18 de marzo de 2014
18:37
Más o menos seis lunas antes de la gran fiesta de la
cosecha, el Beñesmer, llegaba la época de copiosas lluvias. Con ella nubes
negras de tormenta llegaban desde el mar, y la bruma bajaba de las montañas
lamiendo laderas, montes y costas. Durante semanas el cielo descargaba sobre la
tierra el agua tan necesaria, mientras los truenos retumbaban en las alturas y
los rayos iluminaban el cielo oscuro, veladas las estrellas. La isla se volvía
entonces inhóspita: La vegetación crecía salvaje por doquier, los cauces de barrancos
se convertían en ríos caudalosos, capaces de arrastrar ganado y hombres. El frío
y la humedad se convertían en un peligro desde que caía el poderoso sol, obligando
a todos a tomar refugio. Y, si además se hacía caso a las viejas, era en esas
épocas de tormenta cuando vagaban por el mundo los tibicenas y otros entes
maléficos, atraídos por la ausencia de luz.
Anamar y Garfe
se preguntaban en silencio que tendrían de verdad estas últimas habladurías,
aunque no lo reconocerían jamás, pues ya habían cumplido los diecinueve y eran hombres. Estaban encogidos junto a una
pequeña hoguera, refugiados de la tormenta bajo un saliente de roca cubierta de
musgo que chorreaba agua. Las lechuzas que ululaban entre la lluvia quedaron
mudas cuando un trueno retumbó tan cerca que hizo vibrar el aire. Ambos
guerreros se encogieron por un segundo y después recuperaron la compostura. Se
lanzaron sendas miradas de “Yo no me he
asustado, ¿y tú?” luego se apretujaron contra las llamas, sujetando
disimuladamente sus armas, oteando la oscuridad que lo engullía todo más allá
de su refugio bajo la roca y la densa cortina de agua. El ruido de la lluvia cayendo
con fuerza y la vegetación agitada por el viento enturbiaban cualquier otro
sonido. Se sentían ciegos y sordos, algo con lo que nadie estaría cómodo.
Tayri se
descolgó desde el saliente de roca con agilidad y cayó frente a la hoguera, levantando
una salpicadura de barro y pinocha mojada. Anamar y Garfe se pusieron en
tensión por unos instantes hasta reconocer el rostro de su compañera, cuando se
puso a cubierto y su rostro quedó iluminado por la hoguera. Estaba calada hasta
los huesos y su tez morena mostraba el morado pálido de la hipotermia. El
pigmento rojizo de las pinturas de sus mejillas estaba desdibujado y se
escurría arrastrado por el agua que le mojaba la cara. Sonreía. El cabello
encrespado le caía empapado sobre la frente, velando sus ojos, su figura esbelta
apenas podía adivinarse bajo la túnica de cuero oscuro y la gruesa capa de piel
que llevaba.
―¡Dioses del infierno! ¡Alguien allá arriba está realmente
cabreada esta noche!―dijo con voz ronca, señalando al cielo negro sobre sobre sus
cabezas. Un resplandor de azul fantasmal destelló por un segundo, luego llegó
el trueno.
Tiritaba, pero seguía
sonriendo. Tayri estaba disfrutando con aquella tormenta, con aquel frío,
disfrutaba como cuando era niña y nadaba con temeridad en los días de mar
revuelta hasta que una ola le revolcaba de vuelta a la orilla. Tenía
exactamente la misma sonrisa. Garfe y Anamar se miraron.
La joven guerrera
se deshizo de la capa de pieles y se sentó frente al fuego, se quitó las
sandalias de cuero embarradas y acercó los pies a la pequeña hoguera. Anamar
echó dos pedazos de madera a la lumbre, y se inclinó hacia adelante para hablar
con su compañera en tono conspirador.
―¿Qué has visto?
―No mucho, los demás grupos de los nuestros están repartidos por
todo este lado del monte, como ordenó el señor Betzenuria―narró la guerrera,
apartándose el pelo de la frente, que así mojado brillaba como la obsidiana―De
los suyos, por el resplandor de las hogueras, es obvio que nos esperan más allá
del llano. Quizás querían emboscarnos entre los árboles pero la tormenta les ha
jodido el plan y ahora están como nosotros...
―Tullidos de frío y rezando por no coger fiebres con esta
tormenta―dijo Garfe.
Tayri asintió y se
inclinó un poco más hacia adelante, al calor del fuego. Anamar le alcanzó un gánigo
lleno de leche tibia. Los ojos del guerrero casi quedaban ocultos por el gorro
de piel que se había echado sobre la cabeza afeitada para protegerla del frío. Los
dos muchachos esperaron, mientras el calor iba volviendo a los miembros de
Tayri, a su espalda la tormenta se recrudecía y el retumbar de los truenos
recordaba al gruñir de bestias de leyenda.
Garfe se movió
incómodo y sujetó su arma con las dos manos. La madera pulida del magado, de
metro cincuenta de largo, brilló a la luz. El guerrero miró al cielo con una expresión
temerosa.
―Esta tormenta es demasiado fortuita y terrible. Puede que sea
la manera que tiene el cielo de expresarnos que está en contra de la guerra...
Puede que las pretensiones del señor Betzenuria no sean de su agrado.
Tayri dejó el
gánigo en su regazo y le miró fijamente, su cuerpo ya no temblaba tanto con
el frio. Se limpió con el dorso de la mano el bigote de leche antes de hablar.
―Juramos servir la causa de nuestro señor. ¿Ahora vas a echarte
atrás? ¿Tienes miedo de un palo de agua o dos?―le chinchó.
La provocación tuvo
el efecto deseado. Garfe se irguió en su metro ochenta de estatura y se dio un golpe
en el enorme pecho marcado con las pinturas de guerra negras de los veteranos. Gritó
con una voz atronadora, apretando la mandíbula. Para cualquier desconocido
aquella reacción habría resultado terrorífica, pero sus compañeros pusieron
cara de hastío. Anamar contuvo un bostezo.
―¡Maldita sea! ¡No soy un cobarde!―se volvió a sentar pasado un
momento―Es sólo que no soporto esto, quedarse quietos, pasando frío y mirando a
la nada. ¿De qué sirve? Mejor estaríamos de vuelta en casa.
Tayri se puso un
dedo índice delante del rostro y le miró con severidad. Se acomodó junto al
fuego y apartó el gánigo vacío.
―¡Ahh! Ahí es dónde te equivocas, amigo mío. ¿No te han dicho
nunca que mirando y esperando se puede aprender mucho?
―Bueno, el viejo Maestro Beselch no era mucho de mirar, prefería
la acción―contrapuso Anamar.
Tayri asintió y se
palmeó los muslos, señal inequívoca de que iba a iniciar uno de sus relatos. En
sus años de amistad no habían perdido jamás la costumbre de contarse historias,
y los tres amigos reconocían sin vergüenza que las de Tayri solían ser las
mejores, o al menos las más imaginativas.
―Esta historia, les juro que es cierta, ilustra varias cosas.
Pero quizás, para mí, su moraleja más importante es la que nos dice que mirando
puede aprenderse mucho. Es la historia de Nira, una mujer que vivió hace mucho
tiempo.
<<Tenía dieciséis
años y vivía en un pequeño poblado, formado por unos cuantos tesegres y cuevas
dónde vivían pastores y campesinos. Esta comunidad era tan pequeña que rara vez
recibía la visita de los dignatarios de su mencey, por no considerarla de
importancia. En aquel entonces―y les hablo de hace un buen par de
generaciones―la isla también estaba
dividida en bandos. El bando al que pertenecía el pequeño poblado estaba en
guerra con el bando vecino, el motivo no ha llegado hasta nuestros días>>
―¿Y no vas a inventártelo?―interrumpió Anamar. Tayri le chistó,
mientras se recogía el cabello trenzado con una cinta de cuero para apartárselo
de la cara.
<<Por estar cerca de
la frontera entre ambos bandos, la guerra les había golpeado duramente. Mucho
ganado había desaparecido en las incursiones enemigas, y no pocos hombres
habían muerto defendiéndolo. Fue unas semanas después del Beñesmer y su armisticio
mutuo cuando comienza la historia. Nira estaba por fuera del tesegre dónde había
vivido toda la vida con sus padres y sus dos hermanos, uno de los cuales había muerto
en la guerra. Tostaba el grano y lo molía para hacer ahoren mientras
canturreaba, como hacen las chicas de su edad después de la cosecha para ayudar
a sus familias. Con la excepción de que ese año, como estaban en tiempos de
guerra, mezclaba con el escaso trigo y cebada hojas secas de helechos y otras
plantas para aumentar la cantidad, y aliviar el hambre de los suyos>>
―¿Comer helechos en el ahoren? Espero que no veamos eso en esta
guerra...―dijo Garfe, visiblemente afectado. Los temas de comida le llegaban
muy hondo.
―Lo veremos, si no te das puta prisa y la ganas de una
vez―dijo Tayri, los tres rieron.
<<Por las tardes
Nira acompañaba a los guerreros que se entrenaban. La guerra se había
recrudecido, y duraba ya demasiado, así que prácticamente todos los hombres que
quedaban se preparaban para luchar. Les hablo de una época en la cual no estaba
bien visto, por decirlo así, que las mujeres empuñaran las armas>>
―¡Benditos tiempos!―exclamó Garfe, que ya había puesto cara de
chiste incluso antes de pronunciar las palabras.
<<No era una
prohibición explícita, simplemente no estaba bien visto, no se consideraba
acorde al orden de las cosas. Así que ella les acompañaba al recinto de entrenamiento
para ponerlo todo en orden, y atender las magulladuras y torceduras. En esto le
enseñaba una anciana, su nombre no ha llegado hasta nuestros días, que muchos sospechan
había sido sacerdotisa>>
―Un momento, un momento, ¿se puede dejar de ser sacerdotisa?―interrumpió
Garfe.
―No creo que se pueda con facilidad, no les debe hacer gracia
que alguien que conoce sus secretos se aparte de ellas―respondió Anamar.
Tayri esperó
pacientemente a que sus amigos terminasen de debatir los pormenores de la vida
de la anciana, gesticulando e imitándolos cuando hablaban, hasta que quedaron
en silencio al ver sus burlas.
<<Nira, como habrán
adivinado, no iba a los entrenamientos con el afán de hacer de curandera, si no
con ganas de aprender el arte del combate. Pero debía limitarse a esperar
arrodillada sobre la arena, mirando a los hombres entrenar y escuchando las
instrucciones de los maestros. Cuando se frustraba, cosa que ocurría a menudo,
la anciana le decía “Mira con atención, no desperdicies tu oportunidad. Mirando
también se aprende” Nira no estaba segura de que sólo mirando fuera a aprender
demasiado, pero se esforzaba en permanecer atenta y no bostezar. Cuando un
guerrero caía herido la joven observaba con atención qué clase de herida
producía cada tipo de golpe, mientras ayudaba a la anciana en su tratamiento.
Así pasó cuatro o cinco meses, hasta que llegaron noticias de que se preparaba
una nueva incursión en territorio enemigo. Una que, esperaban, terminase la
guerra>>
<<Cuando llegó el
día señalado y los hombres de su bando se adentraron en la comarca enemiga sólo
había quedado en el poblado una pequeña fuerza de cinco guerreros. Ya que, aunque
existía el peligro de que el enemigo se escabullera para atacar el poblado,
esto no era muy probable. Nira estaba con los guerreros cuando llegó un
mensajero, anunciando que el mencey de su bando marchaba hacia el poblado para
unirse al combate, y que los guerreros que quedasen debían de servirle de
escolta>>
<<Pueden imaginarse
entonces la sorpresa y aprensión de aquellos cinco guerreros, que habían
quedado atrás por ser los más jóvenes e inexpertos. No comprendían qué le había
llevado a adoptar esa estrategia, pero sabían que era su deber dar escolta al
máximo notable de su comarca. Muy conscientes de que si le ocurría algo
mientras estaba en territorio de su poblado caerían en la desgracia para
siempre. Se prepararon para marchar con el mensajero para acudir al encuentro
del mencey, cuando Nira insistió en acompañarles>>
<<”Déjenme ir”
pidió, en un primer momento los guerreros se negaron. “Sería de necios no
llevarse a alguien que pueda atender las heridas del combate” sentenció la
joven, y con esas palabras tan persuasivas los guerreros aceptaron>>
<<La sorpresa de
todos fue mayor cuando vieron que su mencey viajaba sólo con dos escoltas.
Enormes guerreros―incluso más grandes que aquí Garfe―con armas y vestimenta de veteranos>>
―Pero sólo dos―apuntó Anamar.
―Exacto, no es precisamente una guardia de honor―dijo Tayri
antes de continuar.
<<Así, Nira y los
cinco guerreros presentaron sus respetos al mencey. Era un joven aún, impetuoso
y temerario, sólo así podía entenderse que marchase a territorio enemigo con
apenas protección y de una manera tan poco ortodoxa. Aunque su plan, según les
relató cuando los guerreros justificaron la presencia de Nira como su
curandera, consistía en unirse al grupo principal a través del sendero de
montaña que pasaba por el poblado>>
<<Atravesaron los
tesegres de su pequeño poblado y se perdieron por el paso montañoso. En unas
horas estaban cercados: pared rocosa a un lado, acantilado en la otra. Un lugar
perfecto para la emboscada, como ellos se temían, y cómo así ocurrió. Cuando
los enemigos se lanzaron al ataque, quizás reconociendo que delante tenían a un
oficial de alto rango por los atavíos del mencey, los guerreros del poblado de
Nira cargaron contra ellos tratando de impedir su avance, para que el notable y
sus dos escoltas veteranos pudieran retroceder y evitar morir allí>>
<<No fue
una batalla agradable, en el primer choque dos de los guerreros de su pueblo y
uno de los enemigos se despeñaron por el precipicio. Nira sintió el corazón
darle un vuelco por una mezcla amarga de rabia y dolor. Eran un poblado
pequeño, todos se conocían desde niños. Y aunque ver partir a los amigos a la
guerra para no volver más es doloroso, verlos morir ante tus ojos es mil veces más
terrible>>
Por un instante se
hizo el silencio alrededor de la hoguera. Los tres compañeros asintieron con
los ojos clavados en el fuego, recordando ellos mismos a sus amigos caídos.
<<Nira, que cargaba
algunas armas de repuesto para los suyos, soltó la bolsa de cuero y eligió de
entre todas una vara corta, del largo de su antebrazo desde la palma de la mano
hasta el codo. Observaba la batalla frente a ella, en la que los tres guerreros
supervivientes de su bando luchaban encarnizadamente contra seis enemigos,
valiéndose de lo estrecho del paso para no ser rodeados. Fue entonces cuando escuchó
otro combate a su espalda>>
<<Uno de los escoltas
del mencey había derribado al otro, que luchaba agarrado al borde de las rocas
por no terminar de desplomarse al vacío. Deshecho de su rival, el traidor apuntó
su banod afilado hacia su señor, que sorprendido adoptó una posición defensiva,
maldiciendo. Pero el veterano guerrero, aunque traidor, había servido durante
mucho tiempo en la guerra, saliendo ganador de todos sus combates, y se sabía
unos cuantos trucos sucios. Con el primer golpe no intentó atacar al cuerpo de
su señor, si no al brazo que sujetaba el arma. Nira, agazapada y sin saber qué
hacer, escuchó el ruido sordo y familiar del hueso partiéndose y vio al mencey
caer al suelo, agarrándose el brazo roto>>
<<De un salto, Nira,
se interpuso entre el mencey y su atacante sin pensarlo bien. Probablemente si
lo hubiera pensado habría decidido salir corriendo. Pero no estaba dispuesta a
permitir que la desgracia cayera sobre su poblado y sus guerreros. Sujetó el
arma en una guardia alta―el veterano le sacaba dos cabezas de altura―El guerrero rió, mientras a su espalda el
otro escolta intentaba aún no caer>>
<<El terreno era
abrupto, había poco espacio, y ella jamás había empuñado el arma para luchar. Nira
trató de recordar todo lo que había visto. Cuando el veterano atacó descargando
una lanzada con su banod ella no retrocedió―como le gritaba su instinto asustado―giró un poco a su izquierda y se movió en
círculo en torno a su adversario, como había visto hacer a los guerreros, como
había escuchado que les indicaban una y cien veces a los maestros>>
<<Este movimiento
sorprendió al veterano, que recuperó la guardia y asintió con aprobación, muy
seguro su victoria. Nira tenía que atacar, y rápido, sabía que sus reflejos
poco entrenados y la suerte no le sonreirían dos veces para esquivar los ataques
de un guerrero veterano. Su mente recordó a toda velocidad aquello que había
visto. Casi reaccionó ante un amago de su enemigo, pero se contuvo y evitó caer
en la trampa vendiendo su lado derecho, como este esperaba. Consciente de que
el veterano perdía la paciencia, Nira hizo lo único que podía hacer, lo que
decían los maestros. No retrocedería, eso era lo que él esperaba que hiciera,
no atacaría alto ni bajo, ni en un arco con recorrido que él pudiera detener o
esquivar dados sus mejores reflejos y entrenamiento. No, en su lugar avanzaría
hasta cortar las distancias y, con suerte, encajaría un único golpe decisivo. ¿Cómo
lo llamaban los maestros? Ah, sí, topar>>
<<Y Nira topó. Se
cubrió el cuerpo con el arma y avanzó, hacia adelante en diagonal, con una zancada
tan larga como le permitieron sus piernas. En un abrir y cerrar de ojos estaba
pegada al cuerpo del sorprendido veterano, por su lado izquierdo descubierto. Antes
de que el hombre pudiera adaptar la guardia y librarse de ella Nira dio un
golpe en corto con su arma. La mandíbula del veterano se encontró con unos
treinta y cinco centímetros de madera en golpe ascendente, no necesito
contarles quién, si hueso o acebuche, salió perdiendo>>
<<El traidor se
desplomó hacia detrás, justo mientras el otro escolta veterano lograba
encaramarse al borde del precipicio para volver a la lucha. Los cuatro
guerreros enemigos que aún forcejeaban con los dos del poblado de Nira, viendo
fracasado el plan, se batieron en retirada. El escolta se abalanzó sobre el
traidor para apresarle y atar sus manos, pero la mayor parte del trabajo ya
estaba hecho. Nira, en lugar de ayudar al mencey, corrió para atender al
guerrero gravemente herido que arrastraban sus dos compañeros supervivientes>>
<<Mientras Nira
trataba de parar la hemorragia en la cabeza de su amigo el mencey se le acercó,
pálido y sujetándose el brazo. “¿Cómo aprende eso una curandera?” preguntó,
consciente de que las mujeres no participaban en los entrenamientos de combate.
“Mirando... Mirando también se aprende” respondió Nira, sin quitar la vista del
herido y afanándose en atenderlo>>
―Vaya, yo lo consideraría un golpe de suerte―dijo Anamar,
echando el último tronco que les quedaba a la hoguera.
―¿En serio? ¿Saber esquivar y hacer un tope, suerte?―le espetó
Garfe, negando con la cabeza y arqueando una ceja.
―Bueno... una mezcla.
La tormenta aún
arreciaba con fuerza, y sin vistas de disminuir. Una ráfaga de viento empujó la
cortina de agua y las gotas heladas llovieron sobre los cuerpos de los guerreros.
Tayri se levantó y estiró los brazos para desentumecerlos. Permaneció de pie al
hablar:
<<Después de eso
supieron que el traidor había sido sobornado por el bando enemigo. La incursión
no logró terminar la guerra, pero el mencey, persuadido por la destreza de
Nira, declaró que toda mujer que quisiera tomar las armas en su comarca podría
entrenarse. Muchas lo hicieron. Así, en la siguiente batalla decisiva, sólo
unos meses después, al bando del poblado de Nira le llegó la victoria. Porque al
incluir a las mujeres, esa vez lucharon con el doble de fuerzas>>
―¿Qué fue de ella?―quiso saber Anamar.
―Dicen que Nira capitaneó uno de los grupos, pero no se sabe
nada más de su destino. No sé si la misma suerte que le acompañó en su primer
combate lo hizo en los demás. Pero no alcanzó la inmortalidad por su
participación en la guerra, sino por su primer combate. Por sus palabras de
sabiduría, que eran las palabras de la vieja sacerdotisa, las palabras que
dicen muchos que saben.
―Mirando también se aprende―repitió Garfe.
―Exacto, ¿comprendes ahora?―preguntó Tayri.
Garfe se movió
incómodo en la roca sobre la que estaba sentado, y miró al cielo negro más allá
de su refugio. Se mordió el labio inferior.
―¿Intentas decirme que hay algo que aprender de estar aquí?
―Bueno, te digo que podríamos intentar buscar algo que aprender
en esta situación, en lugar de lamentarnos constantemente―respondió Tayri.
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3 comentarios:
Muy, muy inmersivo y fluido. El relato en sí sirve como explicación para cosas que suceden en otros que te he leído, y si no quizá deba ser así, que otros relatos estén conectados con este... Porque da grosor y sentido, por ejemplo, a tus otras guerreras (quizá incluso a las mías?? XD) Así que piensa en que este relato pueda ser compilable.
A parte, muy natural el vocabulario y las anécdotas, nada invasivas. Esa comarca (o comarcas) semi-fantástica rodeada de misterio toma una forma interesante.
Un abrazo
¡Gracias! Como siempre un placer ver tus comentarios. Lo cierto es que sí me gustaría pensar que este relato está relacionado con otros de la misma temática que he escrito, y sobretodo con los que aún estoy por escribir. He añadido aquí y allá detallitos para que sirvan de marco y tratado de huir del lenguaje y "estética" cliché. Me alegra mucho ver que lo he logrado al menos en parte ^-^
¡Un saludo!
Bonita moraleja, de toda experiencia se aprende aunque se observe en silencio... me ha gustado el relato!