3 de enero de 2014
         Es un postulado bien mascado por todos ese de que “La energía no se crea ni se destruye, sólo se transforma” después, según lo mucho que nos curráramos la física de Bachillerato, sigue una retahíla sobre Mecánica y Termodinámica. Esta breve historia comienza en un mundo bastante regido por estos principios aparentes, y del que sus habitantes han sabido sacar bastante provecho en beneficio propio.



         En una parada de guaguas ligeramente vandalizada del extrarradio alguien estaba plantado esperando, contra todo pronóstico, la guagua. Era un tipo corriente, él mismo se consideraba corriente, encogido al frío mañanero en su chaqueta gris. Le daba un poco de reparo sentarse en el banco lleno de chicles pegados y además tenía miedo de que las articulaciones de las rodillas, heladas, se le encasquillasen en la posición de sentado y perdiera el transporte público, que no era demasiado regular, ni puntual, ni público, joder, que costaba un euro quince.


         Así que esperaba de pie, orbitando alrededor de la pequeña parada, mirando al barranco al lado de la carretera, por el que corría agua verdosa de lluvia y bolsas de plástico. Después, cada dos o tres órbitas completas, se quedaba parado un rato y miraba hacia abajo, desde dónde debería llegar la guagua para subirle a La Laguna. En ese ángulo de visión había otro Tío, en mayúsculas y cursiva, porque él no se sabía su nombre. Le resultó curioso y captó su atención. Esbozó una sonrisa torcida y disimulada.

         Aquel Tío, mayúsculas y cursiva, era muy parecido a un conocido suyo. Por eso le había llamado la atención, no, borra eso, no era parecido, era la versión no-punky y, como deduciría más tarde, no-gay de su conocido. No estaba esperando la guagua, porque estaba a unos veinte centímetros de la zona de espera razonable alrededor de la cual orbitaba nuestro Tipo Corriente, y además tenía esa mirada esquiva de “No, no… yo no voy contigo” Así que sólo esperaba.

         Cada pocos minutos el pobre hombre réplica de su conocido se enzarzaba en una terrible batalla maxilar en la que un bostezo enorme pugnaba por salir. Pero era un bostezo atascado, uno de esos que repites todo el tiempo a intervalos casi regulares, es molesto y nunca te deja a gusto, ni sale lágrima, oye. Tipo Corriente evitó la boca abierta del otro como si fuera la mirada de Medusa, para no quedar contagiado. Pues bien conocido es ese otro axioma de “Los bostezos no se crean ni se destruyen, sólo se contagian” y él no quería quedarse con ese bostezo atascado que tantas dificultades le estaban dando a aquel Tío, mayúsculas y cursiva.

         Justo cuando Tipo Corriente se estaba planteando iniciar una nueva órbita con las manos en los bolsillos, se acercó un citroën rojo un poco cascado, conducido por una chica que lo hizo escorar lentamente hacia el arcén antes de atracar ineficientemente, con mucho cuidado, contra la acera justo frente al Tío, mayúsculas y cursiva, que esperaba algo. Aquello le cortó el bostezo atascado, se puso un poco firme y quedó claro que lo que estaba esperando era aquel citroën rojo y cascado, y quizás a la chica que lo conducía, aún estaba por ver.

         La escena era ya demasiado apasionante y demasiado fugaz como para perdérsela con una estúpida órbita alrededor de la parada de guaguas. Tipo Corriente se quedó clavado y mirando con disimulo al coche, y entonces abrió los ojos de par en par y sintió el extraño calor en el pecho de quién presencia algo mágico. La conductora abre la puerta e invita a entrar al Tío, mayúsculas y cursiva, este entra perezosamente en el coche, ocurre El Momento: Él empieza a bostezar en movimiento, algo mucho más complejo de lo que a primera vista podría parecer, y ella… ella pone las manos en el volante y profiere un bostezo a boca abierta tan grandioso que habría permitido a un piloto no demasiado hábil de F-22 aterrizarle en la lengua sin problemas.

         Tipo Corriente sonrió mirando la escena, para cuando se cerró la puerta del citroën ambos estaban sumidos en un bostezo al unísono, si es que eso puede existir. ¡Y ahí llegan las lágrimas! Marcando el final de ambos bostezos y permitiendo a las dos personas recién encontradas saludarse de una manera más socialmente aceptable, aunque sus expresiones de bocas abiertas y caras somnolientas ya lo hubieran dicho todo. Entonces se besaron (y aquí es cuando Tipo Corriente dedujo que era la versión no-gay de su amigo) el citroën arrancó y se marchó a trompicones calle arriba.    


         Le quedó una sensación de sencilla maravilla y satisfacción, estaba convencido de haber presenciado algo extraordinario, atendiendo a los principios de la Termodinámica por los que procuraba regir su existencia. No se había tratado de un habitual intercambio de bostezos, en el que uno salta a la boca de otro para continuar su viaje, no, en absoluto. Él acababa de presenciar el encuentro entre dos bostezos que quizás llevaban milenios viajando de boca en boca de cuantos mamíferos habían podido encontrar. Minutos después se subiría a la guagua sintiéndose afortunado, convencido de que había presenciado la magia a la manera sutil y un poco húmeda a la que ocurre siempre en un mundo regido por la Mecánica.

2 comentarios:

lnnrt dijo...

Curioso fenómeno más que comprobado y muy naturalmente explicado. Yo estoy más que orgulloso de haber contagiado algo incluso más mágico: un círculo de sonrisas (y otro de tortazos pero ese me produce menos orgullo por su puesto xD).

Un saludo, amigo.

Abián G. Rodríguez dijo...

Sí, por eso defiendo que es mágico, todos nos hemos visto en alguna situación en la que estas, u otras cosas parecidas (las sonrisas, los tortazos creo que son un poco más complejos termodinámicamente hablando :P) se han contagiado

Un saludo!