15 de septiembre de 2015
La alarma chirría en los oídos, no sé si la jodida cosa se acerca. Cincuenta centímetros de acero viejo y policarbonato manchado me separan del vacío. La única luz, brillo azul eléctrico a través de una ranura de cristal escarchado. Vigilo-inmóvil-conteniendo aire con sabor a humo. El soldador convertido a lanzallamas apagado entre las manos, me tiemblan.

pasillo oscuro


Veinte metros de oscuridad y bultos engañosos, detrás está la exclusa. La alarma grazna, no queda tiempo. Camino agazapado, de reojo todo se mueve. Distingo la pegatina rusa: запереть. A mi espalda cruje el metal, giro. Mide tres metros y es todo negro, sus miembros como pistones y cables neumáticos, sus garras parecen aluminio. “Clic”, la chispa del soldador, lo levanto y rocío con gas inflamado, me quemo las cejas. Chilla más que la alarma y retrocede. Tengo cinco segundos. Me giro para correr, una silueta negra de tres metros contra la exclusa. Por eso estaba en todas partes, son dos.