28 de diciembre de 2015
El Teniente Comandante era, probablemente, el único que se tomaba en serio su trabajo en el centro de respuesta nuclear. Recién ascendido, quizás aún soñaba con los uniformes negros de la vieja URSS. Artem consideraba su destino bajo tierra una especie de castigo.


―Hay que estar atentos a todo―repitió el Teniente a su espalda, el fingió concentrarse más en la pantalla de radar―La situación en Paquistán es un jodido desastre, y si los saudíes intentan meter a su Fuerza del Escudo Peninsular, no quiero imaginar lo que podría pasar.

Artem asintió, en el fondo el Teniente tenía razón, eso sólo le jodía aún más. Como siempre, los radares no marcaban nada, todo estaba soporíferamente tranquilo y correcto. Tener la obligación patriótica de mirar fijamente pantallas que indicaban que todo iba bien, sin cambios, era tarea para un Sísifo moderno. Bostezó, y se cuidó de hacerlo mirando fijamente a la pantalla para que el Teniente Comandante no se diera cuenta.

El hombre de treinta años miró su reloj de pulsera.

―Las nueve y cinco, ¿y la llamada de las en punto?―preguntó.

Al lado de Artem, Yermolay sacudió la cabeza.

―No ha llegado.

El Teniente se giró con la mandíbula apretada.

―Entonces quiero una comprobación de todos los sistemas. ¡De todos!

―Teniente Comandante, señor―empezó Yermolay―Quizás sólo se trata de un retraso.

Nosotros no nos retrasamos, Votyakov.

Artem no esperó la orden directa, comprobó las lecturas de radar y el software de control de los detectores sísmicos. Ni una alarma, ni siquiera advertencias. El Teniente estaba comprobando un receptor de radio.

―La señal de control de Naro-Fominsk ha desaparecido del espectro―había preocupación en la voz del oficial―Señores, necesito un diagnóstico doble, y en menos de dos minutos. Votyakov, llama al Mando.

Artem reinició los sistemas para forzar un diagnóstico completo, escuchó a Yermolay colgar y descolgar varias veces el teléfono.

―No tenemos línea, Teniente Comandante.

El oficial se apartó de la radio.

―Tampoco responden las radios, todo el espectro está en silencio―se alejó por el pasillo de hormigón y desapareció en su oficina. Artem y Yermolay se miraron.

Una mañana jodida, nada más. No podía ser otra cosa. El radar no marcaba absolutamente nada, ni los detectores sísmicos, ni una sola alerta en todo el óblast de Moscú.

―Se ha caído la jodida zumbadora, eso sí que es raro―dijo Yermolay. Artem sacudió la cabeza.

―Tonterías, ya se cayó hace un par de años cuando reorganizaron el distrito militar. Es una reliquia de la Guerra Fría, nada más―señaló a su pantalla―No está ocurriendo nada.

El Teniente Comandante apareció con un par de tarjetas de plástico negro en una mano, tiró del hombro de Yermolay.

―Sube arriba y dile a los que estén de guardia que cojan unos prismáticos, salgan fuera y hagan reconocimiento visual de Naro-Fominsk. ¡Vamos!

Yermolay desapareció al trote por el pasillo, con cara de no comprender. El Teniente se inclinó sobre la consola de Artem, hundió su peso en la silla.

―Todos los sistemas están en verde, señor, nada extraño―informó él.

―El número veintiséis, lleva fallando dos semanas, ¿hoy?―preguntó el Teniente.

―Ni una sola vez, desde ayer a las cero-cero.

El oficial arqueó una ceja. Miró las pantallas, intentando atravesarlas para mirar el corazón del sistema operativo.

―Intenta imprimir―ordenó.

―No tenemos ninguna impresora en esta consola, señor―respondió Artem.

―Intenta imprimir, ¡cojones!

Seleccionó uno de los documentos de seguridad y trató de imprimirlo. Un microsegundo de carga y, nada.

―No hay mensaje de error―Artem ladeó la cabeza. El Teniente se puso en tensión y se incorporó.
―Es porque no es nuestro sistema, nos han jodido―golpeó la pared―Nos han jodido bien.

El oficial corrió hasta la radio, Artem siguió en la silla, tratando de provocar un error, de hacer reaccionar el sistema. Era complaciente e infalible, era un sistema falso.

―...hay humo, un montón de humo. Teniente Comandante, señor, sólo vemos humo―era una voz por radio.

Artem se acercó a la radio, vio al Teniente rastrear el dial, en busca de cualquier señal. Todo estaba muerto. La señal de control había desaparecido.

―Que todo el mundo vuelva dentro―ordenó.

Fue hasta el control de misiles.

―Deben haberse cargado un par de centros de respuesta, pero nosotros aún podemos...

―¿Señor?―Artem dio un respingo―No tenemos órdenes del Mando.

―Sí que las tenemos, y no han variado en setenta años―desbloqueó el control e introdujo una de las tarjetas de plástico negro.


Tres minutos después volaron las ojivas, y en tres horas todas las radios zumbadoras callaron al fin.