23 de marzo de 2015
16:20
―No me jodas, ¡eres un hacker
de esos!―María lo dijo con un tono de asombro infantil.
Radko la miró
entre la neblina de humo de tabaco y olor a fideos coreanos picantes que manó
de su habitación en cuanto abrió la puerta. Ella señalaba con el flacucho brazo
extendido-una miríada de pulseras de plástico chillonas sobre la piel morena-en
dirección hacia la pantalla que había sobre el escritorio. Estaba apagada, asediada
por ropa sucia y botes vacíos de Samyang
Foods Buldalk Bokkeummyeon.
―¡Qué dices!―Radko negó con la cabeza y se apartó de la puerta
para dejarle pasar.
María rodeó la
cama deshecha y fue hasta la pantalla del ordenador apagado. Lo miró como una
pieza de museo.
―Sí que lo eres, ya nadie tiene de estos si no quiere joder a
alguien―dijo, dándole un golpecito a la pantalla e ignorando la carcasa que
había bajo el escritorio.
Radko la apartó
del escritorio y tiró su mochila sobre la cama. María había sacado el teléfono
móvil y tecleaba frenéticamente contra la pantalla táctil. Él arqueó una ceja.
―No me jodas, no es eso. ¿No irás a sacarle una foto o algo,
verdad? Una tontería que postees y me
la lías con los de la Agencia Europea―dijo él.
María soltó una
risita malévola y después guardó el móvil.
―¡Qué va! No soy tan tonta como para enfadar a un hacker.
Radko apartó un
par de camisas y se sentó sobre la cama.
―Joder, no digas tonterías. Sólo lo uso para navegar y estudiar,
como tú. No me gustan esas pantallas pequeñitas.
Ella se sentó a su
lado en la cama y por primera, mientras sujetaba el teléfono entre las manos,
vez pareció fijarse en la habitación. Estrecha, con paredes pintadas de azul
oscuro y una ventana tintada a través de la cual apenas pasaba luz. Además de
la cama y el escritorio, había una serie de muebles tipo cajonera enterrados
bajo ropa, libros y papeles.
―Eres tú el que dice gilipolleces. Puedes conectar el smartphone a la televisión. ¿Crees que
en casa navego con esta birria de seis pulgadas?―se escuchó un sonido de
vibración―espera, es Lydia para no sé qué―Silencio por un instante, luego
chapoteo. María no tenía silenciado el teléfono y el efecto de sus teclas
sonaba como una especie de salpicaduras.
Radko miró al
techo oscuro de la habitación y esperó.
―Ya―anunció ella, triunfal―Bueno, ¿me lo enseñas?
Radko se encogió
de hombros, se levantó y se agachó de nuevo frente al escritorio. Tanteó unos
segundos hasta que dio con el botón, después la habitación se inundó con luz
blanca mortecina, el ruido de los ventiladores y el silencio de los SSD. María
sonrió.
―Joder, que escándalo. Navegar dice... no me vas a engañar tío.
Radko se había
sentado en su silla de oficina reclinable, se giró para mirarla dramáticamente,
al estilo villano Bond. Casi deseó
que las sospechas de María fueran ciertas, le habría hecho ganar un par de
puntos. Ella miró la post screen
cargada con extraños logotipos y letras blancas sobre fondo negro. Siguió
hablando.
―En serio, en el cursillo de marketing
nos hablaron del cambio de paradigma. Allá en los años 20, como pasó de
diseñarse todo para dispositivos móviles. No recuerdo las cifras exactas―miró
la pantalla otra vez―tarda un montón en encender.
Radko levantó el
índice con aire académico.
―No está encendiendo joder, está iniciando.
María asintió para
darle la razón con poco interés. Se reclinó en la cama para estirarse y volvió a
quedarse sentada, mirando la silueta de Radko a contraluz. Él creyó sentir su
mirada por encima del hombro, esperó a que el equipo hubiera iniciado y después
introdujo su contraseña. Ni un patrón de movimiento, ni control por voz, ni
jodida biometría. Una simple contraseña de letras y números. Bueno, también
tenía un asterisco. Escuchó el ruido de María al levantarse y después la notó
apoyarse sobre el respaldo de la silla.
―Retro. Tiene su
encanto―bromeó ella.
María vio el
teclado, enorme y analógico. Las teclas se hundían bajo los dedos de Radko con
sonoros crujidos, mientras con la mano derecha manipulaba un ratón. Antes de
eso ella sólo los había visto en algunas pelis viejas. Un par de clicks después en la pantalla había un
reproductor de música con una enorme lista de archivos. María no reconocía la
marca del programa.
―Es sin conexión. Los archivos... tengo los archivos de música
en el ordenador, así que no necesito conectarme a ningún servicio de pago―le explicó
Radko.
―Apuesto a que eso es totalmente legal―respondió María.
Radko negó con la
cabeza y sonrió. Con un nuevo click
el reproductor desapareció de la pantalla, pero la música continuó. Orgulloso, Radko
abrió un par de ventanas más. No era un hacker, simplemente no quería tener que
pagar por todo. Nunca le había hecho gracia que los fabricantes decidieran qué
podía o no podía instalar en sus dispositivos. Vale, había tenido que traer
componentes de China y no podía conectarse sin un filtro de protección. Le
valía la pena.
Pero no era uno de
esos piratas informáticos de las películas. Él sólo quería poder hacer las
cosas a su manera, sin pantallas táctiles, ni conexión por GPS obligatoria y
sin programas de los que no se podía hacer loggout.
Coño, él sólo quería poder descargarse películas y pornografía gratis, como en
el tiempo de sus abuelos. Se giró para mirar a María.
―¿A que no sabes lo que es un atajo de teclado?
Etiquetas:relato-corto,tecnología
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