8 de noviembre de 2015
18:21
―Ese ya es el tercero―preocupación
en la voz de Sergio.
Víctor apartó el vaso de café. Lo
apoyó sobre la mesa entre papeles, cables y pedazos de tecnología analógica. Le
dio un par de vueltas, notando el calor a través del papel parafinado. Sergio
estaba pálido, igual que él.
―Bueno, no lo va a empeorar―Víctor
llevó el vaso a los labios y bebió mecánicamente.
Miró la imagen en bucle del
viejo televisor de tubo de rayos catódicos, se le pusieron los pelos de punta.
Nunca se lo habían creído, no al principio al menos. Como buenos escépticos habían
considerado que la única manera de comprobar los fraudes era intentando
reproducir los experimentos. Una excusa, en realidad, para tontear con los
voluminosos restos de tecnología de los noventa que medio barrio guardaba en
sus garajes. Con un par de grabadoras de su colección reciclada, se colaron en
el sanatorio abandonado y las colocaron allí. Encontraron las voces. Y cuando
preguntaron, recibieron una respuesta.
Sergio miró de nuevo a las
imágenes: caras atrapadas en las interferencias de retroalimentación de la
imagen. Según su teoría, ondas errantes de emisiones perdidas que se
materializaban en forma de imágenes aleatorias. Bueno, no explicaba los resultados
de esa noche.
―Otro café―Víctor se levantó y
paseó por la habitación a oscuras.
Le temblaban las manos. A Sergio
también.
―Mi vieja toma lorazepam, igual...―apuntó.
Víctor le miró, se formó un
amago de sonrisa en su cara. Volvió a ponerse frente al televisor. Allí estaba su
propio rostro, deformado pero reconocible, castigado por la edad. Tendría unos
cuarenta en aquella imagen fantasmal, frente a su propio yo de veinticinco que
miraba a la televisión, congelado. Ellos habían conseguido algunas, borrosas y
de mala calidad. Pero aquella, el Víctor cuarentón, era parte de una colección
capturada por un grupo de aficionados a finales de los ochenta. Víctor había
nacido en 1992.
―A lo mejor sólo se parece a ti,
¿sabes?
―No me jodas, mira los ojos. No
es mi padre, ni mi abuelo. Soy yo.
Silencio, Víctor fue a tomarse
otro café. Sergio se sentó frente a las grabadoras y el radiocasete. Play: ruido
de interferencia y lluvia blanca, la voz de Víctor pregunta.
―¿Dónde están? ¿Quiénes son?
Un eco, una voz ronca
malformada, vagamente masculina.
―...estamos al otro lado...
Fin de la grabación, Víctor se
quedó mirando a Sergio, paralizado. Dejó caer el vaso de café.
―Ya sé lo que es―miró su propio
yo distorsionado de cuarenta años―están al otro lado. Pero lo entendimos mal,
más allá de aquí no hay nada―miró a Sergio, temblando―Nada, el vacío, ¡nada! Nos
advierten. Por eso estoy yo ahí. ¡No son los que se han ido, son los que estan
por llegar!
Etiquetas:microrrelato,terror
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