11 de junio de 2015
17:21
¿Qué no era
capaz? Quizás el Paulo que no llevaba cinco vodkas, pero él sí. Se encaramó al
bordillo y vio como todos le miraban desde abajo. Esbozó una sonrisa, giró un
poco la cabeza y con gesto grandilocuente le alargó el botellín a Tony.
―Sujétame la cerveza, que voy...
Dio el salto, perdió
el equilibrio y se quedó sin respiración. Sólo escuchó los gritos de la gente,
después un parón brusco y ruido de muchas cosas blandas y viscosas rompiéndose.
Parada cardiorrespiratoria y fundido a negro.
Cuando volvió
a abrir los ojos Paulo tenía ante sí un mostrador y un recepcionista. Estaba en
un vestíbulo mal iluminado de un edificio que por lo menos tenía cincuenta
años. El papel pintado de las paredes en algún momento había sido alegre, y
ahora estaba cubierto con carteles de ánimo y de conciertos bandas de garaje
cuyos nombres no había escuchado jamás. Bastante deprimente, más aún por el
hecho de que intentaba no serlo, y de que no sabía cómo había llegado allí.
Llevaba desde
que abrió los ojos sin respirar, inspiró en un extraño reflejo, fue entonces
cuando descubrió que podía simular la acción pese a no necesitar aire. Parpadeó
un par de veces, incrédulo. El recepcionista le hizo un gesto para que se
acercase, camisa larga y desteñida, pelo engominado y gafas de pasta. Aquello
no encajaba.
―Hola tío, bienvenido―el recepcionista se levantó de la
silla y le alargó una mano. Paulo se la estrechó―No te asustes, pero estas
muerto, ¿vale?―mirada de lástima clavada directamente a los ojos.
Paulo dio un
respingo y hubiera empezado a hiperventilar si, bueno... si tuviera que
respirar. El recepcionista asintió con comprensión y le alargó una pastilla.
―Esto te relaja, ayuda con la aceptación―dijo.
Paulo cogió la
pastilla en la mano y le miró con el ceño fruncido.
―Sí, estas muerto. No, no necesitas respirar―el tipo lo
soltó como un discurso―No, realmente no te estás comiendo una pastilla porque
no eres corpóreo ni tienes sistema digestivo pero... Mira tío, no te voy a
soltar el rollo sobre como la pastilla es una forma de tu mente de representar
algo de esta realidad... ¿vale? Has visto películas, como todo el mundo. Cúrrate
tu propia explicación.
Dentro de lo
que cabía, todo era muy razonable. Paulo se tomó la pastilla y empezó a
sentirse mejor. Poco a poco hilvanó sus ideas y una sucesión plausible de los
acontecimientos. Su última fiesta, su última borrachera y su última gilipollez,
fallida. Lapsus y de pronto estaba en una versión de la otra vida que no le
sorprendía demasiado.
El
recepcionista señaló al largo pasillo a su espalda:
―La Jefa siempre habla con todos los recién llegados, así
que ve por ese pasillo y te la encontrarás al final, en la puerta de admisión
que da al patio central de la ciudadela―dijo.
―¿Voy a pasarme la eternidad en una ciudadela? ¿En una
barriada con patio central y puertas con rejas?―protestó Paulo.
―¿Y qué quieres? ¿Nubes y trompetas celestiales? Eso los de
arriba. Nosotros tiramos con lo que podemos, además el espacio está muy bien
aprovechado. No habrá que compartir cuarto hasta el 2950.
Paulo asintió
y echó a andar, ¿los de arriba? Oh joder, necesitaría dos pastillas para
relajarse después de lo que acababa de pensar. El pasillo estaba bastante
limpio, salvo por las manchas de moho en las paredes. Una de las puertas estaba
abierta. Apoyada en el marco estaba-pensó él-La Jefa. Una mujer de mediana edad
con el pelo recogido, gafas y pintas de oficinista, salvo por los vaqueros
rotos, el abuso de la sombra de ojos y la sudadera de los Maiden. Sí, La Jefa.
―Paulo, tío. Bienvenido al Infierno―le alargó una mano.
Él se la
estrechó mansamente y después reaccionó.
―¡¿Cómo que en el infierno?!―exclamó. Lo que más le jodía
era que los cristianos tuvieran razón.
La Jefa
asintió.
―Ajá, bueno el Infierno es sólo un nombre. El termino más
culturalmente cercano en tu mente a la auténtica realidad de este lugar como
inframundo de... vamos tío no te lo voy a explicar.
Paulo se alejó
unos centímetros, justo los suficientes como para no ofender a...
―Entonces tu eres... eres...―balbuceó él.
―Dilo ya, no te ralles.
―¿El demonio?
Una carcajada
que fue como un estruendo, pero no amenazante. La Jefa asintió.
―Bueno, es uno de los nombres. Esos frikis judíos me daban
todos los nombres de todos los dioses de toda la gente que entraba en guerra
con ellos. Uno de mis favoritos es Angra Mainyu. ¿Puedes llamarme así? Es como
el que más me pega este lustro.
Paulo miró a
su alrededor. Pasillo oscuro mal iluminado, un cartel de un gatito que decía “¡Aguanta
amigo!” colgado de la pared y... sí. Allí seguía la oficinista vestida con
sudadera de los Maiden y una mirada que evidenciaba que no era para nada una
oficinista. La Jefa.
―Entonces El Demonio...―dijo él, La Jefa tosió y puso cara
de cansancio―Perdón, joder. ¿Entonces Angra Mainyu es una mujer?
―Bueno, tanto como Dios es un tío. Algunos muy listos dijeron
hace tiempo que era así, que Dios era un tío. Y ahora yo digo que lo que llaman
el Demonio es una tía, por joder más que nada. ¡Y mira que les jode cuando me
aparezco en sus lechos de muerte!―otra carcajada que sonaba como blandir el Mjolnir―¡Hace
como quinientos años que no me pierdo la muerte de ningún obispo o imán!
Paulo sacudió
la cabeza. ¿Infierno? Él no había sido tan malo, siempre estuvo convencido de
que allí no iban si no los realmente cabrones. Que todo el asunto era una
especie de exageración para que la gente normal no se pasara de la raya.
―Sé lo que piensas―claro que lo sabía, era La Jefa. Le pasó el
brazo sobre los hombros―Tío, se han tergiversado algunas cosillas, ¿vale? Es lo
normal. No te asustes, este sitio, el “infierno”―hizo las comillas con los
dedos―No es para la gente mala de verdad. A esos no los dejamos pasar de la
puerta. Es un sitio a dónde van los rechazados, ¿lo pillas?
La Jefa señaló
hacia arriba y puso cara de pedantería.
―Todos los que no pasan por el aro del que pintan con barba
blanca y facha de anciano dios griego no pueden entrar en el Paraíso. Así que
acabarían flotando por ahí con los cabrones de verdad. A mí y algunos otros de
los que trabajaban con él nos pareció una mierda. ¿Cómo vas a mandar a un tío
que no se acordó de ti durante tres semanas, o que ni siquiera te conoce, al
mismo sitio que al que le cortó el cuello a quince personas? Le decíamos cosas
así, pero es bastante soberbio, incluso sin todas las exageraciones de los
libros que le han escrito.
Paulo ladeó la
cabeza, necesitaba otra pastilla.
―Hubo bastantes encontronazos con todo este tema. Cuando nos
expulsaron a patadas por intentar constituir un sindicato que no fuera amarillo
lo vimos claro. Luego con la propaganda todo lo vistieron como una rebelión-ángeles
caídos y demás-pero aun así si lees entre líneas esta todo ahí. Nos expulsaron
y decidimos crear un sitio dónde acoger las almas de los rechazados por el de
arriba. Supongo que eso nos hizo los malos, qué cosas, ¿eh?
Aún con la
mano sobre sus hombros, La Jefa echó a andar por la puerta. Paulo le siguió, no
quería quedarse sin cabeza. Dentro había una sala de billar con varias mesas,
sofás y una barra.
―Hacemos lo que podemos, tiramos sobre todo con las
donaciones. En los ochenta nos fue como no nos iba desde hacía tiempo, con todo
lo que daban las bandas de heavy metal. Pero ahora con esa gilipollez del viking
se lo están quedando todo unos caducos que siguen creyendo que el universo es
un árbol gigante...
Paulo miró
alrededor, ¿billar? ¿Donaciones? Esperó encontrarse a un elenco de famosos
inadaptados de todos los tiempos, a Diógenes bebiendo whisky con Kurt Cobain, pero
en aquella sala sólo había gente corriente y desconocida.
―Así que ponte cómodo, ¿vale? Alguien te dará la llave de tu
apartamento en breve―La Jefa le apretujó los hombros―¡Relájate! Hay máquina de
refrescos gratis, tenemos cursillos y a gente de mucha calidad. Lo vas a pasar
bien.
La Jefa le
soltó los hombros, le saludó y desapareció por la puerta para seguir en su
loable labor de dar cobijo a las almas de los rechazados por Dios. Parias
cobijando a parias. Paulo se quedó allí pasmado un rato, saludando tímidamente
con la mano a los que le miraban. Luego fue a la máquina de refrescos para
ponerse una coca-cola. Hacía un poco de frío, y todo estaba mohoso y viejo. Pero
estaba allí y no flotando en el vacío, lo cual podía considerarse algo bueno.
Dio un sorbo y luego miró el refresco con frustración, estaba aguado, joder. El
infierno era un sitio grotesco, pero no estaba tan mal.
Etiquetas:humor,relato-corto
Suscribirse a:
Enviar comentarios
(Atom)
Nube de etiquetas
arcana
(2)
articulo
(4)
autopublicacion
(1)
biometría
(1)
bubok
(2)
canarias
(2)
cine
(2)
cyber
(1)
cyberpunk
(4)
cyberpunk-trivia
(3)
digital
(3)
edicion
(2)
encuesta
(1)
entrevista
(1)
espacio
(3)
fanfiction
(1)
fantasía
(1)
ficción
(12)
fragmentos
(5)
guanche
(1)
guia
(1)
hacker
(1)
humor
(5)
hype
(1)
ilustracion
(1)
juego-literario
(2)
libro
(2)
libro-relatos
(1)
links
(3)
literatura
(11)
microrrelato
(6)
mitología
(1)
musica
(1)
no-ficción
(3)
noir
(10)
noticias
(5)
perturbator
(1)
portalcienciayficcion
(2)
pregunta
(2)
presentacion
(2)
publicacion
(1)
puente-roto
(2)
Ray
(1)
relato-corto
(35)
reseña
(3)
revista
(2)
scarlett
(1)
scifi
(8)
surreal
(2)
tecnología
(6)
terror
(2)
tumba-abierta
(1)
Con la tecnología de Blogger.
Archivo del blog
-
▼
2015
(41)
- ► septiembre (6)
-
►
2014
(22)
- ► septiembre (4)
0 comentarios: