25 de septiembre de 2013

Actualizo con un relato corto, muy corto, igual habrá quienes discutan incluso si es un relato, me gustaría poder actualizar más a menudo pero está siendo una semana ajetreada. Como siempre, Internet es mi testigo y mi promesa es actualizar una vez más antes del Domingo. Ahí queda eso...

Vidas y Ventanas
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Eran cerca de las diez de la noche de un día entre semana y Santa Cruz, lógicamente, ya estaba muerta. Él, nuestro protagonista, era un chico desgarbado que además no tenía demasiadas energías aquel día, así que tenemos que imaginarlo mucho más encorvado de lo que en realidad sería, lánguido, hastiado... mustio, si queremos.

         Se sentó en un banco de madera de la rambla, y, como no tenía nada que hacer (ni siquiera pasaba gente a la que mirar) miró las ventanas de los edificios frente a él. Lo hizo con ausencia de curiosidad y ausencia de voyerismo, lo hizo... ausente. Se fijó en una ventana de corredera, que iluminaba tenuemente la desgastada y cálida pintura amarilla del exterior.

         Una presencia, una sombra femenina recortada contra la luz de la ventana, se asomó al tendedero endeble y colgó una camiseta deportiva. Él de pronto sintió curiosidad, cientos de preguntas sobre la vida de aquella silueta, de aquella mujer, le asaltaron la mente ausente y desprevenida. ¿Acababa de salir del trabajo? ¿Tenía trabajo? Era guapa, morena y joven, todo eso se lo desveló la silueta cuando sus ojos se acostumbraron al contraluz.

         Él también era moreno, joven... y guapo, joder. Pero no tenía vida tras una ventana, nadie podría espiarle jamás inocentemente de soslayo. Vivía aún con sus padres. Triste y patético destino a los veinticuatro, seguido de un sinfín de incomodidades que le recordaban lo infantiloide de su situación. Si quería follar, le tenía que cuadrar el horario para que no hubiera gente en la casa. Si quería estar desnudo, o cantar, o levantarse a escribir a las dos de la madrugada, más le valía hacerlo en su cuarto-jaula. Su cuarto-jaula de techo oscuro y demasiado bajo.

         Ante esto, como todo aquel que está puteado, tuvo que reflexionar y buscar al culpable, mirando ahora a la ventana vacía. (¿Había ido a ver la tele? ¿A cenar?) La sociedad, y no él, había fallado su parte del contrato tácito. Se había formado, había estudiado con mayor o menor diligencia y tenía un título, un número de la seguridad social y una disposición casi suplicante a convertirse en asalariado. Pero toda esta inversión de años, el esfuerzo, y los personajes de dibujos animados diciéndote que podías llegar a ser lo que fuera que te propusieras ser, a él y a tantos otros, no le servía para un carajo.

         Ahora fue consciente de que formaba parte de una legión de desterrados, que tienen que mirar con una envidia melancólica las ventanas ajenas, tratando de vislumbrar felices y sencillas vidas tras las cortinas, negadas a ellos.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

A veces es una situación desesperante, poco a poco las cosas irán cambiando, espero!