11 de octubre de 2013
15:29
La guerra que todos estaban esperando
Aunque
la estructura de los subsistemas inferiores soltaba los mismos crujidos
metálicos, el mismo sonido del aire soplando entre las pasarelas suspendidas
cincuenta metros sobre el agua, ahora a Fer
le parecían presagiar el inminente desplome del Centenario. Era una sensación comprensible, teniendo en cuenta el
sonido lejano y constante del barco de guerra desconocido, junto a las
explosiones y disparos que retumbaban ocasionalmente.
Una
vibración sacudió la pasarela por la que corrían, el técnico se aferró con
fuerza al pasamanos metálico rugoso por el salitre y miró hacia abajo, al barco
gris y amenazante que flotaba inmóvil sobre el azul del mar. Le parecía cada
vez más grande.
―¿Quieres moverte? ¡Vamos!―le espetó Carlos,
el soldado acompañó sus palabras de un golpe en el hombro de Fer.
Volvieron
a moverse por las pasarelas tan rápido como les permitían sus respectivas
tolerancias a las alturas, agachándose para esquivar tuberías metálicas y
marañas de cables embridados en plástico. El ruido agudo y repetitivo de una
alarma empezó a retumbar por toda la pasarela de la subestación, retumbaba, en
realidad, por todas partes, el Puente entero parecía chillar. Diez metros más
adelante la pasarela se unía a una cámara metálica suspendida bajo la
superestructura del Puente, con ventanas acristaladas y dos enormes
concentradores de circuitería eléctrica a cada lado de la puerta de entrada
cerrada.
―Es la subestación cuarenta y dos. Tal vez ahí
podamos contactar...―empezó Fer, casi
echó a correr hacia la puerta.
Carlos
le puso una mano en el pecho para detenerlo, señaló con la cabeza a la puerta
cerrada sin relajar el brazo que sujetaba el fusil. Fer obedeció y se detuvo mirando la puerta y sujetándose la coleta
de pelo con las manos. Estaba cerrada y el led del lector de tarjetas de
seguridad en rojo, eso no era normal.
―¿Tienes los códigos?―preguntó el técnico.
El
soldado asintió con la cabeza, ahora sujetaba el fusil semiautomático con ambas
manos, avanzó muy despacio hacia la puerta. Se quedó clavado en el sitio al
escuchar pasos apresurados al otro lado, Carlos se agazapó y apuntó a la
puerta, Fer se encogió.
El
ruido amortiguado de los disparos sonó brusco y breve dentro de la
Subestación42, a la pared del lado derecho de la puerta le salieron un par de
protuberancias puntiagudas en el metal, y el cristal de la ventana estalló en
mil pedazos al tiempo que una figura ensangrentada se desplomaba sobre el
marco. Fer se fijó en el cuerpo,
llevaba un uniforme de técnico como el suyo.
Carlos
apuntaba alternativamente a la puerta y a la ventana, indeciso. Fer le tocó la espalda y le señaló al
cuerpo del técnico, una mano enguantada negra estaba palpando la espalda del
cadáver. <<Vale>>pensó Carlos, sujetó con fuerza el fusil
semiautomático y apuntó a la pared en el lugar en el que debía estar el cuerpo
dueño de aquella mano. Acarició el gatillo un microsegundo antes de apretarlo.
Las
balas semi-perforadoras del 7’62 atravesaron los dos centímetros de aluminio de
la pared con un chirrido metálico simultáneo al estruendo de los disparos, Fer vio como la mano enguantada negra se
agitaba antes de desaparecer. Carlos disparó dos ráfagas de cinco balas y
esperó arrodillado en la pasarela una posible respuesta de plomo letal, no la
hubo.
―¿Lo has matado?―preguntó en un susurro el técnico.
Una
mano de Carlos se detuvo bruscamente a centímetros de su cara. Fer obedeció el mudo ademán de silencio.
El soldado volvió a sujetar el fusil con ambas manos y avanzó muy lentamente
hacia la puerta cerrada. La alarma seguía resonando por todas partes, al otro
lado de la puerta se escuchaba una respiración quejumbrosa y entrecortada.
Carlos miró al técnico, se encogió de hombros y metió su tarjeta de seguridad
para desbloquear la cerradura.
Había
muchísima sangre, más de la que ninguno de los dos hubieran visto en su vida.
El suelo de la Subestación42 estaba alfombrado de cristales rotos y mesas de
aluminio volcadas, todo ello salpicado por el espeso fluido vital, lo peor era
el olor, un olor metálico penetrante. Un gran charco manaba desde el cadáver
empotrado en la ventana rota y, ahora, del hombre moribundo con el uniforme de
combate negro y pasamontañas. Pero a juzgar por la cantidad, allí debía haber
muerto más gente. Carlos le dio una patada al subfusil ametrallador del herido
para alejarlo, Fer miró el arma con
atención para no concentrarse en el macabro espectáculo.
Carlos
cubrió la otra salida de la habitación e hizo un barrido apuntando el arma,
después se arrodilló junto al herido para comprobarle las heridas. Apretó los
labios, no sobreviviría. ¿Así que eso era cargarse a alguien? No sintió ningún
gran dilema moral, ni un vacío en el alma, se sentía exactamente igual de
asustado y perdido que antes. Sobre todo se sentía aliviado por no haber
muerto. <<Mejor tú que yo>> pensó en silencio, mirando la sangre
arterial manar viscosamente a borbotones del cuello.
―¿Puedes hablar?―preguntó, conociendo la
respuesta. Qué iba a poder, ese desgraciado estaba luchando por seguir
respirando.
Fer
se asomó a la otra puerta, despejada, y después volvió a examinar el subfusil
sin tocarlo. Miró al soldado, estaba quitándole el pasamontañas al herido.
―¿Está muerto?
―Sí...―respondió Carlos.
Era
un rostro de pómulos marcados y mandíbula ancha, un rostro de veterano con la
mirada perdida y los labios contraídos por el dolor, ensangrentados. Para Fer lo más llamativo, sin embargo, eran
sus ojos rasgados.
―¿Nos están atacando los chinos?
―Claaaaro, tiene los ojos rasgados, así que
debe de ser chino―dijo Carlos con retintín, se giró para mirar al técnico―¿Conoces
a Dae-Hyun? Trabaja en la Estación Quince, solemos desayunar juntos. Es coreano
y para mí este tío y él son dos gotas de agua. Así que no saquemos conclusiones
precipitadas...
―Ya, bueno, sólo quiero saber que está pasando―se
defendió Fer.
―Pues mira a ver si tenemos radio o algún tipo
de conexión.
Fer asintió, buena idea. Arrastró una
silla hasta el panel de parcheo de conexiones de una de las esquinas de la
habitación y empezó a teclear en la pantalla táctil. Carlos dejó de registrar
el cuerpo, frustrado. No tenía ni una insignia, ni un documento, nada. El
chaleco y el uniforme eran estándar, fabricados por cualquiera de las mil y un
empresas de equipamiento de seguridad. Se giró recordando el subfusil.
―Pero podrían ser los chinos―continuó Fer desde la consola―Quiero decir,
tienen la tecnología y las armas. El bloque asiático lleva haciendo tentativas
expansionistas y guerras satélite dos décadas, Asia ha tenido un nivel de
crecimiento muy importante y llegará el momento en el que deban colonizar otros
mercados o caer en recesión. Además...
―Vale, experto. ¿Y las conexiones?―le
interrumpió Carlos.
―No tenemos red, y las radios no funcionan―dijo
Fer, contrariado por el corte brusco―Voy a ver si consigo algo.
Carlos
asintió sin decir nada y cogió el subfusil. Era ligero, hecho con polímeros de
alta resistencia. Diseño ergonómico con cargador y alimentador en el lateral
del cuerpo del arma. Tiró hacia atrás de la parte superior ruidosamente y
examinó la recámara, después se fijó en la etiqueta de munición: 9mm caseless.
Nunca
había visto aquel subfusil, pero no era significativo, él no era uno de esos
soldados apasionados por las armas. La dejó en el suelo y fue hasta dónde el
técnico seguía tecleando en el panel, rascándose la barba.
―¿Algo?
―Nada, está igual―declaró Fer con frustración.
La
Subestación42 tembló y Carlos cayó sobre Fer,
gritando. Un estruendo retumbó y los cristales de las ventanas que aún estaban
enteros se resquebrajaron volando como esquirlas hacia el interior. Todo pasó
en un segundo, dejándoles sólo el pulso acelerado y un pitido en las orejas.
―¡Mierda! ¿Qué fue eso?―Carlos gritó.
―¡No lo sé! ¡Pero no fui yo!
El
soldado se sacudió la cabeza, se colocó bien el casco otra vez y corrió hasta
una de las ventanas haciendo crujir los cristales rotos con las botas. Allí
abajo, entre el humo, pudo seguir una estela de vapor blanco casi invisible que
nacía de uno de los laterales del buque de guerra desconocido.
―Su puta madre―dijo, alejándose de la ventana.
―¿Qué pasa?―preguntó Fer cuando pasó a su lado.
―El crucero allí abajo, ha disparado un misil―dijo
sin detenerse, abrió la puerta que daba al otro lado de las pasarelas
inferiores―Debemos continuar, llegar a Kilo-cuarenta antes de que vuelen el
Puente.
Fer miró a la ventana y después al
soldado de espaldas anchas
.
―¿Y qué más dará que lleguemos a Kilo-cuarenta
si van a volar el puente usando misiles?―preguntó, aleteando nerviosamente con
los brazos.
Carlos
le miró y apretó los dientes, buscando una respuesta.
―Mi... ¡Cállate!―alargó una mano y tiró de él
para sacarlo al exterior.
No
se encontraron con ningún otro atacante en su trayecto por las subestaciones,
ni con ningún otro cadáver. Si que vieron sangre y cristales rotos por todas
partes. Los escritorios estaban siempre tirados y los cajones de archivadores
revueltos. Lo que hubiera pasado, había sido rápido, y los equipos de limpieza ya se habían encargado de todo.
El crucero no había vuelto a disparar sus misiles, por el momento.
En
la Subestación49 Fer se detuvo y tiró
de Carlos. El técnico empezó a rebuscar en los armarios apartando las puertas
de aluminio deformadas.
―¿Qué pasa? ¿Por qué nos paramos?―preguntó el
soldado atropelladamente.
―Esta subestación está justo en el borde sur
del Puente, y tiene buenas vistas. Souza trabajaba aquí y siempre tenía...―respondió
Fer, sin dejar de rebuscar, alzó algo
en las manos con expresión de triunfo―¡Bingo!
El
técnico corrió a una de las ventanas rotas y asomó el torso, se llevó los recién
encontrados binoculares digitales a la cara y miró por ellos. Su expresión se
hizo sombría. Carlos se le acercó sin decir nada.
―Oh joder, bueno, ya nadie puede ignorar esto―dijo
el técnico.
El
soldado le arrancó bruscamente los binoculares y le apartó a empujones para
mirar él. Adoptó la misma expresión sombría y preocupada. Podía ver columnas de
humo alzándose desde ambas islas, enormes.
―¿Qué diablos está pasando?―preguntó Fer al recuperar los binoculares.
―No lo sé, tenemos que contactar con...
Escucharon
disparos y gritos sobre sus cabezas, Carlos enmudeció y empezó a avanzar en
tensión hacia la puerta, apresuradamente. Fer
le dio un tirón al soldado para que se agachara y señaló unas escaleras de mano
a la derecha. Se miraron y asintieron. En la plataforma superior lo primero que
asomó fue el cañón de un fusil semiautomático con la cámara de baja resolución
anexa. Carlos comprobaba por la pequeña pantalla de las gafas polarizadas de su
casco si había movimiento, nada, pero los disparos seguían escuchándose, muy
cerca.
Subió
de un salto y se dejó caer contra los paneles metálicos del suelo, estar de
nuevo a cielo descubierto le produjo una sensación de indefensión. Se apresuró
a cubrirse tras un contenedor de mercancías volcado y gritó hacia la escalera:
―¡Despejado!
Fer escuchó el vozarrón de Carlos y subió
las escaleras para ir en la dirección de la que venían los disparos y los
gritos, contra toda su lógica e instintos. Corrió a cubrirse tras un enorme
contenedor rojo salpicado de óxido dónde estaba el soldado. Carlos le hizo un
gesto que no comprendió.
―Están ahí mismo, detrás de un Toyota en los
carriles del puente, son tres―murmuró, levantando tres dedos de una mano.
Fer parpadeó incrédulo, ¿por qué cojones
sonreía?
―¿Vas a disparar? Nos verán...―dijo el
técnico.
Carlos
le ignoró, se echó al suelo y se arrastró para que el cañón del arma pudiera
sobresalir por la esquina del contenedor. Sonreía porque sabía que si aquellos
tres enemigos se estaban cubriendo, y disparando, era porque se enfrentaban a
una resistencia armada por parte de la seguridad del Puente, sus compañeros
estaban devolviendo el golpe. Se obligó a controlar la respiración para calmar
el pulso, y apoyó los codos para estabilizar la puntería. Sólo tenía una
oportunidad.
Apuntó
a las siluetas resaltadas en rojo utilizando el HUD y el enlace con la cámara
de las gafas polarizadas del casco, acarició el gatillo y después lo apretó. Una
ráfaga ruidosa y una de las tres siluetas se desplomó, movió rápidamente el
arma y disparó de nuevo, las otras dos siluetas se encogieron y se giraron para
apuntar al contenedor tras el que se cubría. <<Mierda>> con su
segunda ráfaga no dio a nadie, ni con la tercera, ni la cuarta.
Fer
se encogió mirando a Carlos tirado al borde del contenedor, las balas silbaban
peligrosamente cerca del soldado y levantaban esquirlas en el pavimento de
metal pulido, o retumbaban como truenos sordos al agujerear el otro lado de la
pared de hierro del contenedor.
Carlos tuvo que esperar a
que sus enemigos volvieran a preocuparse de los disparos que les llegaban desde
el otro lado para poder volver a disparar. Su primera ráfaga, controlada y
firme, acabó con el segundo enemigo. El tercero se incorporó y esprintó fuera
de su campo de visión, se escuchó el fuego sostenido de una ametralladora y
después el silencio, roto sólo por el retumbar de las alarmas.
Cadena
de Mando
―¿Aliados?―gritó Carlos a pleno pulmón desde
la cobertura, aún apuntando con el cañón del arma al Toyota agujereado por las
balas.
Silencio
al otro lado, sólo le respondió el ruido de las alarmas y ecos lejanos de más
armas ligeras disparando por todo el puente. Por primera vez se tomó tiempo
para alzar la vista y ver el cielo despejado, oscurecido sólo por una gran
columna de humo negro que se alzaba desde Kilo-cuarenta.
Fer fue a abrir la boca para hablar,
pero Carlos le mandó a callar entre dientes y volvió a apuntar hacia el
exterior. El técnico gateó hasta su lado para tratar de escuchar algo.
―Ejército Confederal, ¿son seguridad del
Puente?―dijo una voz ronca.
Carlos
asintió y el alivio se dibujó en la mitad visible de su rostro cuando apartó el
arma y cambió el cargador, pero todavía habló desde la cobertura.
―Fuerzas Combinadas de El Centenario―bramó.
Se
incorporó y salió lentamente, no creyó que existiera un riesgo real de que
fueran impostores y le volasen la cabeza. Dio un respingo cuando vio una sola
figura con gorra negra de pie sobre el Toyota agujereado. Carlos caminó
lentamente acercándose al coche, seguido de Fer.
Era
una mujer joven. Bajita para ser soldado, debía medir un metro sesenta como
mucho, pero llevaba el chaleco balístico negro y el uniforme sin mangas también
negro de las tropas del Confederal como si hubiera nacido vestida con él. Les
miró a ambos desde las gafas de visor inteligente, sus ojos enmascarados por un
ligero brillo ámbar, y sacudió la cabeza. El rifle de asalto le colgaba del
cuello por la correa y sostenía una pistola apuntada hacia el suelo con ambas
manos.
A
sus pies uno de los asaltantes abatidos se retorcía gimiendo. La confederal miró al suelo, sus brazos se
tensaron, marcados de arañazos recientes. Apretó el gatillo y tanto Carlos como
Fer dieron un pequeño salto y se
quedaron en el sitio.
―Bastardo hijo de perra...―murmuró con la voz
ronca, nada femenina.
Se giró y volvió a
mirarles, agarró la visera de su gorra a modo de saludo mientras se guardaba la
reglamentaria en la cartuchera del muslo con la otra mano.
―Teniente García, Unidad Rápida Marítima de
Infantería―se presentó, volviendo a sujetar su rifle.
Carlos
permaneció inmóvil un segundo, mirando el cadáver que acababa de recibir un
disparo a sangre fría. Fer tenía los
ojos clavados en la Teniente García <<Nos ha jodido la retaca, ¡una
marine!>> pensó el técnico.
―Soldado Torres, Fuerza Combinada―dijo Carlos,
señalándose la identificación de seguridad de la solapa―¿Qué está pasando aquí,
señora?
Asumió
con rapidez la cadena de mando militar y quedó muy agradecido bajo las órdenes
de su nueva Teniente. La mujer se colocó bien la gorra y señaló con la punta
del rifle a los dos cadáveres del suelo.
―Buen trabajo, te debo una.
¿Te
debo una? ¿No “Te debemos una”? Fer se
apoyó en el Toyota y miró a la enorme columna de humo de Kilo-cuarenta con
nerviosismo. La Teniente miró al técnico y después a su nuevo subordinado,
frunciendo el ceño.
―Es un técnico de mantenimiento, hemos venido
desde la Estación once, señora―Carlos esperó a que la mujer se mostrase
satisfecha por la explicación y después lanzó la pregunta que llevaba
conteniendo desde que había empezado el ataque―¿Sabe qué está pasando?
La
Teniente resopló y miró los cadáveres, apretó sus labios carnosos y los torció
en una mueca.
―Estos tíos hablan chino, y parecen chinos. Y
llevan CF-32 del Ejército Popular...
Carlos
se quedó tenso, Fer, desde el coche,
tuvo que reprimir un increíble impulso de gritar “¡Te lo dije!”
―Nos desplegamos antes de que empezara el
baile porque los radares captaron un eco acercándose, pero no esperábamos esto.
No esperábamos un crucero, ni sabemos aún de dónde han salido los asaltantes,
aunque apuesto a que se colaron con inserción submarina. El Puente entero es un
caos y sus sistemas son de nuestros enemigos. Llevé a mi equipo para tratar de
hacernos fuertes y recuperar Kilo-cuarenta―hizo una pausa y se levantó la gorra
para rascarse la cabeza rapada―¿Esa explosión de hace un momento? El maldito
crucero disparó un misil y voló por los aires el puesto de seguridad en el que estábamos,
y a casi todo mi equipo―miró los cadáveres junto al coche―Aquí Chun-Li y Ling
Ling se cargaron al resto.
Fer se desplomó aún más sobre el capó
agujereado del coche. Le daba vueltas la cabeza, China... ¿China? Un país que
mueve un buque de guerra e infiltradores a lo largo de medio mundo no lo hace
por accidente. ¿Por qué lo hacía entonces? No esperarían tomar las islas con un
sólo crucero... Claro que un sólo crucero no bombardeaba dos islas a la vez.
―¿Podemos contactar con alguien?―preguntó
Carlos.
―No tengo radio de corto alcance, y cuando
salimos para aquí estaban bloqueadas las comunicaciones. Está claro que los
mandos en Santa Cruz y Las Palmas ya saben que está pasando algo, pero no sé
cuánto tardarán en reaccionar, ni como lo harán―dijo la Teniente.
Fer se incorporó de un salto y les miró
con expresión sombría.
―No podrán reaccionar―empezó, los soldados le
miraron como a un loco―¡Este puente!―pisoteó el asfalto―Por aquí pasan todas
las líneas de comunicación entre las dos islas mayores, y tiene el hub central del cable intercontinental.
Si quieren lanzar un ataque de cyberguerra
para infectar las redes y dejar las tropas incomunicadas este es el mejor lugar
para hacerlo.
Carlos
y la Teniente se miraron, el soldado asintió. Había tenido razón en lo de china,
después de todo. Les recorrió un escalofrío, un ejército sin comunicación, sin
coordinación, era tan efectivo como una muchedumbre asustada y tan peligroso
para sí mismo como una muchedumbre asustada con rifles de asalto.
―¿Cómo los detenemos?―le preguntó la Teniente.
De pronto Fer sintió un gran peso
sobre los hombros, se encogió.
―Debemos llegar a Kilo-cuarenta y ver la
naturaleza del ataque. Del cyberataque―se
apresuró a añadir cuando Carlos le miró, apunto de decir algo―Después hay que
encontrar una solución, probablemente pase por quitarnos de encima ese crucero.
―Kilo-cuarenta ahora es de los enemigos―dijo
García.
―¡Ya, es una mierda construir un sistema de
comunicaciones centralizado y jerarquizado! Pero yo no lo diseñé, y sólo
tenemos una posibilidad desde el Control Central―declaró Fer, frustrado.
La
Teniente caminó nerviosa de un lado para otro, sujetándose la gorra y
murmurando.
―Hay que moverse...―dijo para sí, después se
giró y miró a Fer―¿Cuánto tiempo
tenemos?
Él
dio un respingo, al parecer ahora era el experto.
―No lo sé, pero supongo que hasta que consigan
hacerse con el control de estaciones de comunicaciones en las islas. Entonces
no necesitarán el crucero, ni el puente, para mantener las señales. Y está el
asunto de si nos están bloqueando por satélite...
―Vale, plan original, vamos a ir a
Kilo-cuarenta y...―empezó la Teniente, un sonido chirriante de estática le
silenció.
<<...reconocimiento ci...co... al
personal militar en el Puen.... cambio>>
La
Teniente García bajó el micrófono unido al auricular de sus gafas de visor
inteligente con expresión de incredulidad. Las comunicaciones estaban cortadas.
―¡Aquí la URMI, adelante!―gritó, espaciando
bien las palabras para hacerse legible entre las interferencias.
―<<¡Joder! Creí que no quedaba nadie... Vengan
aquí enseguida, Subestación53>>―ordenó la voz, entrecortada por la estática.
La
Teniente y Carlos se miraron, ella volvió a hablar por el micrófono.
―Tenemos una misión prioritaria en
Kilo-cuarenta, de hecho solicitamos su ayuda emmm... reconocimiento cinco.
―<<A la mierda su misión, muevan el culo
hasta la Subestación53 ya. Directiva Tres>>
La
confederal bajó la mirada y endureció
las facciones. La Directiva Tres: Un oficial de Inteligencia Militar asume el
mando de cualquier unidad disponible sin importar el rango, debido a una
amenaza inminente de tipo nuclear. Trató de permanecer calmada, ni el soldado
ni el técnico habían reaccionado a las palabras como esperaba de alguien que
conociera su significado.
―Recibido reconocimiento cinco, vamos para allá.
La
Teniente miró al técnico y después volvió a ocultar el micrófono de la gorra,
fue hasta él y le dio un golpecito en el pecho.
―Llévanos a la Subestación53.
La
guerra en la que nadie quiere combatir
Llegaron
a la cincuenta y tres tan rápido como
habían llegado desde la 42 a la 49, pero con menos contratiempos. El crucero no
había vuelto a disparar, y no vieron ni un solo hostil. En cuanto Fer señaló la pasarela adecuada la
Teniente García se lanzó en sprint a una velocidad endiablada, incluso Carlos
se quedó sin aliento tratando de seguirle el ritmo.
Al
llegar a la puerta la confederal se
detuvo y volvió a sacar el micro del auricular. La puerta se abrió antes de que
pronunciase palabra.
―Ya les he visto, adelante, adelante―gritó una
voz.
Era
un hombre menudo que llevaba un mono de técnico de mantenimiento y se había
puesto encima un chaleco balístico negro mucho más fino que el de Carlos o la
Teniente. Sus ojos inteligentes de roedor saltaban nerviosamente de uno a otro
de los recién llegados. No parecía para nada del ejército, pero claro, era uno
de inteligencia.
―¿Qué está pasando?―dijo la Teniente, cerrando
la puerta detrás del grupo.
Carlos
corrió a vigilar por las ventanas. Fer
se limitó a observar la estancia. Encima de las mesas de la subestación había
todo un despliegue de material militar de campaña de última generación: Una
bolsa-radio con antena omnidireccional, un ordenador de bolsillo enchufado a un
grueso cable que llevaba hasta un dispositivo atornillado por fuera de la pared
de la subestación y otro que estaba conectado a un panel de comunicaciones del
Puente.
―Es el Ejército Popular Chino―anunció reconocimiento cinco, se llevó las manos
al pelo corto y enmarañado―pero no son sólo ellos, es la punta de lanza de Asia
Unida, seguro.
―¿Puede contactar con el Mando? ¿Avisar a la doble-a?―preguntó la Teniente.
El
espía negó con la cabeza.
―Sólo he conseguido emitir radio local, una
señal débil y enmascarada. Están utilizando el hub central del Centenario
para lanzar un cyberataque a toda la
Confederación.
Fer no supo como sentirse, había tenido
razón, pero no eran buenas noticias.
―¿Y la Directiva Tres?―quiso saber García.
Reconocimiento cinco la miró, serio, y
después fue hasta la consola de ordenador enchufada al dispositivo externo. Señaló
a la pantalla para la Teniente.
―Un barrido por ladar―indicó el hombre.
Ella
sólo veía dos siluetas rectangulares con la punta ligeramente ovalada y un montón
de datos y comandos a su derecha.
―¿Qué estoy viendo?―preguntó.
―Son dos Cruceros Estelares, clase Wan Hu. En órbita
geosíncrona a quinientos cincuenta kilómetros sobre el Puente. Están
desplegando sistemas de guerra electrónica para cortar las comunicaciones por
satélite―señaló un conjunto de datos―También están utilizando el crucero de
misiles de aquí abajo para triangular con sus sistemas de apuntado.
―¿Apuntan al Puente?―quiso saber la Teniente. Fer dio otro respingo.
―No lo sé con seguridad. Pero están apuntando
aquí abajo, un impacto de munición orbital sobre la superficie terrestre está
en el orden de los cientos de megatones. No sé si planean hacerlo o es un
farol, pero si sé que debemos impedirlo―fue hasta la ventana y miró hacia abajo―Y
para eso hay que poner al crucero fuera de juego.
―Es ilegal utilizar marina estelar para
operaciones en tierra... que cojones ilegal, ni siquiera está contemplado―empezó
García.
Reconocimiento cinco volvió a sus
pantallas.
―¿Ilegal? Sólo Asia Unida y la OTAN tienen
algo parecido a una marina estelar... ¿Cuándo se ha dejado de emplear una
ventaja estratégica?
Carlos
salió de su estupor, furioso, y se giró hacia el hombre de inteligencia
militar.
―¿Qué diablos hace un espía en el Puente?
―Llevábamos oliéndonos algo raro con China semanas,
nadie quería creer que pasaría. Pero nuestro trabajo es prepararnos para lo que
no puede pasar, por si ocurre―se llevó un dedo a la solapa de su elegante
chaleco balístico negro―Lo pone en el escudo, es nuestro lema.
Carlos
se encogió de hombros y volvió a su vigilancia.
―El
Centenario no tiene armas pesadas, no podemos inutilizar un barco así―empezó
la Teniente, masajeándose las sienes a través de la gorra―Hay que contactar con
la doble-a y pedir que envíen a sus
buques, o hablar con el Mando del confederal.
―La doble-a
no va a entrar en esto hasta que no eliminemos la amenaza de un bombardeo
orbital. Nadie quiere entrar en una guerra con elementos estelares―el hombre se
fijó en los galones del uniforme de García―Teniente, nadie ha luchado jamás en
una guerra orbital, y nadie quiere hacerlo, por lo menos no la doble-a. Tenemos que bloquear esa
posibilidad antes de poner en marcha las alianzas...
―¿Cómo?
―En Seguridad Central hay un Grizzly AW-II―dijo
el oficial de inteligencia.
La
Teniente García endureció el rostro otra vez. Asintió y señaló a los demás. Le
siguieron silenciosos, mientras reconocimiento
cinco empezaba a guardar su material de campaña apresuradamente.
―¿Y por qué demonios nos están atacando? ¿Qué
quieren de nosotros los chinos?―se preguntó Fer
en voz alta, afligido.
―¡Piensa un poco!―le espetó el oficial de inteligencia.
Continúa en “Caballo de batalla”
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