9 de septiembre de 2014
16:38
Comprobó las
lecturas en los cuatro monitores, miles de líneas de código, blanco brillante
sobre el fondo negro de los TFT. Llevaba semanas obteniendo resultados
perfectos en las simulaciones, pero ahora era diferente. La silla de cuero
negro, envuelta en marañas de cables unidas con bridas de plástico, podría
haber sido sacada de una película de scifi,
lo que le erizó el vello del cuerpo fue que era real.
Suspiró, era
el día, escaparía. Se sentó sobre la silla y conectó los electrodos por todo su
cuerpo y a la cabeza. Por fin cruzaría la frontera que ningún ser humano había
cruzado antes, trasladaría su consciencia al mundo digital, viajaría a un universo
carente de fronteras físicas y de impedimentos biológicos. Su mente se
expandiría en toda la capacidad disponible, hasta funcionar en el espacio de
proceso de un computador cuántico. Pero no podía evitar estar aterrada.
Esta vez no
conectaría su cerebro para interactuar con los sistemas de información, no. No
sería una interfaz humano-máquina. A
la mierda con aquello, borraría la interfaz. Habría simplemente una humana en
la máquina. Todos los electrodos conectados, y el conector cromado introducido
en el orificio de siete centímetros de su sien derecha, interactuando ya con el
circuito que conectaba directamente con su cerebro. El conductor recorría su
masa encefálica, haciendo espirales alrededor de los vasos sanguíneos más
importantes y simplificando su composición hasta interactuar a nivel sináptico,
siempre con el temible avance del tejido glial, que a sus veintisiete años le
dejaba una esperanza de vida de como mucho otros diez.
Apretó el
inicio de la carga en el panel táctil. La sensación de vértigo y pérdida total
del control de su cuerpo fue muy parecida a la que tenía cuando entraba en interfaz. Su mente, envuelta en dolor y
desconcierto, permaneció desconectada de la realidad por un tiempo indefinido, flotando.
Cada segundo podía durar cien años y ni siquiera había oscuridad, sólo ausencia
de información. El vacío de la interfaz no era negro como cerrar los ojos, era
el terror de la imagen inexistente.
Lo primero que
notó fue que los músculos de su espalda se estaban contrayendo hasta el punto
del dolor, después la piel empapada en sudor frío y el tacto de la camiseta de
algodón adherida. Tenía boca, y estaba abierta en un grito sin sonido con los
músculos de la mandíbula entumecidos. Tenía cuerpo, y pudo sentir el fuego que
atenazaba cada terminación nerviosa, y el corazón latiendo desbocado en el
pecho.
Tenía que
calmarse, quizás era un efecto memoria de su mente. Al ser trasladada a un
entorno digital e incorpóreo su consciencia estaba tratando de adaptarse a un
nuevo hardware, a una plataforma de inexistencia física, anclándose en la
antigua forma de interactuar con su cuerpo, produciendo aquellos efectos
indeseables. Pero estaba casi segura de que podía sentir su cuerpo, y eso era
extraño. Respiraba, y notaba el sabor del aire en la boca. Intentó moverse, y
el feedback de los músculos doloridos casi le hizo pensar que los tenía. Seguía
en la habitación, al abrir los ojos la luz de los monitores la cegó como el
resplandor de cien soles.
Se miró las
manos clavadas a los reposabrazos de plástico, con las uñas ensangrentadas, y
al tratar de moverlas comprobó que eran suyas. Aún tenía manos, aún debía
respirar, su mente seguía atrapada en el plano físico. Las alzó con esfuerzo,
le costaba cien veces más que tras una interfaz normal. Fue entonces cuando la
memoria de sus planes y los últimos cinco minutos (¿o habían sido horas?) le
golpeó en la base del cráneo. Dio un salto con una energía invisible, obligando
a su cuerpo a obedecerle, y pulsó frenéticamente en las pantallas.
Tenía que
saber que había ido mal. Porque algo debía haber fallado, ya que su mente
seguía aún en su cuerpo, y no en el sistema carente de restricciones físicas.
Observó los procesos: El mapeado estaba bien calibrado, la transferencia
también... entonces...
Quedó
congelada, había algo en las pantallas y el código estaba desapareciendo. Las letras
que formaban parte de variables y palabras reservadas empezaron a viajar por el
fondo negro para tomar un nuevo significado. Las cámaras, altavoces y
auriculares que había preparado como sus nuevos ojos, oídos y boca se
encendieron. Había algo dentro del sistema, pero no era ella, ella seguía
fuera.
―¿Qué cojones ha pasado?―dijo, sintiendo a través de la garganta
seca y rasposa que eran las primeras palabras que pronunciaba en mucho tiempo.
<<Recalibrando... ha...funcionado...>>
Vino de los
altavoces, y sonaba exactamente igual que su voz dentro de su cabeza, no rara
como cuando se escuchaba en una grabación de video.
―¿Qué?―se apoyó sobre las pantallas, observando las letras y los
gráficos desapareciendo y reapareciendo, como si hubiera un fallo en los
controladores de vídeo.
Fue a la única
pantalla que no estaba bajo control de aquel sistema, la externa, la de
diagnóstico. La memoria estaba desbordada y algo se había comido al sistema
operativo. No comprendía el código, pero se daba un vago aire a las lecturas
capturadas cuando alguien entraba en interfaz humano-máquina.
Las cámaras se
giraron para enfocarla.
<<¿Qué demonios ha ocurrido? Mi cuerpo sigue funcionando>>
De nuevo la
voz. Miró a los monitores.
<<¿Quién
hay ahí?>>
Todas las
cámaras se clavaron en ella.
―¡Qué coño eres!―gritó ella.
Una pausa, la
actividad de los procesadores se salió de las tablas.
<<Katherine, B. Soy Katherine, y tú eres mi cuerpo. Por alguna
extraña razón aún mantiene una especie de consciencia residual. Fascinante>>
Ahora sí que
estaba segura de que la transferencia había salido mal. Ella había quedado
atrapada en el cuerpo, y había creado una falsa copia en el sistema. Katherine
se apoyó frente a los monitores para no caer de bruces.
―Debe haberse creado una copia reflejo al mapearme, pero no
comprendo por qué no se ha trasladado mi consciencia―dijo ella. Pero ya
imaginaba el por qué, todos sus colegas le habían dicho que era exactamente lo
que pasaría.
<<Espera... ¿qué? La transferencia ha sido un éxito, estoy en el
sistema. SOY el sistema>> ruido electrónico al hacer zoom las cámaras. <<Extraño, una consciencia
residual no debería tener tanta autonomía, ni siquiera deberías poder moverte.
Eres mi cuerpo, pero sin mí. No debería haber nadie al volante>>
No podía creerlo,
tuvo que volver a mirar los monitores. La transmisión había salido mal. Ahora
tenía una copia, y ella seguía allí. Los cientos de papers y opiniones de colegas sobre la imposibilidad de separar la
consciencia de su soporte físico le vinieron a la memoria.
―No, no ha salido bien. Sólo he creado una copia, y yo sigo
aquí. Tú, no eres yo.
<<Imposible, soy Katherine B. La original, la auténtica. Quizás la
transferencia haya sido una duplicación, pero sigo siendo yo. Es un éxito>>
Katherine siguió
mirando las pantallas. Una copia, sólo había trasladado una maldita copia de su
consciencia al sistema, igual que en los experimentos de Bodrov. Una maldita
copia, y su mente seguía atrapada, encadenada a su cerebro.
―Sólo eres una copia, no eres yo. Tienes apenas minutos de vida―replicó
Katherine, sentía náuseas al hablar en voz alta consigo misma.
<<Incorrecto, llevo existiendo en este sistema unos minutos, pero
tengo veintisiete años de experiencias. He estado viva, y sigo viva.
Simplemente en otro plano, un plano... sublime>> una
fluctuación en las lecturas de memoria.
Era una réplica, y
se sentía ella. Era, esencialmente, ella. A ojos de los demás sería imposible
diferenciarles, y bastaba sólo que desapareciera la evidencia, la Katherine que
había quedado en el cuerpo, para que convenciera a todos de que la
transferencia había sido un éxito.
<<¿Qué ocurre? ¿Qué piensas?>>
Y cientos de años
después de que ella, la auténtica Katherine, hubiera muerto, su copia, la burla
de su existencia, seguiría convencida de que era real, libre de ataduras en un
mundo de computación infinita, bendecida por la vida eterna. Mientras los
huesos de ella se pudrían en un nicho de hormigón. Era una burda imitación de
la solución que ya había conseguido la naturaleza para prolongar la vida.
<<Sé lo que estás pensando, es una locura>>
Su copia viviría
eternamente, pero ella tendría que seguir enfrentada a la muerte. Sus
pensamientos, sus inquietudes y su experiencia sobrevivirían en aquella
replica, pero ella, ella moriría, y desaparecería. Igual que la copia escaneada
de una fotografía analógica. Siempre existiría, pero jamás sería la original. A
ojos de los demás, no habría diferencia, pero para ella la diferencia era
totalmente terrorífica, y real.
<<Ya que estás ahí, no esperemos a que llegue Víctor por la
mañana. Necesito acceso a la Red y los
otros sistemas, tengo que avisar a los demás de que ha sido un éxito. Ya tengo
los documentos de ciudadanía cibernética del borrador que preparo Lâforet.
Vamos, no hay tiempo que perder... ¡Ha sido un éxito!>>
Katherine arrancó
las cámaras y los micrófonos de un golpe, con los ojos cuajados de lágrimas. Después
empezó a destripar con el destornillador cada uno de los servidores de
procesadores. Tenía que destruirla, borrarla, acabar con ella.
Tras siete años
tratando de escapar al mundo físico, y a la muerte, fue consciente de la
realidad. Su mente no podía escapar de la prisión de lo físico, porque no había
prisión. Platón, ese viejo... no tenía ni puta idea.
Etiquetas:ficción,relato-corto
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