24 de noviembre de 2013
19:27
Llovía, y
los truenos retumbaban en el cielo justo sobre la ciudad, confundiéndose con el
ruido de las turbinas de los aviones que descendían sobre el aeropuerto en el
extrarradio. La gente cruzaba las aceras de la avenida apretando el paso y
haciendo equilibrios con paraguas demasiado frágiles para evitar que la espesa
cortina de agua les empapara. Los coches detenidos en un semáforo pitaban y
pitaban, sus motores generaban una nubecilla de humo que se condensaba con la
humedad del aire.
Ella lo observaba todo desde la
penumbra entre los altos edificios de la avenida, a la entrada de uno de los
estrechos callejones que desembocaba como afluente a la arteria principal de la
ciudad. Los bloques grises grasientos y las carcasas de aparatos de ventilación
oxidada le arropaban, casi le rodeaban, protegiéndole un poco del frío. La
gente que pasaba por al lado ni siquiera se daba cuenta de que estaba allí,
mucho menos de que estaba tiritando. Le dio igual, estaba acostumbrada a que la
gente ni le mirase, a sentirse parte del mobiliario urbano, apenas un poco por
encima de los bancos del parque en la jerarquía.
Si
la gente reparaba en ella, en el mejor de los casos le miraban por encima del
hombro y se apretaban disimuladamente (o no tanto) las carteras en los bolsillos,
o los bolsos, o lo que fuera que llevaban y consideraban de valor. Como
ejercicio, ella procuraba devolverles la misma indiferencia.
―¡Eh! ¡Eh, dosdientes,
ven aquí muchacha, te vas a helar!―gritó una voz desde el fondo del callejón.
Ella
se giró. Le llamaban así, dosdientes,
en honor al incisivo y premolar que había perdido en una pelea hacía un año.
Estaba convencida de que en cuestión de una década, si tenía suerte, le
llamarían dosdientes en honor a los
únicos que aún conservara. Al fondo del callejón dos figuras se inclinaban
sobre un bidón ardiente, recortándose como sombras desgarbadas en el
resplandor. Dosdientes se incorporó,
se palmeó los muslos a través del vaquero rasgado y empapado y caminó hacia
ellos con las manos en el bolsillo tipo marsupio de su sudadera manchada.
Alguna vez había sido blanca, ahora era gris-amarillenta, alguna vez había
olido a detergente...
Humo espeso y negro, que
apestaba a plástico quemado, se elevaba desde la hoguera improvisada en el
bidón. Emile le dedicó una mirada de simpatía, bajo la barba tupida y
enmarañada los labios se le torcieron en una amplia sonrisa, después siguió
echando al fuego marañas de cables del montón enrollado y retorcido que tenía a
los pies. Marty, el que le había gritado, no dijo nada. El cuarentón
cascarrabias estaba empinando el codo, la boca pegada a una vieja botella de
whisky Gran Jefe. A dosdientes se le
retorció el estómago nada más ver la botella, aquella mierda valía 1.02
créditos, llamarlo garrafón era un elogio.
―No sé por qué te pasas el día mirando a los trans con cara de pasmá...―sentenció Marty cuando se despegó de la botella, su aliento
era sólido y combustible.
Dosdientes retrocedió un paso para
librarse del hedor y su dedo acusador. Apartó la mirada hacia la entrada del
callejón, por la que se colaba la luz y el bullicio de la avenida.
―Me dijiste que vigilara, cabrón borracho... ―respondió.
Marty
la miró, después a la botella vacía. Se encogió de hombros y empezó a escupir
carcajadas roncas, más que a reír.
―¡Pero es que te vas a helar si te quedas así
quieta!―el cuarentón se inclinó con un quejido y sacó otra botella llena de
Gran Jefe, la abrió apresuradamente y echó un chorrito al bidón, que respondió
con una llamarada azulada, después le ofreció la botella a dosdientes―Bebe muchachita, bebe... para que no te enfríes. Después
sal allí y ponte a vigilar otra vez, joder.
Todo
el episodio ocurrió bajo la mirada impasible y la sonrisa casi descerebrada de
Emile, como siempre. A juicio de dosdientes,
Emile tenía bastante con existir y respirar. El tipo estaba quemado, parecía
tener cincuenta y apenas llegaba a los treinta. Cuando miraba a sus ojos de un
azul apagado sentía como si mirase a los de una oveja, o algún otro herbívoro
de manada. Lo único que veía era que allí detrás, en la cabeza Emile, no había
nadie al volante. Pero era un buen amigo...
Rechazó
el ofrecimiento de Marty, prefería morir congelada antes que beberse aquello,
al menos lo prefería antes de las cinco de la tarde, o cuando no había empezado
bebiendo algo más suave. Si ya estaba un poco borracha su aversión contra el whisky
Gran Jefe podía cambiar, volviéndose menos intensa y más permisiva. Dosdientes se alejó a toda velocidad
para volver a la entrada del callejón, el hedor a whiskey, a Marty y sobre todo
a plástico quemado le estaba mareando.
Volvió
a sentarse en una caja de madera destartalada y observó mientras nadie reparaba
en su presencia. Había logrado ser invisible sin proponérselo, no es que ello
le supusiera una ventaja. Era invisible porque no representaba ninguna amenaza
para aquella gente. Suspiró.
Frente
a ella, el mar de coches que gruñían al ralentí, y a ambos lados el río de gente
que caminaba entre la lluvia. La mayoría llevaban algún modelo de gafas de
realidad aumentada, o deslizaban ágilmente los dedos en las pantallas y teclados
flotantes de sus dispositivos de muñeca. Parecía casi mágico, dosdientes tenía una noción básica de
que no se trataba de magia, aquella luz flotante que podían tocar, por ejemplo,
era una interfez (o inter-algo)
holográfica. Pero no tenía ni puta idea de cómo funcionaba, ni de cómo diablos
podía aquella gente tocar la luz para manipular los dispositivos. Ella era
pobre y estaba en la calle, por lo tanto no podía permitirse comprar
tecnología, ni pagarse las clases en las Academy
para aprender cómo utilizarla o sencillamente comprenderla.
Las
únicas nociones que tenía se basaban en la observación y en la sabiduría
popular de quiénes no podían permitírsela, los que no tenían medios para
comprar la tecnología. La gente que podía pagar las Academy y sus dispositivos leía en pantallas hechas de luz, o
directamente les llegaban las imágenes y el sonido a sus cerebros, incluso las
sensaciones, si había que hacer caso a los rumores... dosdientes a veces pasaba por la biblioteca del barrio, dónde un
montón de libros de tapa de cartón cogían polvo y humedad, donados de tercera o
cuarta mano. Y nunca había nada útil, cualquier manual sobre electrónica o
tratamiento sintético de información era requisado por las Academy.
Un
tipo pasó a su lado con la mirada perdida, sosteniendo un paraguas y
gesticulando ligeramente con la boca, sin emitir sonidos. Desde fuera parecía
un colgado, pero no estaba loco, ni quemado al estilo de Emile. Dosdientes había visto a gente como
aquella, había un ligero brillo anaranjado en sus pupilas, miró al hombre sin
disimulo para buscar las cicatrices detrás de las orejas y la base del cuello,
los puntos de entrada de la cirugía. Bingo,
allí: la piel rosada y curtida como el cuero en la nuca, las marcas de un neuroimplante.
Dosdientes ladeó la cabeza al verle
pasar. La tecnología no sólo era un símbolo de estatus social y poderío
económico, reflexionó. No, la gente no la utilizaba sólo para engalanarse con ella,
no llevaban los parches de las Academy
sólo para mostrarlos a los demás. La tecnología, era poder en sí mismo. Permitía
hablar con la mente, interactuar de maneras que ella sólo podía imaginar. Podían
utilizarse ordenadores y computadores para comunicarse con cualquier parte del
planeta (dosdientes era vagamente
consciente de que existía una red de procesadores y líneas de comunicación
global, gigantesca, llamada sencillamente La Red) los computadores y
controladores, junto a otros dispositivos electrónicos, vigilaban las calles,
organizaban la información y el comercio, facilitaban la vida de la gente o
entorpecían la de sus enemigos...
Y
todas esas capacidades podían cogerse e implantarse dentro de una cabeza, de un
cerebro de alguien con dinero suficiente para pagarlo y conocimientos para
soportarlo. Entonces el humano moría, y nacía una especie de dios. Alguien
capaz de ver y saber en cualquier momento lo que estaba ocurriendo en el resto
del mundo, de compartir pensamientos con los demás de su clase. Si alguien así
no tenía conocimientos sobre algo sólo tenía que buscarlos, y los encontraría e
inmediatamente... lo sabría.
Ella
nunca tendría dinero para aquello, jamás podría pasar de ser una vagabunda muy
jodida, una subhumana corriente, a convertirse en transhumana. Esto no era un
pensamiento pesimista, era un hecho matemático: dosdientes no podría en toda su vida reunir el dinero suficiente
como para permitírselo. Suspiró, tiritando de nuevo, y se tocó con la punta de
la lengua los huecos de las encías. Si tuviera dinero... joder, si tuviera
dinero no sólo se pondría dos dientes protésicos nuevos, no. Para empezar se
pondría alguna mejora para el cuerpo (paquetes de soporte o control vital los
llamaban, si no estaba equivocada) uno, por ejemplo, para dejar de tener frío
bajo la lluvia. Resultaba curioso que dosdientes
anhelase más un implante de regulación térmica que un techo o una chaqueta
impermeable, pero era lo cierto.
Después
encontraría y compraría algo para, de forma cybernética
y creativa, partirle todos los huesos al hijo de puta de la Calle Marina que
casi le había roto la mandíbula y sí que había logrado saltarle dos dientes. Se
frotó las manos y se echó vaho. Sintió un anhelo familiar. Aquella tecnología
que veía en la gente que pasaba tenía algo que superaba a lo meramente mundano.
Era poder en sí misma, era la capacidad para tocar un mundo inexistente a los
ojos de aquellos que no habían sido elevados por medio del dinero y el
conocimiento pagado. Dosdientes
suspiró, para ella la tecnología era prácticamente magia.
Escuchó
un crujido, cuando levantó la vista lo único que su lento cerebro biológico
pudo procesar fue la imagen borrosa de un puño con guante negro estrellándose
contra su cara.
Etiquetas:arcana,ficción,noir,relato-corto
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4 comentarios:
Parece que poco a poco nos vamos acercando a ese futuro distópico, que miedo, buen relato!
Me gusta cuando tus personajes son "del otro lado" y no entienden necesariamente los cambios que suceden alrededor, la tecnología, los cambios sociales, etc. Eso los hace parecer más perdidos y más solos en medio de toda esa jungla, es muy fácil empatizar con personajes así en estos tiempos, ¿no? Muy bueno. Un abrazo.
Gracias por los comentarios!! Animan bastante tras la ausencia ^-^ Lo cierto es que a mí también me gustan bastante este tipo de relatos de personaje perdido en mundo distópico. Además de que es más facil de escribir por eso de que ni tu mismo tienes que explicar lo que pasa en el mundo, jeje. Últimamente me he dado cuenta de que tengo el síndrome secuelitis y todo lo que hago tiene como más de un capítulo... espero poder superarlo o, al menos, escribir las jodidas secuelas XD
Saludos!
Es que sintetizar es difícil. Y el formato blog te pide siempre una entraga más porque una entrada se consume rápido.