5 de mayo de 2016
―Al fin despierta―tipos con batas blancas. Blanco aséptico de hospital a mi alrededor.

―¿Despertado de qué? ¿Ustedes quiénes son?―quiero saber.

Dicen que llevo diecisiete años catatónico, sumido en una alucinación vívida. Me desvanezco, una inyección me trae de vuelta. Mis padres llevan muertos diez años. Paga mi reclusión el tío Santiago, al que no recuerdo. Los de blanco dicen que toda mi vida después de la infancia es una gran fantasía psicótica.



―¿Qué coño dicen?―no pregunto cómo me han sacado de casa, ni dónde está Eva?


―Su reacción confirma nuestras sospechas sobre la alucinación.

Toda mi vida, ¿una alucinación de un cuerpo inerte en cama? No, ellos son la ficción. Algo no va bien― Mi cerebro bombardea con recuerdos: Caras de amigos, borracheras, años de carrera, sexo, complejas cadenas de olores y sensaciones.

Pienso en Eva y los seis años juntos como una invención, duele en el pecho. «Todo mezclas de caras y recuerdos infantiles» dice uno de blanco.

Imposible. Tengo que despertar, aunque digan que ahora abro los ojos al fin.

Una niebla de tranquilizantes y tipos de blanco, debo llevar semanas en esta pesadilla. Ellos dicen que he despertado y me enseñan pruebas: escáneres de mi cerebro y fotos mías en cama con doce, quince, veinte y veinticinco años. ¿Y qué significa? Me aferro a mis recuerdos que siguen bailando entre sus opiáceos. Pienso en la cara de Eva, no quiero que desaparezca.

―Creo que ustedes tienen razón―digo al fin. Sonríen y dejan de ponerme inyecciones.

Me dejan salir al patio, pero es de mentira: techo de yeso negro y estrellas led. ¿Y los otros pacientes? Uno de blanco me sigue a todas partes, como en una prisión.

Prisión. Algo no va bien, a prisión le sigue gobierno. Y luego, disidente.

Me giro, apuñalo en el ojo al de la bata con su bolígrafo y le quito las llaves. Abro una puerta, cielo auténtico. No sé si mienten ellos o yo. ¡Tengo que correr!