19 de noviembre de 2014
         Con el cambio climático La Laguna volvió a hacer honor a su nombre. Las tormentas constantes inundaban la ciudad y el agua turbia reclamó su lugar engullendo los adosados de los adinerados. En el centro, la lluvia ácida caía con inclemencia sobre Zero. Las gotitas de color óxido le dejaban un residuo marrón sobre la chaqueta de cuero. Se echó la capucha sobre la cabeza y caminó por las pasarelas con columnas bajo los enormes edificios. No lograban evitar que la lluvia, empujada por un viento lateral, diese contra la marea humana que intentaba refugiarse del tiempo inclemente. Los coches eléctricos pasaban con un zumbido, dejando como rastro géiseres de agua sucia que empapaban a quienes estaban demasiado cerca de la calzada.

         Zero se arrebujó en la chupa de cuero, protegido de las miradas por la capucha, y caminó encogido entre la gente con las manos en los bolsillos. Prestaba especial atención a los paraguas de aristas afiladas, llevados por peligrosísimas sexagenarias que lo ponían justo a la altura perfecta para sacarle un ojo. Su segunda prioridad era vigilar a los carteristas marroquíes y las atracadoras rumanas, que atraían con el canto de sirena de sus faldas de vinilo en colores chillones, poco más anchas que un cinturón.

Interfaz Visual

         Pero él estaba de vuelta de todo eso, miraba con una mezcla de asco, envidia y piedad al resto de sus congéneres, esquivándolos para llegar lo antes posible a la estación del tranvía. Aún con las manos en los bolsillos, Zero se tocó el paladar, justo detrás de las paletas, con la lengua. Con aquel movimiento se activó una respuesta gestual en su cerebro. Finísimas líneas de fósforo verde atravesaron su campo visual, injertadas directamente al nervio óptico gracias a la placa de silicio de 35nm que tenía detrás de la oreja derecha, incrustada en el hueso.

         Tan pronto como el procesador salió de su estado en reposo, los micro-conductores empezaron a calentarse con el paso de los electrones a través de las puertas lógicas. Un ligero calorcillo emanó del implante y le dio en el lóbulo de la oreja, helado por la lluvia y el frío lagunero. Ahora podía controlar la interfaz con sus pensamientos, el gesto aprendido de la lengua era un activador. Repetirlo apagaría la interfaz, pero el implante permanecía activo siempre.

         Sus pensamientos eran el puntero, una diminuta parte de su centro cerebral del lenguaje el teclado de comandos. Zero activó el reproductor y eligió la lista de canciones, pasando a través de cada una como quien recuerda momentos de unas vacaciones. Otro finísimo hilo superconductor envuelto en tejido conectivo sintético vomitó los beats del aggrotech y Zero tuvo que cerrar por un momento los ojos y sobreponerse a un ligero mareo. El streaming de audio directamente al cerebro era la mejor manera de escuchar música electrónica. La única, decían algunos, sin pérdida de calidad ni distorsión del sonido debido a la interacción con el aire.

         Zero apretó el paso espoleado por el pulso ultrarrápido que resonaba en su cerebro. Enfiló esquivando gente y saltó de pasarela en pasarela hasta llegar a la estación del tranvía. Se metió en el vagón recubierto con incontables capas de grafiti. Estaba lleno de gente empapada de agua marrón que olía a aceite industrial. Tuvo que quedarse de pie.

           Justo a tiempo, con un ridículo sonido de timple el aparato se puso en marcha y empezó a traquetear por las vías, atravesando la ciudad golpeada por la lluvia. Zero miró a la gente a su alrededor, las brillantes líneas rodeaban las caras y hacían saltar pequeñas ventanas de información en letras sin serifa teñidas de neón verde. Con la interfaz se activaba también la razón principal de su implante: El Asistente de Interacción Social. A través de todas las percepciones captadas por su cerebro, consciente e inconscientemente, el AIS le daba a Zero un despliegue de información que le permitía obtener una significativa ventaja a la hora de interactuar con los que le rodeaban.

         El hombre frente a Zero centelleó cuando sus ojos se clavaron en él. Lenguaje no verbal; encogido y con los hombros en tensión, mirando a todas partes. Inseguridad. Mirada esquiva, peinado corto y engominado. Ropa a la moda en un desesperado intento por encajar. Personalidad Tipo 4, posibles trazas de Tipo 2. Si hablara con él seguramente el AIS le daría una respuesta definitiva sobre el tipo de personalidad y un buen despliegue de traits secundarios. Hizo un barrido del vagón del tranvía, los individuos destellaban con la información captada por su cerebro, reinterpretada por la electrónica y la ingeniería social.

         Una chica a su derecha, guapa para sus estándares. El fósforo verde eclipsó la imagen. Pelo corto. Suéter negro de mensaje subversivo, diseñado por una corporación de Taiwán y fabricado por niños de Italia. Pendientes en la oreja derecha y una falsa aura de seguridad, tenía las piernas estiradas tratando de abarcar todo el espacio posible, pero abrazaba su mochila en un intento de camuflar que se abrazaba a sí misma. Posible Tipo 2, pero también necesitaría más información para un diagnóstico definitivo.

         El AIS era para Zero una maldición que le facilitaba la vida y su trabajo, pero a cambio le había arrancado un buen pedazo de su humanidad. Ya le era imposible confiar en la infinita variabilidad genética. La ilusión de la individualidad compleja y única se había desvanecido tan pronto como fue capaz de clasificar a todas las personas en 6 Tipos de personalidad diferenciados con subclases, pequeñas variaciones mezcla de vivencias y comportamientos adquiridos por sociabilización y comportamiento imitativo. Pero la individualidad alta era casi siempre una ilusión. Zero ladeó la cabeza y recordó un viejo eslogan “Eres único, como cada copo de nieve”

         Una mierda, eres único, como una composición de diminutos cristales de hielo altamente simétricos cuya formación y comportamiento es altamente predecible. Sí, bueno, se ajustaba bien entonces. Los arquetipos de personalidad repetidos a lo largo de la historia eran algo, a juicio de Zero, conocido e intuido por todos. Pero era difícil reconocer que se era sólo una mezcla de distintos patrones. Era jodido no ser un copito único. Su AIS simplemente lo sistematizaba. Pero le quitaba toda la emoción a la interacción humana. El tranvía se metió en el primer túnel, oscuro y encharcado. En la penumbra brillaban las hogueras encendidas por los sin techo, junto a las chabolas de cartón y uralita. Las piedras golpearon los cristales blindados del vagón.

         Siguió hipnotizado por la música de su cabeza, observando con el AIS las interacciones silenciosas. Miradas esquivas entre dos tíos sentados frente a frente. Probable atracción, al menos unilateral. Los beats de la música seguían martilleando su cerebro, pero no era sordo a los sonidos exteriores. Sonó el timple de su parada.

         Bajó entre dos Tipo 3, un Tipo 2 y un posible Tipo Alfa que le miró desafiante. Él apartó la mirada, con las manos en los bolsillos. El agua turbia corría por las calles convertidas en ríos, mientras una llovizna mucho más fina le daba una tregua a la chupa de Zero. Se sabía el camino de memoria y llegó a la casucha destartalada sin ser consciente de cómo había ido caminando. Estaba encapsulada entre dos edificios nuevos de apartamentos, construidos en hormigón y con fachada de aluminio. Antes de entrar sacudió la cabeza, tenía que apagar el AIS. No le gustaba utilizarlo con sus amigos, y desde luego a ellos no les hacía ninguna gracia que lo hiciera.

         Zero era el experto en ingeniería social, pero en su grupo había gente capaz de freír un implante como el suyo y llevarse por delante toda la materia gris del usuario. HUB podía, por ejemplo. El mismo gesto, la lengua tocó el paladar y las brillantes líneas iridiscentes desaparecieron. Con ellas se fueron también la música y una ligerísima jaqueca. Siempre que utilizaba el AIS le dolía un poco la cabeza, un dolor camuflado, como un zumbido que no puedes notar hasta que desaparece. Lo que Zero notaba siempre era la ausencia del dolor de cabeza producido por el AIS.

         Tocó en la puerta de metal, unos segundos sin ruido, después una voz llegó desde el interior:

―”I just want to say LOVE YOU SAN!”―era la de HUB, amortiguada tras cinco centímetros de hierro.

         Zero ladeó la cabeza. Esa era fácil.

―Billy gates, why do you make this possible?―respondió él, poniendo una entonación sobreactuada.

         Ruido de cadenas y cerrojos durante al menos diez segundos, después la puerta se abrió. Desde la oscuridad teñida de neón azul del interior emergió una nariz aguileña, dos ojos azul verdoso rojizos por el humo y una sonrisa torcida. Era HUB, y su pelo enmarañado teñido de azul le enmarcaba el rostro. Zero sonrió y le estrechó la mano. Las pulseras, cadenas e imperdibles que colgaban de toda la chaqueta vaquera de su amiga tintinearon con el movimiento.

         Él entró, HUB cerró la puerta a su espalda. Gotas de agua y escamas de yeso viejo le cayeron sobre la cabeza desde el techo surcado de grietas y moho negro.

         En el salón iluminado por la luz de neón azul Zero pudo distinguir las siluetas del resto del grupo, esparcidos entre los sillones viejos. En el centro de la habitación había un armario de comunicaciones destartalado. Las luces de los servidores titilaban como en una diminuta rave. Brillo de pantallas, zumbido de ventiladores de CPU. Olor a electricidad estática, humedad y hachís. Zero estaba en casa.

         Los demás le saludaron con los ojos fijos en las pantallas. Salvo Kerberos, que estaba tirado en un sofá y miraba al techo. Zero sopesó tres opciones: Estaba trabajando con su implante, había fumado demasiado o había vuelto al caballo...

         HUB volvió a sentarse en un escritorio de contrachapado reforzado con eles de aluminio en las uniones. Tenía abierta una consola e interactuaba directamente con los servidores del armario. Como siempre, se escuchaba de fondo el canal seguro de la policía que tenían pinchado por precaución.

―Todavía estamos con esa mierda del Colegio de Abogados, si mañana Nómada no ha conseguido entrar te tocará a ti conocer al SysAdmin y hacer magia con tu AIS―dijo HUB.

         Zero se dejó caer frente a otro escritorio y encendió una vieja torre negra. Tubos de plástico salían del interior hasta un enorme disipador de aluminio situado sobre la mesa, el líquido refrigerante empezó a fluir para mantener el procesador modificado por debajo del punto de fusión.

―Entonces no cobraremos hasta el mes que viene―se quejó él.

         Ella se giró, encogió los hombros.

―¿Y qué le hago? Parece que en esta ciudad están empezando a espabilar con la seguridad.

         Fue entonces, al esquivar la mirada de HUB, cuando se fijó en que había alguien que no conocía. Estaba arrodillada frente a uno de los equipos, junto al armario de servidores.

―¿Y ese?―dijo él.

―Esa―corrigió HUB―Es MirrorShade, la conoces de la red. Va a quedarse un tiempo con nosotros.

         Zero ladeó la cabeza, la aludida se giró con un cable de fibra óptica apretado entre los dientes y asintió a modo de saludo. Se puso de pie, escupió el cable y fue hasta él para estrecharle la mano. Le sorprendió. HUB-objetivamente-no estaba buena, pero a él le gustaba. EchoBlue, tirada ahora en un colchón con los dos portátiles en el regazo, sí era guapa. Pero esta MirrorShade estaba a otro nivel. La imagen le golpeó el cerebro y casi dio un respingo, la clasificó rápidamente, deformado ya por el AIS. Suéter negro sin dibujos y pantalón vaquero rasgado. Era una Angelina Jolie de 1995, con pelo corto y antes de operarse.

         Se levantó y le estrechó la mano, automáticamente se llevó la lengua al paladar. Leve mareo, las líneas de fósforo verde produjeron la ilusión de quemarle la retina cuando realmente estaban quemándole en el cerebro. Lanzó el AIS contra su objetivo. A sus demás amigos ya los había escaneado en alguna ocasión, aunque lo utilizaba poco. Con HUB no se había atrevido, pero no hacía falta, era una Tipo Alfa clara.

         MirrorShade le estrechó la mano sin sonreír, muy seria.

―¿Qué tal, eres Zero?―dijo, con voz ronca y duro acento de Zaragoza.

         Él asintió, ganando tiempo mientras la información brotaba de la figura resaltada de la chica. Lenguaje y postura corporal...; Sonrisa hipócrita y mirada atenta, voz regia sin temblores. El sistema osciló entre Tipo 1, Tipo 4, Tipo 6. La lista de subcategorías variaba enormemente.

―Sí, soy yo―respondió él al fin.

         MirrorShade sonrió y le miró desafiante. Le dio un golpecito en el hombro (Tipo 1) y después ladeó la cabeza y entrecruzó las manos sobre el pecho (Tipo 1/Tipo 3)

―Ingeniería social, ¿eh? Dicen que eres bueno con eso, pero apuesto a que no me ves ni el humo entrando en una DMZ―se burló ella de manera ofensiva (Tipo 1/Derivado: falta de inteligencia emocional), después soltó una risilla insegura (Tipo 2)

         Coño, no supo que decir. El AIS no le recomendó ninguna aproximación (conciliadora, ofenderse para provocar una respuesta de sumisión y corrección del lenguaje social en su interlocutora, desprecio para...) Se llevó el paladar a la lengua y desactivó la interfaz, un pequeño mareo. La chica volvió a su servidor y él se quedó descolocado. HUB le miró con complicidad y lanzó una carcajada.

         Zero volvió a sentarse frente al ordenador, visiblemente confuso. Accedió a un repositorio online para sistemas AIS, buscando una actualización. Quizás había sido la poca iluminación, o la súbita inundación de feromonas en su cerebro que le había nublado las percepciones de las que se nutría el programa del implante. HUB se giró para mirarle y le dio un puñetazo en el hombro después de ver en la pantalla lo que estaba buscando.

―Una anomalía al fin, ¿eh Zero?