.
Pero
sí, necesitaban buques, y aviones, y todo lo que hiciera falta, y si era la doble a la primera que podía llegar,
reforzar al Ejército Confederal y estabilizar la situación, pues había que
llamar a la doble a. Miró la torre
central lejana del puente, para contactar con la doble a tenían que llegar a las islas, o al repetidor central.
―Propongo ir por los subsistemas, las
pasarelas inferiores, y tratar de llegar hasta Kilo-cuarenta. Quizás no le han
dado tan fuerte, quizás podemos pedir ayuda―dijo Fer.
Carlos
acarició la mira ACOG de su fusil y
asintió. Al fin y al cabo, si escuchaban disparos, es porque alguien aún estaba
oponiendo resistencia.
―Sí, joder, vamos antes de que las cosas se
pongan feas de verdad.
_________________________________________________________
Continúa en “La guerra que todos estaban esperando...”
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3 comentarios:
Me gusta la tensión de no saber la naturaleza real de la amenaza.
Una pergunta, ¿La continuación va a ser en este mismo blog o fuera de él?
Mi plan es continuarlo en el blog, sí. Si se complicase demasiado (que tiene pinta) en un par de entregas sucesivas y enlazadas :)
¡Bien! Entonces estaré atento a la continuación.
Un saludo!