28 de junio de 2015
12:41
¿Qué
hacía en la barriada un tío con pantalones
de traje negros-de aspecto bastante caro por cierto-y camisa blanca abotonada
hasta el cuello? Joven y moreno, rozando los treinta, el pelo castaño bien
rapado como los demás miembros de la vasta legión de oficinistas a la que
pertenecía. Mochila de deportes a la espalda y mirada de forastero. Estaba
fuera de lugar, tramaba algo.
Un fin de
semana cojonudo, eso era lo que tramaba. A su alrededor en la plaza las farolas
derramaban iridiscencia ambarina y perezosa que a duras penas lograba atravesar
la llovizna con la que el cielo plomizo estaba salpicándolo todo. Desde los
edificios clónicos pintados de gris las ventanas devolvían los sutiles
destellos verdosos de los televisores sintonizados en el partido de liga. El extraño y tan fuera de lugar salaryman se sacudió y buscó algún
portal en el que refugiarse, la lluvia le empezaba a calar. Tiró del asa de la
mochila y se movió, incómodo. Pensó en la chaqueta del traje arrugada dentro de
la mochila, tenía el logotipo de la compañía en la solapa. No podía
arriesgarse.
Un estremecimiento
le hizo sacudirse y tuvo que boquear aire varias veces para recuperarse. La
familiar sensación del pulso irregular le golpeó en el pecho, la lluvia sobre
la piel se hizo tibia en comparación con los sudores fríos. Arritmia, su
corazón avisaba, como cualquier máquina, con irregularidades antes del fallo
definitivo. Sacó de un bolsillo del pantalón su pastillero cromado y se echó
dos pequeñas píldoras verdes a la boca. No ayudaban mucho, sólo calmaban las
señales del inexorable deterioro de su músculo más importante.
Etiquetas:no-ficción,relato-corto
11 de junio de 2015
17:21
¿Qué no era
capaz? Quizás el Paulo que no llevaba cinco vodkas, pero él sí. Se encaramó al
bordillo y vio como todos le miraban desde abajo. Esbozó una sonrisa, giró un
poco la cabeza y con gesto grandilocuente le alargó el botellín a Tony.
―Sujétame la cerveza, que voy...
Dio el salto, perdió
el equilibrio y se quedó sin respiración. Sólo escuchó los gritos de la gente,
después un parón brusco y ruido de muchas cosas blandas y viscosas rompiéndose.
Parada cardiorrespiratoria y fundido a negro.
Cuando volvió
a abrir los ojos Paulo tenía ante sí un mostrador y un recepcionista. Estaba en
un vestíbulo mal iluminado de un edificio que por lo menos tenía cincuenta
años. El papel pintado de las paredes en algún momento había sido alegre, y
ahora estaba cubierto con carteles de ánimo y de conciertos bandas de garaje
cuyos nombres no había escuchado jamás. Bastante deprimente, más aún por el
hecho de que intentaba no serlo, y de que no sabía cómo había llegado allí.
Llevaba desde
que abrió los ojos sin respirar, inspiró en un extraño reflejo, fue entonces
cuando descubrió que podía simular la acción pese a no necesitar aire. Parpadeó
un par de veces, incrédulo. El recepcionista le hizo un gesto para que se
acercase, camisa larga y desteñida, pelo engominado y gafas de pasta. Aquello
no encajaba.
Etiquetas:humor,relato-corto
1 de junio de 2015
16:48
―Le metieron cinco balas en el cuerpo, y está muerta. Mejor, ¿realmente preferirías que estuviera detenida?―dijo Jumper.
No, nadie prefería que lo detuviesen y le aplicasen la Antiterrorista. Desaparecer con cinco dolorosas y desgarradoras incisiones de plomo caliente era mucho mejor que acabar en aislamiento durante semanas, recibir palizas que acabarían silenciadas y languidecer durante meses para finalmente ahorcarse uno mismo-ahorrándole el trabajo a los verdugos-en un último y desesperado chispazo de dignidad. Radix se sentó en la escalera frente a la puerta y hundió la cabeza en las manos. Fuera la lluvia arreció.
No, nadie prefería que lo detuviesen y le aplicasen la Antiterrorista. Desaparecer con cinco dolorosas y desgarradoras incisiones de plomo caliente era mucho mejor que acabar en aislamiento durante semanas, recibir palizas que acabarían silenciadas y languidecer durante meses para finalmente ahorcarse uno mismo-ahorrándole el trabajo a los verdugos-en un último y desesperado chispazo de dignidad. Radix se sentó en la escalera frente a la puerta y hundió la cabeza en las manos. Fuera la lluvia arreció.
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