11 de junio de 2015
               ¿Qué no era capaz? Quizás el Paulo que no llevaba cinco vodkas, pero él sí. Se encaramó al bordillo y vio como todos le miraban desde abajo. Esbozó una sonrisa, giró un poco la cabeza y con gesto grandilocuente le alargó el botellín a Tony.

―Sujétame la cerveza, que voy...

         Dio el salto, perdió el equilibrio y se quedó sin respiración. Sólo escuchó los gritos de la gente, después un parón brusco y ruido de muchas cosas blandas y viscosas rompiéndose. Parada cardiorrespiratoria y fundido a negro.

         Cuando volvió a abrir los ojos Paulo tenía ante sí un mostrador y un recepcionista. Estaba en un vestíbulo mal iluminado de un edificio que por lo menos tenía cincuenta años. El papel pintado de las paredes en algún momento había sido alegre, y ahora estaba cubierto con carteles de ánimo y de conciertos bandas de garaje cuyos nombres no había escuchado jamás. Bastante deprimente, más aún por el hecho de que intentaba no serlo, y de que no sabía cómo había llegado allí.

pasillo


         Llevaba desde que abrió los ojos sin respirar, inspiró en un extraño reflejo, fue entonces cuando descubrió que podía simular la acción pese a no necesitar aire. Parpadeó un par de veces, incrédulo. El recepcionista le hizo un gesto para que se acercase, camisa larga y desteñida, pelo engominado y gafas de pasta. Aquello no encajaba.


―Hola tío, bienvenido―el recepcionista se levantó de la silla y le alargó una mano. Paulo se la estrechó―No te asustes, pero estas muerto, ¿vale?―mirada de lástima clavada directamente a los ojos.

         Paulo dio un respingo y hubiera empezado a hiperventilar si, bueno... si tuviera que respirar. El recepcionista asintió con comprensión y le alargó una pastilla.

―Esto te relaja, ayuda con la aceptación―dijo.

         Paulo cogió la pastilla en la mano y le miró con el ceño fruncido.

―Sí, estas muerto. No, no necesitas respirar―el tipo lo soltó como un discurso―No, realmente no te estás comiendo una pastilla porque no eres corpóreo ni tienes sistema digestivo pero... Mira tío, no te voy a soltar el rollo sobre como la pastilla es una forma de tu mente de representar algo de esta realidad... ¿vale? Has visto películas, como todo el mundo. Cúrrate tu propia explicación.

         Dentro de lo que cabía, todo era muy razonable. Paulo se tomó la pastilla y empezó a sentirse mejor. Poco a poco hilvanó sus ideas y una sucesión plausible de los acontecimientos. Su última fiesta, su última borrachera y su última gilipollez, fallida. Lapsus y de pronto estaba en una versión de la otra vida que no le sorprendía demasiado.

         El recepcionista señaló al largo pasillo a su espalda:

―La Jefa siempre habla con todos los recién llegados, así que ve por ese pasillo y te la encontrarás al final, en la puerta de admisión que da al patio central de la ciudadela―dijo.

―¿Voy a pasarme la eternidad en una ciudadela? ¿En una barriada con patio central y puertas con rejas?―protestó Paulo.

―¿Y qué quieres? ¿Nubes y trompetas celestiales? Eso los de arriba. Nosotros tiramos con lo que podemos, además el espacio está muy bien aprovechado. No habrá que compartir cuarto hasta el 2950.

         Paulo asintió y echó a andar, ¿los de arriba? Oh joder, necesitaría dos pastillas para relajarse después de lo que acababa de pensar. El pasillo estaba bastante limpio, salvo por las manchas de moho en las paredes. Una de las puertas estaba abierta. Apoyada en el marco estaba-pensó él-La Jefa. Una mujer de mediana edad con el pelo recogido, gafas y pintas de oficinista, salvo por los vaqueros rotos, el abuso de la sombra de ojos y la sudadera de los Maiden. Sí, La Jefa.

―Paulo, tío. Bienvenido al Infierno―le alargó una mano.

         Él se la estrechó mansamente y después reaccionó.

―¡¿Cómo que en el infierno?!―exclamó. Lo que más le jodía era que los cristianos tuvieran razón.

         La Jefa asintió.

―Ajá, bueno el Infierno es sólo un nombre. El termino más culturalmente cercano en tu mente a la auténtica realidad de este lugar como inframundo de... vamos tío no te lo voy a explicar.  

         Paulo se alejó unos centímetros, justo los suficientes como para no ofender a...

―Entonces tu eres... eres...―balbuceó él.

―Dilo ya, no te ralles.

―¿El demonio?

         Una carcajada que fue como un estruendo, pero no amenazante. La Jefa asintió.

―Bueno, es uno de los nombres. Esos frikis judíos me daban todos los nombres de todos los dioses de toda la gente que entraba en guerra con ellos. Uno de mis favoritos es Angra Mainyu. ¿Puedes llamarme así? Es como el que más me pega este lustro.

         Paulo miró a su alrededor. Pasillo oscuro mal iluminado, un cartel de un gatito que decía “¡Aguanta amigo!” colgado de la pared y... sí. Allí seguía la oficinista vestida con sudadera de los Maiden y una mirada que evidenciaba que no era para nada una oficinista. La Jefa.

―Entonces El Demonio...―dijo él, La Jefa tosió y puso cara de cansancio―Perdón, joder. ¿Entonces Angra Mainyu es una mujer?

―Bueno, tanto como Dios es un tío. Algunos muy listos dijeron hace tiempo que era así, que Dios era un tío. Y ahora yo digo que lo que llaman el Demonio es una tía, por joder más que nada. ¡Y mira que les jode cuando me aparezco en sus lechos de muerte!―otra carcajada que sonaba como blandir el Mjolnir―¡Hace como quinientos años que no me pierdo la muerte de ningún obispo o imán!

         Paulo sacudió la cabeza. ¿Infierno? Él no había sido tan malo, siempre estuvo convencido de que allí no iban si no los realmente cabrones. Que todo el asunto era una especie de exageración para que la gente normal no se pasara de la raya.

―Sé lo que piensas―claro que lo sabía, era La Jefa. Le pasó el brazo sobre los hombros―Tío, se han tergiversado algunas cosillas, ¿vale? Es lo normal. No te asustes, este sitio, el “infierno”―hizo las comillas con los dedos―No es para la gente mala de verdad. A esos no los dejamos pasar de la puerta. Es un sitio a dónde van los rechazados, ¿lo pillas?

         La Jefa señaló hacia arriba y puso cara de pedantería.

―Todos los que no pasan por el aro del que pintan con barba blanca y facha de anciano dios griego no pueden entrar en el Paraíso. Así que acabarían flotando por ahí con los cabrones de verdad. A mí y algunos otros de los que trabajaban con él nos pareció una mierda. ¿Cómo vas a mandar a un tío que no se acordó de ti durante tres semanas, o que ni siquiera te conoce, al mismo sitio que al que le cortó el cuello a quince personas? Le decíamos cosas así, pero es bastante soberbio, incluso sin todas las exageraciones de los libros que le han escrito.

         Paulo ladeó la cabeza, necesitaba otra pastilla.

―Hubo bastantes encontronazos con todo este tema. Cuando nos expulsaron a patadas por intentar constituir un sindicato que no fuera amarillo lo vimos claro. Luego con la propaganda todo lo vistieron como una rebelión-ángeles caídos y demás-pero aun así si lees entre líneas esta todo ahí. Nos expulsaron y decidimos crear un sitio dónde acoger las almas de los rechazados por el de arriba. Supongo que eso nos hizo los malos, qué cosas, ¿eh?

         Aún con la mano sobre sus hombros, La Jefa echó a andar por la puerta. Paulo le siguió, no quería quedarse sin cabeza. Dentro había una sala de billar con varias mesas, sofás y una barra.

―Hacemos lo que podemos, tiramos sobre todo con las donaciones. En los ochenta nos fue como no nos iba desde hacía tiempo, con todo lo que daban las bandas de heavy metal. Pero ahora con esa gilipollez del viking se lo están quedando todo unos caducos que siguen creyendo que el universo es un árbol gigante...

         Paulo miró alrededor, ¿billar? ¿Donaciones? Esperó encontrarse a un elenco de famosos inadaptados de todos los tiempos, a Diógenes bebiendo whisky con Kurt Cobain, pero en aquella sala sólo había gente corriente y desconocida.  

―Así que ponte cómodo, ¿vale? Alguien te dará la llave de tu apartamento en breve―La Jefa le apretujó los hombros―¡Relájate! Hay máquina de refrescos gratis, tenemos cursillos y a gente de mucha calidad. Lo vas a pasar bien.

         La Jefa le soltó los hombros, le saludó y desapareció por la puerta para seguir en su loable labor de dar cobijo a las almas de los rechazados por Dios. Parias cobijando a parias. Paulo se quedó allí pasmado un rato, saludando tímidamente con la mano a los que le miraban. Luego fue a la máquina de refrescos para ponerse una coca-cola. Hacía un poco de frío, y todo estaba mohoso y viejo. Pero estaba allí y no flotando en el vacío, lo cual podía considerarse algo bueno. Dio un sorbo y luego miró el refresco con frustración, estaba aguado, joder. El infierno era un sitio grotesco, pero no estaba tan mal.