9 de abril de 2015
         El Gemekala se alejaba de la zona de batalla a toda velocidad. Tras el fulgor de sus motores quedaban los destellos de las explosiones nucleares entre el campo de escombros. Todo lo que quedaba de la flota, las naves dañadas a la deriva cuyos reactores en estado crítico detonaban antes de morir para siempre. En la sala de mando de su destructor, el Comandante observó las pantallas holográficas.

         Pensó en las tripulaciones, poco más que partículas carbonizadas flotando libremente en el vacío entre pedazos de fuselaje y gas ionizado. El enemigo lo había vuelto a hacer, habían utilizado armas termonucleares para crear una nube de plasma y engullir su flota. El Comandante se inclinó sobre las lecturas de radar e hizo un fuerte gesto de negación. Sólo el Gemekala había sobrevivido al combate.

invasores fotografía


         Se irguió en la sala de mando y dio media vuelta para salir. A su alrededor la tripulación intentaba reparar los daños sufridos a contrarreloj, bajo un baile de chispas y cableado en llamas. Una vez más la flota no había podido detener a los alienígenas, y ahora el Gemekala se batía en retirada dejando las colonias de Espara y sus quinientos millones de habitantes a merced del enemigo.



         El corredor estaba iluminado en azul claro, el Comandante se ajustó bien la capa de plástico rígido dorado que denotaba su rango y lo atravesó con grandes zancadas. Esta vez, al menos, era diferente. No se retiraban con las manos vacías, y el Gemekala tendría el funesto honor de ser una de las primeras naves de volver de una batalla con un prisionero alienígena. Cuando llegó a la bahía médica aislada, el compartimento interior estaba rodeado por infantes de marina que sujetaban sus armas con expresiones que iban desde el odio hasta el terror absoluto.

         El Comandante franqueó la sala y pasó al compartimento interior. Olía a desinfectante y todo estaba lleno de especialistas científicos que rodeaban una camilla de seguridad. Por primera vez sus ojos se cruzaron con las pupilas oscuras de un alienígena, antes sólo los había visto en fotos y dosieres de seguridad. Estaba atado a la camilla, mientras los especialistas le trataban las heridas que había sufrido durante su captura. Era bípedo y con dos brazos, extrañamente similar y a la vez espantosamente diferente. Sus ojos tenían una expresión agresiva, abría y cerraba la boca llena de dientes escupiendo saliva sanguinolenta mientras pronunciaba palabras en su idioma gutural. Probablemente insultos.

         Tenía la mitad de un brazo destrozado por efecto de las armas de sus infantes. Al Comandante le sorprendió que aquella criatura pudiera mantener una actitud agresiva incluso después de haber recibido disparos. Salvo un par de colgados, él no conocía a muchos soldados capaces de aguantar tres disparos. Por eso le impactó la actitud desafiante que demostraba su prisionero. O prisionera, le era muy difícil imaginarse diferencias de sexo en aquellas cosas.

―Mató a tres de los nuestros mientras le capturaban―dijo, a su espalda, el sargento que había vuelto con el grupo de abordaje―Usando una hoja afilada, algún tipo de cuchillo ceremonial. Estos monstruos me dan escalofríos.

         El Comandante hizo un ademán para que guardara silencio y se inclinó sobre la criatura, a una distancia prudencial de la boca que profería gritos y sus hileras de dientes marmóreos amarillentos.

―No se acerque demasiado, Comandante. Según INTELIGENCIA una mordedura es potencialmente letal, incluso para los de su propia especie―dijo uno de los especialistas científicos.

         Él no dijo nada, y siguió mirando a la criatura a los ojos. El alienígena dejó de gritar y le sostuvo la mirada. El Comandante era incapaz de distinguir si había odio o temor en aquellos ojos acuosos e inexpresivos.

―¿Puede entenderme?―preguntó.

         Los especialistas a su alrededor se miraron.

―Tenemos un sistema de traducción muy rudimentario, basado en intercepción de sus comunicaciones. Pero podría funcionar―contestó uno de ellos, empezó a manipular una consola―estará listo en un momento.

         Quería conocer los motivos, por qué les estaban atacando. Aunque lo poco que sabían de ellos indicaba que eran una especie altamente agresiva por naturaleza (sólo así se explicaba su maestría en la utilización del armamento termonuclear y el plasma) En combate, el Comandante se había enfrentado a un enemigo prácticamente suicida que parecía reverenciar a la muerte y preferirla a una retirada estratégica. En tierra, los marines hablaban incluso de alienígenas que seguían combatiendo después de perder una extremidad. Otros fingían rendirse para luego suicidarse matando a tantos como fuera posible en un despliegue de inteligencia maliciosa...

         En INTELIGENCIA decían que aquellas cosas podían detectar a sus soldados incluso en la más completa oscuridad, captando las vibraciones producidas en el aire de las atmósferas. Eso explicaba su eficacia en los asaltos nocturnos, y su predilección por ellos. Un pitido le indicó que el traductor estaba activado. El Comandante se inclinó un poco más sobre la criatura, que permanecía en silencio, respirando ruidosamente por una protuberancia bajo los ojos.

―¿Por qué nos atacan?―preguntó él. A sus palabras le siguió el sonido rugoso del idioma alienígena sintetizado por el ordenador.

         La criatura pareció meditar por un segundo, luego habló. El eco de sus palabras, traducido a un idioma inteligible, llegó segundos después.

<<¡Monstruos! Sólo les daré mi nombre y rango>>

         El Comandante no pudo evitar reír. Y aquella cosa les llamaba monstruos a ellos. Unas criaturas que parecían surgidas de una pesadilla, evolucionadas exclusivamente para matar y sobrevivir en un entorno inimaginablemente hostil, les llamaban monstruos a ellos.

―Arrasan nuestros mundos. ¿Por qué? ¿Por qué no negocian?

         Un instante de silencio, luego eco sintético. El alienígena enseñó los dientes y resopló, después habló.

<<No arrasamos, los limpiamos>>

         INTELIGENCIA especulaba con que se trataba de una expansión de conquista. Una civilización tan voraz en su comportamiento bélico, y tan proclive a malgastar la potencia energética de los materiales fisibles como armamento, debía ser altamente deficitaria en su gestión de los recursos planetarios. Podía encajar. Alta agresividad, una estimación de natalidad explosiva y sin auto-regulación que podía provocar crecimientos poblacionales exponenciales... Su civilización necesitaría más espacio y más recursos. Como ellos mismos, pero a un ritmo frenético.

         El Comandante apretó con fuerza los puños. No se dejarían engullir por aquellas cosas, lucharían y recuperarían el terreno. Y ese prisionero les daría toda la información posible antes de ser juzgado y ejecutado por sus crímenes.

―Tú eres el monstruo. Dime ahora lo prometido: tu nombre y tu posición en la jerarquía militar de la horda que los tuyos llaman ejército―exigió saber.

         Silencio, eco gutural sintético y después un asentimiento del alienígena.


<<Amanda Keith, Teniente de la Fuerza Expedicionaria de las Naciones Unidas de La Tierra>>