11 de enero de 2015
12:36
Gimió con voz
ronca, tratando inútilmente de que su cuerpo obedeciera. Abrió los ojos y estos
lanzaron a su cerebro la imagen del pasillo en penumbra. En el suelo de madera
polvoriento sólo se veían las marcas de infinitas rodaduras, las de la silla de
ruedas sobre la que su cuerpo estaba desplomado. El sol casi no lograba filtrarse
a través de las ventanas sucias, tapadas con cinta aislante pegada directamente
al cristal.
Giró el cuello
con esfuerzo y vio el pasillo pasar de largo, daba la sensación de que él era
el eje y todo lo demás se movía a su alrededor. El pasillo desapareció, la
puerta principal de la casa se abrió con un agudo chirrido de servomotores
mecánicos y el sol le dio en la cara. No calentaba, y todo lo bañado por su luz
parecía gris y mortecino, quizás era un defecto de sus ojos. Hacía mucho tiempo
que el cuerpo había dejado de funcionarle correctamente, y los fallos tendían a
apilarse de una manera mucho más constante y eficiente que las mejoras.
La silla
automática seguía trayendo el exterior hacia él. Traqueteó por el sendero de
gravilla, rodando sobre hierba mustia y crujiente mientras un ligero zumbido
indicaba que era un motor eléctrico, y no la magia, lo que la movía. Él intentó
gemir y quejarse, pero le ardían los pulmones, se le encogió el estómago cuando
vio a donde le estaba llevando la silla, el paisaje que se acercaba a sus ojos
agotados, incapaces de distinguir longitudes de onda fuera de la escala de grises.
Sus manos se
agarraron levemente a los reposaderos de la silla, pero para él aquello era el
equivalente a una tensión absoluta y dolorosa de todos los músculos. Caretaker siguió arrastrando la silla
por la gravilla con manos invisibles hechas de señales binarias, probablemente
había sido su familia, esos hijos de puta desagradecidos, los que habían
comprado el aparato para librarse de él sin demasiado cargo de conciencia, pero
no se acordaba bien.
Logro gritar,
justo al mismo tiempo que la silla se detenía. Aquella máquina infernal debía
haberse quedado atrapada en un bucle infinito, igual que él. Todas las mañanas
le arrastraba en la silla hasta su tumba, cubierta de musgo y hojas secas...
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