11 de enero de 2015
         Gimió con voz ronca, tratando inútilmente de que su cuerpo obedeciera. Abrió los ojos y estos lanzaron a su cerebro la imagen del pasillo en penumbra. En el suelo de madera polvoriento sólo se veían las marcas de infinitas rodaduras, las de la silla de ruedas sobre la que su cuerpo estaba desplomado. El sol casi no lograba filtrarse a través de las ventanas sucias, tapadas con cinta aislante pegada directamente al cristal.

silla automática

         Giró el cuello con esfuerzo y vio el pasillo pasar de largo, daba la sensación de que él era el eje y todo lo demás se movía a su alrededor. El pasillo desapareció, la puerta principal de la casa se abrió con un agudo chirrido de servomotores mecánicos y el sol le dio en la cara. No calentaba, y todo lo bañado por su luz parecía gris y mortecino, quizás era un defecto de sus ojos. Hacía mucho tiempo que el cuerpo había dejado de funcionarle correctamente, y los fallos tendían a apilarse de una manera mucho más constante y eficiente que las mejoras.


         La silla automática seguía trayendo el exterior hacia él. Traqueteó por el sendero de gravilla, rodando sobre hierba mustia y crujiente mientras un ligero zumbido indicaba que era un motor eléctrico, y no la magia, lo que la movía. Él intentó gemir y quejarse, pero le ardían los pulmones, se le encogió el estómago cuando vio a donde le estaba llevando la silla, el paisaje que se acercaba a sus ojos agotados, incapaces de distinguir longitudes de onda fuera de la escala de grises.

         Sus manos se agarraron levemente a los reposaderos de la silla, pero para él aquello era el equivalente a una tensión absoluta y dolorosa de todos los músculos. Caretaker siguió arrastrando la silla por la gravilla con manos invisibles hechas de señales binarias, probablemente había sido su familia, esos hijos de puta desagradecidos, los que habían comprado el aparato para librarse de él sin demasiado cargo de conciencia, pero no se acordaba bien.


         Logro gritar, justo al mismo tiempo que la silla se detenía. Aquella máquina infernal debía haberse quedado atrapada en un bucle infinito, igual que él. Todas las mañanas le arrastraba en la silla hasta su tumba, cubierta de musgo y hojas secas...